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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Luis Carlos Martínez

Charlatanes y lugares comunes

Muchas cosas se han perdido con la masificación de la información y en la era de la hiperconectividad, por ejemplo, la exclusividad, la originalidad y, sobre todo, la capacidad de encontrar discursos e ideas con buen argumento y que soporten un análisis profundo en sus planteamientos. Me temo que estamos en la época de los lugares comunes y porque no decirlo: de los charlatanes.

Esto que afirmo supone un riesgo para mi profesión y oficio, como consultor, formador y en algunos momentos periodista. Pero, también supone un enorme desafío para encontrar un punto equilibrado en los discursos y en las conversaciones. Todo apunta a que ahora más que nunca, tienen la ventaja aquellos que hablan más fuerte y bonito.

 

Las redes sociales son el alimento preciso para que los humanos nos nutramos del reconocimiento, la aceptación y la validez. Además, quien hoy tenga habilidades comunicativas asume que puede convertirse en chef profesional, entrenador físico, psicólogo o crítico de moda. Si se combinan estos dos factores, nos enfrentamos a la triste realidad de validar y posicionar personajes y liderazgos que terminan por convertirse en actos teatrales.

Y está bien pensar que somos libres de aspirar a cualquier cosa. El asunto es cuando esas aspiraciones tienen un impacto alto en la organización y en el equilibrio de las cosas. Los charlatanes le están ganando el pulso a la formación académica y a la experiencia consolidada.

El asunto toma mayor importancia cuando están en juego posiciones de poder y liderazgo en la vida pública. De esto nos da una ‘sutil’ prueba Gustavo Petro, quien, sin ruborizarse, ha puesto a liderar las entidades y los presupuestos del Estado a personas que claramente su mayor habilidad ha sido repetir una y otra vez estribillos simples y desteñidos. Esta tarea requiere de cinismo, que, aunque tenga mala connotación el calificativo, hoy es una capacidad clave para usurpar posiciones en las cuales no se tiene experticia y ni respaldo académico.

Lo más grave es que estos antecedentes les ha abierto el apetito a quienes buscan desenfrenadamente ese reconocimiento y poder que da la administración pública. Otra ‘sutil’ prueba la da una periodista histriónica, escénica y expresiva, que, con un discurso plagado de frases de cajón, sin contar con experiencia previa, ni formación técnica al respecto, aspira a tomar las riendas del país. Si bien el periodismo es una labor necesaria para el equilibrio de la democracia, y la señora tiene basta experiencia en el campo, estoy seguro de que se requiere de habilidades que no las da 30 años de trayectoria periodística. El cargo al que aspira es de enorme responsabilidad y con cualidades específicas. Pero claro, desde hace dos periodos el listón ha ido cayendo.

Como la famosa periodista, saltarán otros ‘iluminados’ que con gritos, frases escandalosas y miradas punzantes creerán que tienen la fórmula para encantar y ganar. Mientras tanto nos queda aprender del presente, y ver el ejemplo de cómo alguien se quedó atrapado en su charlatanería, sin poder ejecutar lo que prometía en discursos. Hablar es gratis y todos tenemos una opinión (así como un par de zapatos dice el tenista Jimmy Connors), pero la capacidad y la habilidad para ejecutar está reservada para quienes se han formado de manera integral.

Es muy probable que muchos charlatanes sigan usurpando lugares que no les corresponden: ni por formación, ni por experiencia, y a veces por falta cualidades humanas. Debemos estar atentos para digerir más esos discursos llenos de tremenda retórica y mucho dramatismo, para darle más cabida a la razón, la sensatez y el equilibro que sí se tiene cuando nos alejamos de las ‘frases de cajón’ y el vacío de las palabras.

Luis Carlos Martínez

La vida y el tenis con Rafa Nadal

Creo en el amor a primera vista. El tenis y Rafa Nadal son prueba de ello. Desde aquel abril de 2005 cuando el mundo de la raqueta comenzaba a asombrarse con la joven promesa española, yo sabía que él sería una súper estrella y que seguiría su carrera de manera religiosa capando algunas clases, escapándome del trabajo y orando de la mano con mis hermanos para que ganara los partidos.

