Un paso adelante y dos atrás: la reforma laboral y sus silencios incómodos
Mientras en la Comisión Cuarta del Congreso se celebraban avances en la reforma laboral –como el recargo nocturno desde las 7:00 p.m. y el reconocimiento del 100% del recargo dominical y festivo–, otros temas fundamentales fueron, nuevamente, dejados en un segundo plano o reducidos hasta volverse casi invisibles: las personas con discapacidad y las personas menstruantes.
¿Y la discapacidad?
Colombia tiene, según estimaciones, alrededor de 2,65 millones de personas con discapacidad, lo que representa el 5,6% de la población. El país reconoce siete tipos de discapacidad: física, auditiva, visual, sordoceguera, intelectual, psicosocial y múltiple. Sin embargo, la reforma laboral omitió establecer mecanismos claros y obligatorios de inclusión laboral para estas personas.
Hoy el trabajo sigue siendo un derecho negado para muchos. Las empresas, cuando abren convocatorias “inclusivas”, suelen privilegiar a quienes, dentro del espectro de la discapacidad, presentan condiciones funcionales cercanas al ideal productivo. ¿Y el resto? ¿Dónde quedan las personas con discapacidad psicosocial o múltiple? ¿Quién define a quién se le da la oportunidad y a quién no?
Proponemos algo sencillo y transformador: una cuota obligatoria de contratación por tipo de discapacidad. No basta con decir “2 de cada 100 empleados tendrán discapacidad”. Se necesita garantizar que todos los tipos de discapacidad estén representados. ¿Qué tal 7 de cada 100, una por cada tipo reconocida? Esto obligaría a las empresas a repensar sus entornos laborales y a romper la lógica capacitista que aún rdomina el mundo del trabajo.
¿Y las personas menstruantes?
Otro retroceso evidente fue la reducción del artículo 18 de la reforma, que buscaba garantizar una licencia menstrual remunerada. El texto aprobado solo protege a quienes presentan menstruaciones incapacitantes o con diagnósticos médicos como endometriosis, limitando el acceso a un derecho que debería ser universal para quienes menstrúan.
La propuesta inicial no se trataba de un privilegio, sino de una medida de equidad. La menstruación no es una enfermedad, pero sí puede afectar el bienestar, la concentración y el rendimiento. Y si el trabajo es humano, debe reconocer las realidades humanas.
Además, se ignoró por completo a las personas trans, no binarias y otras identidades menstruantes, lo que demuestra una mirada aún binaria y excluyente del género en el mundo laboral.
¿Una reforma para quién?
La reforma laboral debía ser una oportunidad para hacer del trabajo un verdadero derecho inclusivo, interseccional y justo. Pero parece que se legisla aún con una idea limitada del trabajador: normativo, productivo, sin dolor, sin discapacidad, sin diversidad.
No basta con ajustes cosméticos. Lo que está en juego es la transformación del arquetipo laboral, ese que define quién es sujeto de derechos y quién debe seguir esperando en la sala de exclusión.
Colombia no necesita solo reformas laborales. Necesita una reforma ética del trabajo. Una que reconozca que no hay desarrollo posible si sigue descansando sobre la exclusión de cuerpos diversos.