The Pennsylvania Gazette publicaría el 09 de mayo de 1754 una viñeta cuya autoría fue atribuida a Benjamin Franklin (1706-1790), compuesta por una serpiente cascabel dividida en ocho partes (representaba la organización administrativa de las 13 colonias británicas que darían lugar a los Estados Unidos de América) acompañada de la frase “Join, or die” (Únete, o muere) que, a la postre constituyó un símbolo de la lucha política de los colonos para declarar el 04 de julio de 1776 su independencia del Imperio Británico, y se convertiría en estandarte primigenio de la unión norteamericana.
La viñeta de Franklin sigue vigente, el reciente triunfo electoral de Donald John Trump (1946), viento fresco para el ciudadano promedio, llega en tiempos de desunión, no en vano, ganó en los condados profundos que muchas veces no aparecen en los reportes noticiosos de los mass media. Trump representa para muchos, lo que no desearían para sí y sus hijos, pero también, para otros millares de personas representa la recuperación de la Familia, la Tradición y la Seguridad, perdidas durante los últimos decenios. Hacer a Estados Unidos grande otra vez, es su consigna, los estadounidenses lo merecen. Trump tiene un grande reto, unir las porciones de la serpiente cascabel que el progresismo refulgente de las grandes universidades y Think tanks han fraccionado y llevado a la decadencia societaria con relativización de valores.
Estados Unidos tiene la última oportunidad para retomar la otrora grandeza y el respeto de la comunidad internacional. Trump está a la altura de Putin, Jinping, Erdogan y Netanyahu, no sólo por su colosal físico, también por su particular forma de abordar el mundo. El viejo empresario transformado en político de oficio es el único que puede recuperar Occidente. Si Yo fuese estadounidense, probablemente estaría feliz por su triunfo, no porque Trump sea un mago; Trump tiene el talante para devolver la grandeza a Estados Unidos y recuperar su liderazgo; Putin y Jinping lo ven como un homólogo para dialogar, conciliar y poner fin a los conflictos internacionales.
Trump enfrentará grandes retos: En el escenario doméstico, unir a los estadounidenses, catapultar la industria en tiempos de inteligencia artificial, dialogar y cohesionar a los estados progresistas del norte con los estados conservadores del sur, aunado a eliminar la exclusión y la pobreza que se han vuelto habituales en las grandes ciudades. Otro reto de Trump, no por ello menos importante, la restauración moral de la sociedad estadounidense frente a la cultura woke que tanto daño ha hecho a la identidad americana. Cada vez es menor el respeto por la vida, la precarización del sentido de lo estético y lo sublime. La vulgaridad es la regla.
En el concierto internacional, la seguridad y las relaciones exteriores serán torales para los Estados Unidos, apoyo incondicional a Israel con Michael Dale Huckabee (1955) y exopolítica. La nominación de Marco Antonio Rubio (1971) como secretario de Estado es una bocanada renovadora que, tiene en el político de ancestros hispanoamericanos una de las promesas del Partido Republicano, futuro presidenciable. Otro acierto, Peter Brian Hegseth (1980) como secretario de Defensa, aunado al pragmatismo de Elon Reeve Musk (1971) como asesor honorario del Departamento de Eficiencia Gubernamental. Trump es muy inteligente, sabe bien que es un hombre mayor y así garantiza el recambio generacional.
Para verdades el tiempo, en cuatro años se sabrá qué tan bueno o qué tan malo fue el segundo mandato de Trump ¡Ojalá sea muy bueno! El Trump de hace ocho años, de shows y fakenews, se transformó en un hombre que hoy suma experiencia en el poder y conoce el amargo sabor de la derrota. Por el bien de todos, estadounidenses y no estadounidenses, que El Eterno le dé la sabiduría para decidir por lo correcto para el bienestar de su gente, y de paso, si le es posible, para el de toda la humanidad.