De ese joven con pantalones largos y bandana tipo pirata me llamó la atención su capacidad retadora y su garra para trabajar los puntos como ‘una fiera’. En esos días de surgir, el tenis era dominado de forma contundente por otra leyenda: Roger Federer, pero el niño maravilla de Manacor (España) llegó para hacerle frente y ambientar una de las rivalidades más famosas y hermosas del deporte.

 

El primer gran partido entre Nadal y Federer se dio en el Open de Francia del 2005. En aquella semifinal el español desplegó un tenis basado en la potencia y la agilidad para moverse en pista. De esta forma venció al suizo y en seguida ganó el primero de sus 14 títulos de Roland Garros.

Con fama de especialista en tierra batida, Rafa comenzó una tarea que lo llevaría a conquistar los principales trofeos del tenis. Fue constante y pudo vencer a Federer en su feudo de Londres, en el que muchos consideramos el mejor partido de la historia del tenis: la final de Wimbledon 2008. Además, en este mismo año se colgó la medalla de oro en los Olímpicos de Pekín.

Pero el viaje conquistador de Rafa se traslado a Melbourne, ganando el Open de Australia de 2009 en otro de los encuentros míticos con el gigante suizo. Al año siguiente mientras seguía dominando la tierra de Paris, el joven completo el ‘póker’ del tenis venciendo a un naciente Novak Djokovic durante la final del Usopen 2010 en New York.

Rafa fue conquistador de todas las superficies del tenis a pesar de su especialidad sobre tierra batida, domingo tras domingo compartía cartel en las finales con Roger y Novak. Nunca la tuvo fácil, porque cuando encontró la fórmula para superar al suizo, apareció un serbio que lo llevaba siempre al límite.

Hoy Rafa Nadal le pone punto final a una carrera profesional de casi 23 años, y con ello nos deja enormes referencias para aplicarlas a diferentes facetas de nuestras vidas.

Un hombre fiel a sus valores, porque la pasión, el trabajo en equipo y la gratitud hicieron parte de su esencia en cada partido y cada torneo donde apareció.

Un deportista correcto en su comunicación, porque fue claro y directo cuando había que hacerlo; prudente y silencioso cuando la situación lo requería.

Una persona que siempre valoró a su equipo, porque construyó relaciones de confianza con sus dos entrenadores, Toni Nadal y Carlos Moyá, así como con sus representantes y todo el staff que le acompañó.

Construyó una familia real y unida, porque mantuvo la prudencia y el valor para sostener a sus seres queridos libres de polémicas a pesar de lo extenuante y sobreexpuesta que resulta la alta competencia.

Por estas y otras tantas lecciones, hoy Rafa Nadal nos ilustra el cierre de un ciclo ganador (más allá de todos sus títulos) donde el trabajo fuerte, la capacidad de adaptación, el amor por su deporte y la sencillez en sus acciones se quedarán por siempre en la memoria de los aficionados al tenis y del mundo deportivo.

No me equivoqué al pensar en su grandeza, tampoco siento tristeza del fin de su carrera. Sí tengo mucha alegría de haber gozado con el alma cada partido, cada final y cada entrevista concedida. Intenté verlo en New York y en Paris, pero nunca coincidimos, tal vez la vida nos de una cita más viejos, más sabios y con más capítulos por contar de su ejemplar trayectoria.
Por inspirarnos, emocionarnos y siempre ser una fiera para luchar, mil gracias Rafa.

Luis Carlos Martínez

Un periodismo vanidoso

El periodismo es un oficio fascinante, ninguno de los que hayamos estado inmersos en esta profesión diríamos lo contrario. Es una labor que nos permite recorrer e interpretar diferentes realidades, para generar conversaciones que ayudan a visibilizar los problemas; en el mejor de los casos, aportar soluciones. Como lo diría una buena amiga: es una forma de conectar diferentes historias, en un mundo cada vez más polarizado.

Y en este viaje los periodistas conversamos con economistas, políticos, deportistas, artistas y hasta con delincuentes de diferentes naturalezas. Justo en este recorrido corremos el riesgo de saltar los límites éticos para trasgredir los escenarios que le pertenecen a otros. Por momentos se nos olvida que no somos el juez, tampoco el científico, menos el político, tampoco el hincha. Debemos darle la garantía a nuestras audiencias de que tenemos la capacidad de reposar la información y entregarla lo mejor depurada posible.

