Por: Álvaro Rincón
Caminar por Bogotá es recorrer una ciudad que, en su afán de crecer, ha olvidado la importancia de hacerlo bien. Entre 2000 y 2024, la densidad poblacional aumentó un 21%, pasando de 158,9 a 192,3 habitantes por hectárea, según el DANE. A pesar de ello, seguimos atrapados en un modelo de urbanización obsoleto que nos obliga a desplazarnos cada vez más lejos para vivir, trabajar o estudiar. La falta de un plan de densificación inteligente ha convertido la movilidad en un desafío diario y ha deteriorado nuestra calidad de vida.
Recuerdo cuando Bogotá era una ciudad con desplazamientos de media hora entre los principales puntos urbanos. Hoy, recorrer esas mismas distancias puede tardar el doble o más. No es solo el crecimiento poblacional, sino la falta de infraestructura adecuada lo que ha llevado a este colapso. Es urgente repensar el modelo urbano y apostar por la densificación. No se trata de construir más sin control, sino de hacerlo con planificación, garantizando la creación del espacio público y el acceso a servicios esenciales.
Un ejemplo claro de las consecuencias del crecimiento desordenado es la movilidad. Mientras otras ciudades han desarrollado sistemas de transporte masivo eficientes, Bogotá sigue dependiendo de un sistema de buses colapsado; de nuestro único sistema de transporte masivo Transmilenio, que transporta diariamente 2.500.000 millones de personas o sea tres veces más, en la misma infraestructura original, que fue diseñada para 800.000 pasajeros; y una única línea de metro en construcción, que fue contratada 40 años tarde.
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En el año 1981, durante el gobierno del presidente Julio Cesar Turbay, un grupo de inversionistas japoneses, con el aval de su gobierno, propuso un modelo de construir, operar y transferir la propiedad a los 20 años, cuatro líneas de metro para nuestra ciudad. La propuesta fue rechazada, y hoy pagamos las consecuencias de esa decisión. La movilidad es el reflejo más evidente del problema estructural y político de la ciudad.
El modelo de densificación que propongo no se basa en simplemente construir más edificios en altura. La clave está en incentivar la edificación que premie con bonificaciones en altura, la liberación de metros cuadrados de construcción en primer piso para que el resto del lote sea dedicado al espacio público. A modo de ejemplo, en lugar de un edificio de 8 pisos de altura, con 5.000 metros cuadrados de construcción totales permitidos por la norma; se debería incentivar construir una torre de los mismos 5.000 metros cuadrados más 2.000 de bonificación, en 16 pisos, en la medida en que solo se ocupe en primer piso el 50% del lote; y se construya en el resto del terreno una zona verde colindante al andén para crear un parque o una plaza que engrandezca el espacio público.
En ciudades como San Francisco o Los Ángeles, uno puede caminar por el centro de la ciudad y encontrarse con plazas abiertas y esculturas de tamaño monumental que decoran espacios de uso público. Eso no ocurre por casualidad; los desarrolladores inmobiliarios reciben incentivos de altura a cambio de ceder gran parte de sus lotes para la creación de zonas abiertas para la ciudad.
Ciudades como Nueva York, Chicago y Tokio han implementado modelos semejantes con éxito, generando entornos y zonas de disfrute para el peatón mejorando ostensiblemente su calidad de vida. Pero aquí en Bogotá seguimos viendo edificios de 8 a 10 pisos con la misma morfología, sin dinamismo ni gracia arquitectónica resultantes del uso de las normas vigentes que poco dejan a la imaginación. Todo se resume en que nuestras construcciones son el resultado de la aplicación de una fórmula matemática exactamente igual en cada sector de la ciudad.
Pero la densificación propuesta no es solo un tema para tratar de resolver la movilidad y el espacio público. También esta impacta la seguridad y los servicios básicos. En una ciudad dispersa, el control policial es más difícil y costoso. En cambio, una ciudad con mayor densidad puede ser más fácil de vigilar con cámaras, mejor iluminación en el espacio público y mayor presencia policial.
Sin embargo, esta transformación debe ir de la mano con la modernización de la infraestructura. Barrios como Cedritos ya han evidenciado problemas con el alcantarillado y el suministro de agua debido a la proliferación de edificios en lotes en los que originalmente había una sola casa. ¿Cómo es posible que en plena ciudad existan tuberías sanitarias en barro cocido o arcilla de hace casi 70 años? Estas se rompen fácilmente, generando filtraciones, contaminación, daños estructurales en vías y edificios y siguen sin ser reemplazadas.
Si Bogotá sigue creciendo sin un plan claro de densificación, nos encaminamos a un colapso urbano mayor. No podemos seguir estirando la ciudad hacia los extremos sin fortalecer su centro. Densificar no es una opción, es una necesidad. El reto está en hacerlo bien. Para ello, necesitamos una visión de ciudades dentro de la gran ciudad, en la que autoridades, urbanistas y ciudadanos trabajemos juntos para construir una Bogotá más compacta, eficiente y habitable. De lo contrario, seguiremos atrapados en un círculo vicioso de congestión, deterioro urbano y falta de oportunidades para todos.
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