Desde el día en que se volvió a hablar de un sistema metro para Bogotá, no faltó los que se opusieran a esa idea, el primer de ellos, Enrique Peñalosa, quien para ese momento se disputaba la posibilidad de regresar a la alcaldía de la capital del país.
La idea de soñar con un metro fue de Samuel Moreno Rojas, aunque suene difícil de creer, y su gran opositor fue el exalcalde Peñalosa quien prometía llegar a una segunda alcaldía de Bogotá con más buses de TransMilenio en su maletín.
En adelante comenzaría el debate por donde debería ir el trazado de la primera línea y en ese tema se fue la Administración de Samuel Moreno, quien salió por la puerta de atrás por cuenta de los escándalos de corrupción que caracterizaron su alcaldía.
Llegó entonces Gustavo Petro, a quien hay que reconocerle la seriedad con la que trabajó los estudios, con la modalidad de metro subterráneo, la misma que cambiaría Enrique Peñalosa a su regreso al Palacio de Lievano por uno elevado.
Valga decir que Peñalosa no retornó a la Alcaldía de Bogotá con el convencimiento de darle continuidad al proyecto, porque en medio de la campaña electoral de 2015 cambió de opinión llevado por la presión mediática de una ciudadanía que ya empezaba a hastiarse de viajar incómoda en los buses articulados.
El reelegido alcalde Peñalosa dijo entonces sí al metro, pero no como lo pensó Gustavo Petro, su más enconado rival. Por supuesto, al cambiar el modelo, retrasó los tiempos de ejecución del proyecto y a pesar de que su entonces secretario de Gobierno, Miguel Uribe Turbay, hoy senador del Centro Democrático, aseguraba que para el 2022 ya estaría rodando la primera línea, era claro que este no se cumpliría, y el tiempo dio la razón a quienes lo dudaron, porque hoy, cuando está a punto de finalizar el 2022, la construcción está muy lejos de terminarse.
Cuando el turno para gobernar a Bogotá le corresponde a la actual alcaldesa, Claudia López, se da continuidad al modelo heredado por Enrique Peñalosa como un gesto de responsabilidad con la ciudad que ya había invertido mucho dinero en estudios de una cosa y la otra y en planes que no se habían llevado a la realidad.
Hoy, cuando por fin se ha avanzado en algo así sea mínimo para lo que es la magnitud de esta obra, aparece Gustavo Petro, esta vez como presidente de la república, pidiendo una revisión de los estudios y sugiriendo que el tramo que corresponde a la Avenida Caracas se haga bajo la modalidad de metro subterráneo, sin tener en cuenta que cualquier modificación no solo retrasa la obra, sino que además incrementa el valor que se debe invertir.
Es curioso que sea precisamente el Gobierno que prometió austeridad en el gasto, se muestre en disposición de aumentar la inversión para cumplir un capricho del primer mandatario. La pregunta del millón no es de donde saldrán los recursos sino a que sector se le quitarán, ¿al de seguridad y defensa de pronto?
Llama la atención además que el presidente pida revisar posibles cambios en el proyecto sin tener en cuenta que el contrato firmado no es con la Nación sino con el Distrito a través de la Empresa Metro de Bogotá, lo que obliga a contar con el Distrito para cualquier modificación o sugerencia que se quiera hacer.
Es posible que la construcción de la primera línea del metro no sufra ninguna modificación, pero aun así vale la pena preguntarse si es por lo menos responsable con la ciudad que se continúe en un debate, de si el metro es elevado o subterráneo, cuando Bogotá necesita soluciones en la movilidad que no dan espera.
No es ni serio ni responsable que se someta a la capital del país a que continúe en medio de la incertidumbre de si puede o no puede desarrollar un sistema de transporte urbano multimodal por cuenta de los caprichos personales de quienes de una u otra forma tienen la capacidad de decisión en su futuro.