 

Muchos dirán que eso no es fácil, que la objetividad no existe, que nadie nos puede imponer una agenda y un sinfín de excusas más, pero justamente este comportamiento sereno y equilibrado es lo que nos diferencia de las demás profesiones. Tener la capacidad de crear una conversación respetuosa, estructurada y coherente debe ser nuestro mayor talento.
Sin embargo, me da la sensación de que cada vez esos lineamientos están más desvirtuados. Actualmente, es visible que la industria de los medios y quienes direccionan estos son personas visiblemente incendiarias, poco equilibradas, muy contestatarias y repletas de arrogancia: una representación del periodismo vanidoso y ególatra.

Es una verdadera pena que la visibilidad y el reconocimiento que tienen algunos colegas sea usado por ellos para crear un escenario confuso, mañoso y tramposo en un momento crítico para el país. El periodismo no está para sacar ventajas electorales, ni para proferir condenas, mucho menos para estropear la economía con cifras y ecuaciones malintencionadas; como tampoco para ensalzar gobiernos corruptos y disfuncionales.

Durante la última elección presidencial en Colombia, una de las cosas más curiosas fue la descarada participación de periodistas en las campañas, insulto tras insulto de un bando y otro, fueron la constante. Ahora el panorama es más crítico, el periodismo quiere poner candidato a expensas de lo que esto signifique para la calidad del oficio y el futuro del país.
La solapada candidatura de un director de medio de comunicación le hace profundo daño a la democracia, sus límites y sobre todo a la confianza y a la credibilidad que son escazas en estos tiempos. A los colegas de las redacciones, les sugiero que no permitan que el apasionamiento y la ambición personal los lleve a romper los límites del respeto hacia otras disciplinas y escenarios que merecen toda la dignidad y la altura que el periodismo vanidoso nunca podrá ofrecer.

Luis Carlos Martínez González

Un autogolpe como su única vía

Muchos teníamos la esperanza que, con su llegada a la presidencia, Gustavo Petro moderaría sus delirios de persecución que tanto acusó cuando fue alcalde de Bogotá, pero, todo lo contrario. Todo indica que lo único que sabe hacer como presidente es dar discursos incendiarios, obstinados y enfocados a aumentar la polarización del país.

Próximo a cumplirse la mitad de su gobierno y con un pobre avance de su legado: altos niveles de polarización, pésima ejecución del presupuesto de las instituciones y varios escándalos de corrupción similares a los que atacaba en el pasado con vehemencia. Así las cosas, la actitud de Petro es cada vez más preocupante para los que creemos en mantener un sistema democrático con muchos ‘vicios’, pero con otras tantas garantías para mantener la senda del desarrollo país.

 

Insiste en repetir como propaganda política que habrá un golpe blando, que más bien parece ser la única ruta que tiene para salir de la presidencia, en el mejor de los escenarios, como un mártir. Queda claro que la personalidad del presidente es la de un hombre que solo le gusta la confrontación, el discurso pomposo y vacío, además de las eternas excusas para evadir la responsabilidad de sus actos. Así fue como militante de un grupo guerrillero, así fue como alcalde y así ha sido como presidente.

Es probable que veamos un Petro más quejoso, más sensible y más ‘víctima’ que siempre, todo para excusar los profundos vacíos que deja su manera de gobernar. Al presidente se le agota el tiempo para convertir su historia en la de ese mártir: incomprendido, vulnerado y atacado por las élites que le odian.

Petro es consciente que ya no tiene los votos que lo llevaron a la presidencia. Hoy la democracia no es una opción para volver a ganar: ni él, ni la de otros seguidores de su desgobierno. Con este panorama, el caos y la revolución es el camino más viable para mantenerse en el poder o para intentar limpiar su falta de liderazgo como gobernante.

Serán días de mucho cuidado y de alerta permanente para todas las instituciones y los mecanismos que ayudan a mantener la estabilidad del país. El Presidente no perderá oportunidad, ni discurso, para hablar del ‘golpe blando’, porque sabe que es la única vía que le funciona ante la posibilidad de quedar como uno de los mayores fiascos políticos del siglo XXI.

