Si hay un discurso que produce desconfianza, escepticismo y algo de malestar entre los colombianos es: hablar de paz. Lo que debería ser un propósito colectivo y un valor fundamental para construir una sociedad, hoy es solo una idea sonsa mirada con desdén.
La tal paz, no existe, y cada vez somos más conscientes que debemos dejar atrás este ideal para avanzar hacia pensamientos más reales, acciones más correctivas y ser menos románticos con la idea de ‘paz total’. Los ciclos de violencia en Colombia son evidentes, las generaciones pasan siendo testigos de estos dolorosos hechos, la prensa no cambia los titulares y la historia parece ‘calcarse’ década tras década.
El asesinato del senador y precandidato presidencial, Miguel Uribe Turbay, hizo recordar que el país es un escenario de máximo riesgo para el ejercicio de la política, Además, alrededor de este despreciable hecho quedaron al descubierto otras señales que prueban que la reconciliación (como insumo prioritario para consolidar una cultura de paz) es algo que está demasiado lejos para nuestra sociedad.
Primero: una constante batalla y un airado resentimiento entre expresidentes que alimentan la confrontación en la opinión pública. Segundo: un gobierno poco conciliador, algo indolente e inoportuno en las intervenciones de sus funcionarios y a la vez muy ‘tibio’ para repudiar el hecho y hacer un llamado a la unidad del país. Tercero: unos candidatos presidenciales oportunistas, con palabras vengativas y haciendo señalamientos innecesarios e irresponsables en tan difícil situación. Y, por último, un pulso dañino en las conversaciones de las redes sociales justificando hechos de violencia de un lado y del otro.
Frente a este panorama, será difícil poner en primer plano el discurso de la paz dentro de la agenda pública del país. El proceso de paz con las FARC cada vez pierde mayor legitimidad con el crecimiento de las disidencias; la paz total del actual gobierno es un fracaso que luce desordenado y sin norte y que le abrió el horizonte de criminalidad a múltiples grupos insurgentes. El magnicidio de Uribe Turbay reafirma las heridas del pasado. El gobierno de Gustavo Petro se muestra cada vez más sectario, aislado y cuestionado a nivel nacional e internacional. Hay razones fácticas para pensar que la paz es una utopía, por lo menos en Colombia.
Frente a este panorama, la línea del discurso y las propuestas de cara a las próximas elecciones del año 2026 (parlamentarias y presidenciales) será la seguridad. Ya lo planteaba el desaparecido senador Uribe Turbay, y así lo enfatizó su padre Miguel Uribe Londoño durante su funeral: una sociedad que no le apueste a la seguridad, difícilmente podrá pensarse en una convivencia en armonía.
Más que violencia política en Colombia, sí es claro que existen altos niveles de criminalidad por: narcotráfico, corrupción y otros factores sociales que causa la falta de capital social.
La inversión económica y política en procesos de negociación es alta para el Estado colombiano y no es justo seguir gastando recursos en iniciativas que pierden legalidad y legitimidad y que son difíciles de sostener. Es tiempo de replantearnos un cambio en el paradigma de paz para avanzar con otras acciones y planes que nos permitan más confianza, reducir la criminalidad y abrir nuevos horizontes en la conversación nacional
Tristemente debemos contemplar que la violencia no se mitiga con discursos, que la paz va más allá de un relato y que la seguridad es fundamental para estar menos expuestos y sí más preparados ante una criminalidad que no da tregua, sin importar si gobierna la izquierda o la derecha.
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