La movilidad de Bogotá enfrentó en los últimos años uno de los experimentos más ambiciosos en materia de sostenibilidad: el Sistema de Bicicletas Compartidas. Lo que en su momento representó un salto hacia adelante, hoy se está derrumbando poco a poco, en medio de un modelo financiero fallido. Como Vicepresidente del Concejo de Bogotá, denuncié la gravedad de esta crisis y advertí sobre su inminente desaparición si no se actúa de inmediato.
Desde el inicio, la narrativa oficial buscó atribuir el fracaso al vandalismo. Sin embargo, demostramos otra realidad: el verdadero problema está en la inviabilidad del modelo financiero del contrato que se celebró en enero de 2022, durante la administración de la exalcaldesa Claudia López, con Tembici. Contractualmente, este operador recibe ingresos por las tarifas de alquiler de bicicletas, los patrocionios en las bicicletas y/o estaciones y la publicidad exterior visual. En 2023, el sistema tenía una tarifa de $1.300 pesos por viaje esporádico y en su primer año de operación alcanzó más de 1.2 millones de viajes acumulados.
La situación cambió de raíz cuando algunos patrocinadores se retiraron. De hecho, como justificación para la última modificación que se le hizo al contrato en febrero de este año, Tembici le manifestó a la Secretaría de Movilidad dificultades financieras en sus principales fuentes de ingresos, como son la publicidad exterior visual y los patrocinios.
En 2025, con una tarifa disparada a 4.850 pesos, el sistema perdió usuarios y empezó su colapso. La fórmula fue sencilla: menos patrocinios, menos usuarios y, en consecuencia, quiebra asegurada. Esa cadena de incidentes no se explicó con suficiente claridad a la ciudadanía y, en cambio, se maquilló como un único problema: el vandalismo.
Los efectos ya se ven en las calles. 150 estaciones ya se desmontaron con la excusa que serán renovadas, pero mientras tanto muchos usuarios se quedan sin acceso a un servicio que marque la diferencia en su movilidad diaria. Bogotá, que se proclamó capital mundial de la bicicleta, no puede permitirse que un programa esencial para la movilidad sostenible se desmorone frente a sus ojos.
Este sistema no es un accesorio. Es una pieza clave dentro del engranaje de transporte integrado que articula bicicleta, buses, Transmilenio, cables y, en el futuro inmediato, el Metro. La bicicleta compartida complementa otros modos de transporte, además de consolidarse como una alternativa limpia y eficiente.
La administración distrital puede evitar este desenlace. La Secretaría de Movilidad debe sentarse a renegociar el contrato, o evaluar futuras licitaciones o incluso asumir la operación de manera directa.
Bogotá no puede darse el lujo de dejar morir este sistema. Si de verdad aspiramos a una movilidad sostenible e incluyente, debemos rescatar la bicicleta compartida. Hoy necesitamos soluciones inmediatas y sostenibles, porque la ciudad necesita un transporte donde todos los modos se complementen y fortalezcan entre sí.
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