Luis Carlos Martínez

¡Dime de qué presumes y te diré de qué careces!

Para ser buen periodista hay que ser buena persona: dijo el maestro del periodismo Ryszard Kapuscinski y para promocionarse un defensor de los derechos humanos, con mayor razón hay que cuidar la imagen y la reputación. Estas dos ideas tienen que ver con el periodista y actual subgerente de televisión de RTVC Hollman Morris, quien ha estado envuelto en polémicas durante su paso por cargos públicos (gerente de Canal Capital, concejal de Bogotá y ahora en el Sistema de Medios Públicos de Colombia).

No soy militante de ningún partido político y tampoco tengo interés en pertenecer a alguno. Tampoco orquesto ningún plan para desprestigiar a quien me dio la oportunidad de ejercer mi profesión de periodista en el año 2012 en Canal Capital. Sin embargo, quiero contar mi percepción luego de año y medio de trabajo en dicho medio, que parece ser igual a la que narra Silvana Orlandelli, directora de Señal Colombia, en su carta dirigida a la gerencia de la Entidad.

 

El ambiente que se vivía en torno al liderazgo de Morris era de tensión, hostilidad y sigilo. Su llegada a los espacios de trabajo interno era con escoltas y rapidez, dando un aire a la cultura traqueta del patrón intocable que está en riesgo todo el tiempo.

Se mostraba desconfiado y con algo de desprecio hacia lo que no era parte de su séquito. Daba la sensación de que su gestión era el ‘alfa y omega’ de la Entidad al desconocer logros de otras administraciones. Había una tensión latente con los contratos laborales cada tres meses y la renovación de estos, pues todo dependía del nivel de cercanía que se tuviese con el gerente, sin importar las capacidades técnicas de las personas. También, hubo contratación de personal femenino cuyas funciones eran bastante limitadas y su salario abultado, en comparación a los que teníamos otros periodistas de la redacción del noticiero.

Además, existía un afán desmedido por romper la programación y extender las trasmisiones, sin importar las parrillas y los otros espacios. También era complaciente con comportamientos y actitudes agresivas de personas cercanas a él (en una ocasión tuve un cruce de palabras desobligantes con uno de estos jefes). Incluso, recibí un trato irrespetuoso y despectivo antes de salir del canal.

En agosto del 2013, fui llamado a las 10 de la noche para firmar mi contrato de prestación de servicios por los siguientes tres meses, era lunes y yo estaba de descanso, pues había trabajado el fin de semana. Cuando me reintegro el siguiente miércoles, me dicen que tengo prohibida la entrada al canal, la televisión más humana de la época, debido a que el gerente no quería saber de mi presencia.

Sin explicación alguna debí salir antes de que el señor Morris me viera por los pasillos. No obstante, el contrato firmado alcanzó a surtir el trámite en control interno y a los 8 días me llamó la jefe de emisión de ese momento porque tenía que regresar a cumplir con las obligaciones firmadas y no tener problemas legales. Debí volver y estar tres meses más cumpliendo mis funciones. Antes de irme le manifesté en su oficina, mi malestar por el trato recibido.

Doce años después reconozco que fue una conducta desobligante de acoso e irrespeto hacia una persona que empezaba su carrera profesional y que sobre todo tenía necesidad de trabajar. Como yo, muchos otros colegas y compañeros recibimos tratos que iban en contravía (como el nombre de su productora) de la filosofía que promovía el canal para ese momento. Había conversaciones recurrentes y rumores de hostigamientos de manera permanente durante el tiempo que estuve trabajando allí.

Por estas razones, creo que se debe prestar atención a las peticiones e incomodidades de la señora directora de Señal Colombia, porque son válidas y merecen ser revisadas, más cuando el espectro de poder de este grupo político administra las riendas del país. Siempre se requiere del control y la veeduría a las prácticas de todos los funcionarios; Hollman Morris y su liderazgo de la televisión pública del país no están exentos de la crítica y más cuando esta viene del grupo interno de trabajo.

