Cuando éramos felices y no lo sabíamos, la columna de Jaime Polanco

Magnífico y desgarrador relato de la periodista Melba Escobar en el libro ‘Cuando éramos felices y no lo sabíamos’ sobre la cruda realidad en la Colombia caribeña y la aterradora secuencia de acontecimientos, que llevaron a Venezuela al borde del abismo social y económico.

Qué buen momento para reflexionar sobre lo que acontece en Colombia y hacer ésta lectura sobre su pasado, el presente desalentador y un futuro comprometido por la falta de visión de Estado de sus mediocres dirigentes.

Éramos felices y no lo sabíamos cuando pensábamos en esa Colombia que miraba al futuro, anhelaba estar en la órbita mundial, exportaba cultura y deportistas, pero que al mismo tiempo, desde las élites urbanas olvidaban unas tasas de violencia interior que harían sonrojar a cualquier sociedad medianamente estructurada.

Qué felices nos sentíamos jugando a ser el país con la democracia más duradera de la región, pero teniendo las más altas tasas de políticos y altos funcionarios corruptos. Exportando nuestro café y nuestras flores a la misma vez que hacíamos la vista gorda para que miles de toneladas de coca salieran con la complicidad de los protectores del Estado.

Qué felicidad el día que se inauguró el puerto de Buenaventura para orgullo del desarrollismo del país. Se nos olvidaron los miles de bonaverenses viviendo a su alrededor, sumidos en la más absoluta pobreza, sin luz ni agua, y por supuesto, sin acueducto, derechos no adquiridos pero que llevarían a esas familias marginadas un mínimo hilo de esperanza y dignidad para salir de su involuntaria pobreza.

Qué contentas estaban las familias más acomodadas de las élites urbanas, soñando con colegios bilingües para sus hijos y una educación superior extranjera para la mejora del idioma y los contactos que tan bien venían para mayor gloria de los cabezas de hogar. Solamente se les olvidaba el abandono y la pobreza del sistema educativo en una gran parte de la geografía colombiana, donde los niños tenían que recorrer grandes distancias para acudir a una escuela con mínimos recursos y cuya único estímulo era tener una comida al día que allí recibían.

Qué dicha el saber que el sistema premiaba al bandido. Los puestos de trabajo sin contrato, las facturas sin impuestos, las compras por debajo de precio, las propiedades a nombre de otros. La informalidad se instalaba en el tejido comercial y económico del país con la anuencia y visto bueno de los más favorecidos, siempre y cuando ellos no se vieran presionados en sus cuasi monopolísticos negocios.

Qué orgullo ver los ránquines de ricos y famosos con algún colombiano en la lista. Ninguna pregunta acerca del origen de la riqueza, ni de los millones de personas con precariedad laboral y persecución fiscal que hacían lo imposible legal e ilegalmente para poder alimentar a sus familias. ¡¡Qué felices éramos!!

Cómo nos sentíamos de buenos ciudadanos mirando a otro lado, ante las explicaciones de las fuerzas militares y policiales sobre las llamadas ‘manzanas podridas’ cada vez que se les iba de las manos una situación de orden público o cuando algo no convenía a los gobernantes de turno y eran sometidas a vigilancias, o peor aún, a orquestadas y tenebrosas causas contra ellos, para hacerles pagar su insolencia contra el sistema.

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Ante la mirada atónita de medio mundo, Colombia lleva más de 30 días de desconcierto social. Millones de ciudadanos salieron a la calle a decir en voz alta que están cansados de “su felicidad”. Quieren una vida más digna, necesitan tener un futuro para sus hijos y que sus trabajos terminen siendo duraderos y mejor remunerados.

Los más jóvenes no necesitan más promesas falsas escudadas en mensajes politiqueros baratos. Las desigualdades y la pobreza los están acabando y sobre todo están agotadas sus ilusiones de permanecer en el país con un proyecto de vida propio.

También los están acabando las fuerzas del orden, incapaces de anteponer su profesionalidad a las buenas razones de la mayoría. La desproporcionada reacción de las fuerzas policiales no ha contribuido a mejorar el clima durante esta mes de conflicto social, que como siempre es aprovechado por grupos interesados en retar al Estado con violencia y provocación.

Y claro está, el Gobierno, cómplice necesario para que todo sea un desastre. ¡¡Qué felices éramos cuando pensábamos que los anteriores presidentes eran malos, pero no tanto!! Que los diferentes gobiernos, algunos de ellos muy corruptos política y monetariamente hablando, eran el mal necesario para ser felices sin saberlo. Ahora ya hemos podido constatar que este es el peor gobierno de la democracia reciente en nuestro país. Capaz de hacer todo al revés de como los acontecimientos reclaman y con una soberbia que sólo los rusos son capaces administrar.

Lejos quedan los días del cerco diplomático, el apoyo juvenil a Trump, las canciones en casa del vecino o la pachanguita en la casa del Real Madrid. Este gobierno ha fracasado en adivinar las necesidades de su pueblo, ha fracasado en mantener y reforzar el precario proceso de paz, ha sido más sordo que cualquier otro en la región, con la matanza de líderes sociales y comunales. ‘Mike’ ya no está, solamente nos queda el preciado asesoramiento del ya caduco Marcos Rubio, para mayor gloria de la cancillería.

Ya sabemos, quien con niños se acuesta, mojado se levanta.

@JaimePolancoS