Con solo un evento se puede dimensionar el grado de descomposición de la sociedad en que vivimos en Bogotá.
Hace unos días se registraba el crudo relato del asalto y abuso sexual a una joven menor de edad en una estación del sistema troncal de transporte masivo de la ciudad, localizada en un “buen” sector. No había policías ni vigilantes en la estación. Pero además y para empeorar la situación, tuvo muchos problemas absurdos para que el sistema de justicia le atendiera su denuncia (en unas “unidades de reacción inmediata”).
Como reacción a semejante brutalidad se respondió con más brutalidad: vandalizar buses y estaciones del sistema de transporte, para lograr una protesta visible por parte de mujeres feministas, según registraron las noticias.
Y hubo efectividad en localizar y apresar al asaltante violador, seguramente por la presión que implicó el video viralizado de la víctima que alentó a las protestas. Pero fue torturado y asesinado a golpes en una celda común con otros presos dentro de una estación de Policía ante la mirada de sus agentes que tenían la responsabilidad de cuidar de su vida para que recibiera el debido proceso.
Todo mal.
La protesta de las mujeres no es para menos. “Según la Veeduría, 7 de cada 10 mujeres manifestaron tener miedo a sufrir un ataque sexual en el transporte o en el espacio público” (citada por El Espectador). Incluso, durante la misma protesta, se conoció que fue abusada otra joven en un bus del sistema integrado.
El abusador “ya había sido capturado por actos sexuales obscenos. La comunidad lo denunció, la Policía lo capturó. Un fiscal de turno lo dejó libre. Diez días después abusó” de la víctima (El País). “La impunidad es el eslabón perdido de la seguridad”, dijo con razón la alcaldesa; más allá, sabemos que es su causa más próxima.
Lo que llamamos sociedad obedece a la evolución de una estrategia de supervivencia de los humanos, que así encuentran muchas mejores condiciones de vida que cuando están aislados. Sobre esto hay millones de explicaciones en casi todas las disciplinas del conocimiento y de todas las épocas. Para vivir en sociedad se necesita un código de comportamiento que permita la convivencia de seres que compiten permanentemente por recursos y beneficios. Buenos y malos. Las religiones jugaron ese papel en los tiempos iniciales de la civilización, pero el Derecho y los sistemas de Justicia representan la forma contemporánea en que debemos encontrar ese equilibrio que nos permita gozar de la promesa de la estrategia de vivir en sociedad: tales mejores condiciones de vida.
Lamentablemente no está sucediendo para todos los habitantes de esta ciudad. Para nadie puede ser desconocido. En muchos otros aspectos y con problemas muy fuertes también. Para no perder el foco quedémonos en este evento.
La furia descargada contra el sistema de transporte público, cada vez que se protesta, es probablemente una expresión del sentimiento contra el Estado ausente y de sus sistemas de Protección y de Justicia que deberíamos tener para lograr esas mejores condiciones de vida. Si no se protesta, y la protesta no tiene enorme impacto, no hay reacción de los gobernantes de turno, parece expresar la forma violenta de protestar. Pero también es el conocimiento generalizado de que no hay contención efectiva y que la protesta puede traspasar los límites razonables y entrar a los campos del delito como la vandalización de los activos públicos. De por sí, actos muy torpes, puesto que activos sociales que como Transmilenio están al servicio de la gente pobre mayoritariamente, y no de los gobernantes contra los que se protesta (o incluso de las clases altas, pero este no es el caso).
Quizás no se consideran ni públicos ni activos sociales. Y eso no es nuevo. Desde la colonia los colombianos parecieran no sentir que su Estado sea suyo sino de unos pocos dirigentes de paso, que sí lo han usufructuado hasta la saciedad en todas las épocas. Una muestra de esto se lee en la curiosa historia relacionada que está circulando en redes sobre la muerte del Tranvía (Samper, Local, 2022) que deja ver cómo vamos repitiendo problemas y no soluciones. La historia también nos deja claro que hemos llegado el estado descompuesto de nuestra sociedad en razón a todos los malos gobernantes que nos han tocado, y no una situación que emerge de súbito.
Pero es a los gobernantes actuales que les toca enfrentar el grado de descomposición que tenemos, y van a tener que ser más radicales. Y la agenda es compleja y con varios puntos muy difíciles. La suficiente presencia de la Policía combinada con su necesaria renovación estructural para llegar a ser confiable y respetada para todos los habitantes, los procedimientos judiciales acertados y expeditos, el sistema de justicia en general, y una enorme actividad en educación para la vida en sociedad, no solo en colegios y universidades, que se practique en todos los ámbitos, empezando por los mismos dirigentes.
Para no dejarlo en el plano conceptual, se puede citar un ejemplo relacionado. Quienes usan el sistema de transporte masivo saben de la creciente evasión del pago del tiquete. Hace una década era apenas del 4%, ahora está llegando al 30% (ProBogotá, 2002). Apenas unos años, los evasores se jugaban incluso la vida sorteando las calzadas de los autos y de los buses para saltar dentro de las estaciones. Ahora no se toman ni la molestia de saltar por encima de los trinquetes sino que pasan casi caminando por la entrada para los discapacitados.
Transmilenio está en el plan de poner barreras en las talanqueras para arreglar el problema de haber adoptado diseños hechos para un país europeo, para gente con buena cultura ciudadana. Eso pasa por no consultar nuestras realidades, y pasa en todos los sectores. También van a arreglar las puertas automáticas. Esperemos que aminoren el problema y que llegue a controlarlo. El gerente de Transmilenio incluso propuso la sanción social de pedir que no se contrate a las personas que se registren en flagrancia cometiendo evasión; un empleador debería considerar que un evasor es un mal ciudadano y que no es un buen candidato a ser un buen trabajador, pero el gerente tendría problemas con el derecho fundamental al trabajo si sigue promoviendo esta lógica.
¿Y la Policía? No tenemos suficientes policías y tampoco se puede arriesgar a unos jóvenes con poco entrenamiento a que sean atacados por gente solidaria en la evasión que emerge en un momento crítico de aprensión de evasores. Es decir, nada menos que el Estado llegó a su nivel de impotencia. Solo basta ir a cualquier estación del sistema de transporte y ver estas escenas tan retadoras, para saber que es así. Muy grave.
En especial porque el retorno a una verdadera gobernabilidad, en este caso del equilibrio entre lo que el ciudadano sabe que debe hacer y lo que sabe que no se le permite hacer (por el bien de la sociedad a la que pertenece) es cientos de veces más difícil que el camino recorrido hasta haberla perdido. La desidia, la incompetencia, la falta de amor a la patria de todos los gobernantes anteriores es la única causa continuada que explica que hubiésemos llegado a esta triste realidad.
Es su turno, gobernantes actuales.
* @refonsecaz