Por: Jaime Polanco
Seguro que ninguna otra noticia habrá sido más publicada en los últimos cien años que la pandemia del COVID-19. Cientos de millones de noticias, imágenes, audios o menciones en las redes sociales han bombardeado nuestras maltrechas personalidades duramente puestas a prueba en los períodos de aislamiento obligatorio, impuestos muchas veces por intereses nada claros del gobierno de turno.
¿Pero cuántas de esas declaraciones de presidentes, ministros, voceros, alcaldes, sindicatos, organizaciones empresariales etc., han sido realmente sinceras? ¿Cuántas han hablado con franqueza y claridad a la ciudadanía, alejadas del mezquino interés político de mejorar su imagen a costa de las “mentirijillas” de siempre?
En el mal entender de la ciudadanía sobre lo que está pasando, habrá que discernir entre dos variables totalmente diferentes, pero convergentes. De un lado, la realidad humana de la tragedia y las consecuencias personales de los encierros, impuestos por los gobiernos, unas veces pensando en el interés general y las muchas en el oportunismo político. Del otro lado, las consecuencias económicas, que necesariamente están llevando a la economía mundial, a una recesión sin precedentes y muy difícilmente superables en el medio plazo.
Medias verdades han utilizado diferentes gobernantes, para crear cuarentenas sin tener muy claras las cifras que las justifiquen o las consecuencias en la población que las sigue sufriendo estoicamente. ¿Cuánta información ha sido transmitida por los gobiernos, aprovechando la pandemia, para intoxicar mediáticamente a los ciudadanos, insuflando miedo (como si de una vacuna se tratara) para poder utilizar estos momentos de miedo colectivo?
¿Cuántas medias verdades para instrumentar los cientos de decretos unilateralmente publicados, aprovechando la ausencia de instituciones e intentando cambiar algunas reglas de juego, en beneficio de no se qué o quienes oscuros intereses nunca explicados?
Medias verdades oficiales, sobre las cifras de muertos en los países más afectados por la pandemia. Contados como si de cabezas de ganado se tratara, han sido manipulados, para no salir en el marcador mundial de lo horrores.
Miles de personas fallecidas sin registro legal de defunción sin cuerpos que identificar y con márgenes de error que pondrían colorado a la “república bananera” más desabrida del globo terráqueo. ¿Por qué, no han sido capaces de contar los muertos que salían de los hospitales, residencias de ancianos o simplemente fallecían en sus domicilios? ¿Qué clase de administraciones públicas creíamos que teníamos?
¿Cuántas medias verdades se han contado, de las fallidas compras de material hospitalario? ¿Cuántos cientos de delitos han cometido las administraciones públicas aprovechando el momento de urgencia de la pandemia? ¿Cuántas pruebas sobre los contagios, respiradores, instrumental médico especializado, tapabocas, guantes etc.… se han comprado por encima del precio de mercado? ¿Cuántos realmente han sido supervisados por las autoridades sanitarias? ¿De qué nivel habrá sido el detrimento patrimonial de los estados o de las instituciones publicas?
Pero como todo despropósito tiene una convergencia con la picaresca latina, algunas de estas preguntas tendrán que ser debidamente contestadas para que la ciudadanía sepa en qué se han invertido los recursos públicos.
En algún momento las instituciones de control tendrán que entrar a “saco”. Poner todos los recursos a su alcance para que, de una vez para siempre, se puedan desenmascarar las mafias que se mantienen alertas a cualquier oportunidad de hacer plata fácil, a costa de la debilidad administrativa y “política” del gobernante de turno.
¿Cuánto van a tardar los “virtuales congresistas” en estudiar y enmendar los decretos presidenciales que, aprovechando estos momentos de debilidad institucional, intentan en algunos casos llevar la democracia a situaciones muy al limite de lo establecido por la Constitución?
Con medias verdades se han construido muchas operaciones sociales y políticas. Muchos gobiernos mediocres han llegado a tomar decisiones de clara trascendencia para sus países, sin tener la mínima información necesaria que sustentara poderlas tomar.
La pandemia ha devuelto a los gobernantes de medio pelo un instrumento poderosísimo para reconducir sus despropósitos políticos. La manipulación de la verdad.
La instrumentalización del dolor ajeno para el beneficio propio y la confusión mediática para mantener atemorizada a la ciudadanía, les ha dado buenos réditos. Después de más de seis millones de contagiados y cerca de 370 mil muertos, no queda lugar para seguir usando las malditas medias verdades.
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