Nunca como antes había sentido tantas ganas de que mis hijas regresaran al colegio. Hace ya casi siete meses los padres nos convertimos en estudiantes y entre experimentos en el comedor, clases de música en la sala y conteo de unidades, décimas y centenas con cubiertos, algunos finalizamos un año escolar y empezamos otro con mejores adaptaciones, pero extrañando nuestros espacios de adultos y ellas de niñas. Mis hijas, como los niños de la mayoría, han demostrado ser unas guerreras y a su corta edad lo único que piden es lo que yo jamás hubiera imaginado: regresar al colegio.
Esta semana el Gobierno escuchó esa petición generalizada y dio luz verde a que la educación retorne en un modelo de alternancia, un esquema que tiene a todos con los pelos de punta por los innegables riesgos asociados, pero que sin duda es necesario. Las niñas y niños extrañan sus salones, el campo de juegos, a sus compañeros y aunque a muchos nos suene extraño, a sus profesores. Su espacio de socialización está roto y los padres, por más dedicados y cercanos que seamos, somos unos alienígenas que navegamos en otra frecuencia.
Más allá de que no quiero que más maestras y educadores conozcan mis baños o me encuentren temprano corriendo en pijama con el desayuno de alguna de mis hijas en la mano, siento que el modelo tiene que ponerse a prueba y que nuestro sistema de autocuidado será nuevamente el eje central de la discusión. Estoy seguro de que será más fácil que mis hijas mantengan la distancia y se queden con su tapabocas puesto todo el día, a que muchos adultos que van a interactuar con ellas lo hagan con la exigencia y compromiso que la situación amerita (ojalá me equivoque). Lo digo, no porque sean mis hijas, sino porque los pequeños saben cuándo son indispensables las reglas, las interiorizan y creen en la lógica de una sencilla explicación, dudo poderosamente de nosotros los adultos.
Parece difícil de entender que lavarse las manos constantemente, ponerse un tapabocas y conservar una distancia prudencial, sean tres reglas tan difíciles de aceptar para algunos, pero es lo que mundialmente nos está enseñando este invitado no deseado del Coronavirus. El modelo educativo se pondrá a prueba y nos llegó el momento a todos los que estudian y a los que acompañamos de cerca su proceso, demostrar que lo podemos hacer.
Estoy mentalmente preparado para que mis hijas vuelvan al colegio en el modelo que sea, con los horarios que hayan estipulado los más expertos. Estoy listo para dejar salir de mis pantallas a tantas personas que han entrado a mi casa para convertirse en compañeros de mis hijas buscando que se enganchen con la historia y la gramática. Estoy listo para dejar que muchas tareas las hagan en otro espacio y que tengan las conversaciones que quieran con sus amigas, sin la tutela constante de nosotros los adultos que sin querer nos metemos, regulamos y controlamos.
Volverán las clases presenciales para muchos y será un encuentro épico. Siete meses después de creer que tan solo estarían separados por unas pocas semanas, se volverán a ver y sentirán la magia de mirarse a los ojos, tenerse cerca, a pocos metros. Hagamos todos lo que esté en nuestras manos para que el modelo funcione y sigamos cumpliendo ese deseo de toda niña y niño: volver al colegio.
@AlfonsoCastrCid | Managing Partner KREAB Colombia