Cuando un hijo parte de este plano terrenal, no solo deja recuerdos, sino también banderas que ondean en el viento de sus sueños y sus luchas. Y es el padre, con el corazón herido, roto, pero firme, quien se convierte en el portador más digno de esas causas; porque nadie conoce mejor el valor de su legado, ni el amor que lo impulsó, que su propia familia, su sangre.
Recoger esas banderas no es solo un homenaje, también representa justicia y un compromiso con la vida que su hijo soñó, con la esperanza que sembró en todo un país. Es decirle al mundo que su voz no se ha apagado y que se mantendrá vigente.
Por eso hoy expreso con total convicción mi respaldo a Miguel Uribe Londoño en este nuevo propósito de vida: continuar el legado de su hijo, Miguel Uribe Turbay, a quien los violentos le arrancaron la vida.
Es bíblico, quien honra al hijo, honra también al padre. En cada paso que dé Miguel papá, caminará también Miguel hijo. En cada palabra que pronuncie, resonará su voz. En cada abrazo, se perpetuará su presencia.
Felicito a este padre que decidió transformar su dolor en propósito. Hoy, más que nunca, Colombia necesita avanzar con fuerza, pues es más que evidente que tenemos un país sumido en la violencia y el desgobierno. Esta semana, el terrorismo volvió a golpearnos duramente, esta vez, en los departamentos de Antioquia, Valle del Cauca y Caquetá.
Precisamente, esa cruda realidad que padecemos fue la que quiso acabar Miguel Uribe Turbay y la que siempre cuestionó desde la tribuna política.
Debo decir que, Miguel no fue solo concejal, candidato a la Alcaldía de Bogotá, senador de la República o precandidato presidencial. Para mí fue un hermano, un mentor, un amigo entrañable. Miguel llegó a mi vida como un regalo del cielo y la transformó para siempre.
Lo he dicho y lo repito: con Miguel aprendí una masterclass en humildad, integridad y generosidad. Su carisma conquistaba, pero era su forma de ser la que verdaderamente lo hacía inolvidable. Hoy, mientras Bogotá y Colombia lloran su partida, me quedo con las enseñanzas que me regaló durante una década de lucha, sueños compartidos y profundas conversaciones.
Miguel me enseñó que los principios no se negocian. Esa lección, que su madre le transmitió con valentía en medio del dolor, lo acompañó siempre como brújula moral. Su vida entera fue un testimonio de coherencia, incluso cuando lo más fácil era ceder. En ese trasegar siempre estuvo ese padre que hoy toma su legado. Fue quien lo formó y lo llevó a ser quien fue.
El señor Miguel Uribe Londoño ha vivido lo que ningún ser humano debería: que la violencia le arrebate a su esposa y ahora también a su hijo. Y, aun así, lo vemos de pie y decidido a transformar tantos sinsabores, tal y como lo soñó su hijo. En él vemos cómo la memoria se convierte en acción y el duelo en esperanza.
Miguel nos dejó un edificio en obra gris. Lo construyó con los mejores materiales: principios, amor, perdón, inteligencia y agradecimiento. Ahora, nos corresponde a nosotros, los que lo quisimos, los que lo admiramos, los que compartimos su causa, terminarla.
La seguridad debe ser nuestra bandera, y una Colombia sin violencia, nuestro propósito de vida. Que su voz, que su ejemplo, que su lucha sigan guiando cada paso que damos.
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