Durante el estallido del año 2021 que nos llevó a las calles a millones de colombianas y colombianos hastiados de los abusos del gobierno de Iván Duque y de su ataque constante al Acuerdo de Paz la ciudad de Cali se caracterizó por ser la ciudad de la resistencia y la esperanza. Las movilizaciones de miles de personas, en especial de jóvenes y mujeres, fueron un referente para el país. En medio de la hostilidad de los gobernantes del departamento y de la ciudad, de las élites caleñas y de la barbarie policial, acompañada de civiles armados, los jóvenes llamados de la primera línea y muchas mujeres quienes se convirtieron en sus escudos humanos para protegerlos de la muerte, encarnaron las prácticas cotidianas de la resistencia. En lugares como: Siloé, la Loma de la Cruz, hoy resignificada como la Loma de la Dignidad, el Puente de los mil días, hoy Puente de las Mil luchas, Puerto Rellena , punto de comunicación con barrios del sector popular de Cali se resistió , se persistió desde una acción colectiva que nos permitió recordar las movilizaciones estudiantiles de tiempo atrás y la fuerza de las prácticas ancestrales de comunidades negras y de sus vecinos los pueblos indígenas del Cauca.
Esa ciudad de la resistencia, qué despertó con una arrasadora fuerza política y de esperanza, hace algunos días, nos acogió en el Primer Encuentro Nacional de Economía del Cuidado para hablar sobre trabajo de cuidado no remunerado, sobre economías diversas y sistemas de cuidado
Fuimos convocadas por la Mesa de Economía feminista que opera hace 10 años en Colombia , la cual está compuesta por un grupo de economistas quienes a través de sus experiencias e investigaciones tienen como objetivo reconocer el valor de la reproducción de la vida como base y fundamento de los proyectos de sociedad ; el debate de las relaciones entre reproducción social y producción económica y la deconstrucción de la división sexual del trabajo, origen de una de las desigualdades más contundentes en nuestros países. Desigualdad que se vive en millones de hogares en Colombia. Porque de cara al mandato ético y político de ser cuidadas y cuidar que es universal, la organización social del cuidado ha sido responsabilidad de mujeres, jóvenes y niñas. Un trabajo sin reconocimiento, sin redistribución y sin tiempo libre para vivir con dignidad y libertad. Un trabajo sin horarios, sin vacaciones. Un trabajo que en ocasiones se realiza en condiciones cercanas a la esclavitud. Un trabajo que produce una riqueza que resulta “invisible” para nuestra sociedad.
Fuimos convocadas a este Encuentro feminista por el grupo liderado por Ana Isabel Arenas, Andrea Paola García, Diana Ávila y Diana Durango. Con el apoyo de Angélica Morán, Soledad Granada, y Ana María Granda. Llegamos 280 mujeres. Se programaron 20 paneles, con la participación de más de 85 ponentes. Asistimos a presentaciones rigurosas, ricas en experiencias y conceptualizaciones en torno a la economía feminista. Fue un encuentro cálido, estimulante, esperanzador.
Durante los cuatro días que duró el Encuentro, me acompañó la frase de la profesora Silvia Federici, feminista, historiadora y marxista: la primera revolución de las mujeres es en casa. El mundo de lo doméstico se convierte para las mujeres en el punto cero de nuestra práctica revolucionaria, cotidiana, potente.
Se trata en términos coloquiales de” poner la casa patas arriba “Lograr que la cuestión de la reproducción social entendida como múltiples actividades y relaciones gracias a las cuales nuestra vida y nuestra capacidad laboral se reconstruyen día a día, sea reconocida, valorada, redistribuida. Se trata de poner el cuidado en el corazón de la sociedad.
Hacer nuestra revolución en casa, implica que el trabajo de cuidado no remunerado, que según la encuesta de Uso del tiempo – ENUT- aplicada por el DANE entre el período 2021-2022 equivale al 20% del Producto Interno Bruto, sea considerado riqueza y que el Estado Social en nuestro país, se transforme en garante del cuidado como derecho.
El evento en Cali lo viví como una experiencia de sincronicidad vital y mágica, la ciudad de la resistencia y el poder popular, fue la ciudad que durante cuatro días nos abrió sus espacios para hablar del cuidado, del cuidado de la vida, de todas las vidas.