El Tanaj en el Nebiím Rishonim: Shofetim (Libro de Jueces), 17:6 refiere: “En aquellos días no había rey en Israel; cada cual hacía lo que era recto en sus ojos”, tiempos de jueces que gobernaban Israel, recién terminaban veinte años en los que Shimshón (Sansón) había ejercido la judicatura y veinte más de paz al destruir a los pelishtim (filisteos) entre las columnas, lo que dejó más de tres mil fallecidos. Los Israelitas se acercaban al Eterno por temporadas, en otras, se alejaban tras ídolos, quebrantando sus mitzvás (mandamientos). No había rey, cada quien hacía lo que le parecía recto a sus ojos.
Levantar estatuas para idolatrarlas estaba a pedir de boca, los hijos robaban a sus padres para edificarlas como lo hizo Mihayhu que, hurtó mil cien ciclos de plata de su madre, e instituyó como sacerdote a un joven de Bet Léjem (Belén). Cada vez que los israelitas tomaban rumbos “correctos” según sus pareceres, El Eterno infligía sufrimiento que, generalmente provenía de pueblos vecinos; cuando el pueblo de Israel imploraba la protección del Eterno, les compadecía y les vindicaba para aliviar sus cargas.
Hacer lo correcto es un imperativo moral. El problema con hacer lo correcto surge cuando cada quien tiene una versión propia de lo que es lo correcto; para muchos delincuentes y rebeldes, la delincuencia y la rebeldía son sinónimos de corrección, por ello hay quienes se levantan en armas contra el Estado y otros roban al rico para dar al pobre, bajo el sentir de que hacen lo correcto.
Obrar lo correcto es hacer lo debido de la mejor manera. No se trata de categorizar entre lo bueno y lo malo. Se debería obrar en busca de lo correcto, evitando siempre lo incorrecto. Lo correcto tendrá un solo accionar, no hay diversidad de correcciones. Lo correcto implica esfuerzo, disciplina y grandes dosis de obediencia. En gracia de discusión, para Israel lo correcto emana de los mandatos de El Eterno Creador. En las sociedades contemporáneas no siempre lo correcto está en la ley, en razón a que ley humana es humanamente imperfecta como lo son sus legisladores, quienes suelen trasladar pasiones e intereses personales a las leyes que profieren, lo que aplica en todos los Estados.
Hacer lo correcto no siempre encarna per se el principio de legalidad, verbo y gracia, en muchas sociedades casar niñas con hombres mayores, consumir heroína y prostituirse es legal, pero no por ser legal es lo correcto. Sólo cuando las comunidades construyan consensos sobre lo que es correcto, habrá justicia y paz. Hacer la guerra en muchos estados es ilegal y la paz es un deber, no obstante, hay casos donde la guerra es lo correcto y se justifica. La única paz verdadera es la paz que se logra con las armas, así ha sido desde los inicios de la misma humanidad y lo será por lo que resta de humanidad.
¿Cuál es el racero para determinar qué es lo correcto? No siempre es la ley. Las sociedades contemporáneas se han alejado del Creador, han reinterpretado sus mandatos para ajustarlos a los intereses de la época. Cuando la ley moral pasa a segundo plano porque resulta “insuficiente” o “vetusta” para determinar lo correcto, es plausible apelar al menos común de los sentidos: El sentido común.
El sentido común fue dado por el Eterno a los hombres para que ejercieran el libre albedrio y pudiesen discernir entre lo correcto y lo incorrecto. El sentido común se ejercita, se precisa para gobernar un estado y también para elegir el alimento. Sentido común es lo que menos abunda, porque poco se valora. Obrar estúpidamente y sin sentido es la consigna de esta época de rebeldía y nueva era. Todos los actos de barbarie pudiesen haber sido evitados si se hubiese optado por hacer lo correcto.