Tengo agradecimiento con Hollman, porque me dio la oportunidad de trabajar y aprender sobre mi profesión, pero eso no me hace perder el sentido crítico y sensato para cuestionar el poder y las actuaciones, no del periodista hábil para hacer televisión y documentales, sino del funcionario que debe mostrar respeto por las instituciones, sus equipos de trabajo y el presupuesto que maneja. Ya son múltiples las denuncias sobre diferentes abusos y comportamientos que sobre él posan. Incluso, varios de los colegas de su generación tomaron distancia de Hollman por su personalidad y sectarismo.

Y aunque su círculo cercano insista en replicar y promover el mensaje de Morris acerca de su perpetua persecución, muy adentro de su personal de confianza habrán de reconocer la conducta de alguien que genera tensiones, dudas y polémicas de manera repetida. Además, el patrón es sistemático: una vez culmina su ciclo como jefe, aparecen los señalamientos que antes no lo hacían por miedo a perder su trabajo.

Tengo plena certeza de que esto no es un plan de desprestigio, sino de personas que les harta el discurso incluyente, pluralista y progresista de alguien que no es coherente y que aprovecha los recursos públicos para disfrazar sus ínfulas de ‘Salvador y vocero de los más pobres’.

Coherencia colega Morris.

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¿Borracho de poder?

Desde la celebración el 19 de junio del año 2022 por la victoria electoral hasta la posesión presidencial de Gustavo Petro Urrego, el mensaje era de una fiesta del cambio: tambores, flautas, marimondas, flores, representaciones culturales y optimismo en muchos lugares del país. Un coctel algo interesante, pero peligroso por lo que podía causar a nivel colectivo al no colmar las expectativas nacientes.

Como en toda fiesta, hay que cuidar los detalles y dosificar los ritmos hasta el final, para que todos terminen contentos y sin los estragos que dejan los excesos. Sin embargo, en un primer año de gobierno, el presidente Petro parece ‘atragantado’ de poder y sin comprender que debería aprender a dosificarlo para lograr los resultados que prometió: esas reformas que el país necesita vinculando a todos los sectores para no repetir errores del pasado.

 

En campaña Gustavo Petro se vio algo pasado de tragos en tarima, lo cual no paso de ser una simple anécdota justificada por una mala pasada del calor en tierras veraniegas. Sin embargo, ahora hay que ver con mucho detalle algunas señales de un presidente ‘ebrio’ del aperitivo que produce el poder, y que podría dejar enormes impactos al país en el corto plazo.

Se evidencia algunos gestos de arrogancia, de imprudencia, de incoherencia y de ceguera en sus comportamientos tras esta primera tanda del cuatrienio presidencial. Se pueden recopilar declaraciones, mensajes, analizar respuestas y monitorear sus acciones para comprender que con el paso del tiempo nos podríamos acercar a una versión caótica para los intereses del país a causa de los excesos del presidente Petro.

Luce imprudente en sus salidas para responder a todos los que le lanzan una piedra al Gobierno y poco cuidadoso a la hora de confirmar datos e información sobre hechos relevantes para la ciudadanía. Además, parece poco delicado al citar y referenciar publicaciones de activistas radicales y de fuentes poco fiables frente a señalamientos de sus opositores y quienes han atizado la crítica a su gobierno.

Se muestra incoherente por sus promesas de campaña y lo que se ha visto. De su equipo incluyente y participativo, no queda nada. Las voces que alimentaban el debate al interior del gabinete ministerial del inicio de mandato se fueron; cada vez está más rodeado de quienes se mantienen más por el amiguismo y la militancia, que por los resultados y  las soluciones a los problemas que vive el país.

Da aires de arrogancia por su ambición a la hora tramitar de los proyectos. No hay foco. Ya ha pasado un año de su Gobierno y los resultados visibles para la ciudadanía son confusos. Su mirada transformadora le puede estar jugando una mala pasada al pensar que podrá tramitar reformas pensionales, laborales, políticas, tributarias, de salud y procesos de paz de alto impacto al mismo tiempo. Parece que no es consiente de la variable tiempo, y su recurrente vanidad de querer ser alfa y omega lo pueden trastocar para terminar haciendo nada.  También se peca también por omisión.

Se ha mostrado ciego, por no reconocer que hay una inconformidad creciente entre quienes lo apoyaron para llegar a la Casa de Nariño y que hábilmente la contraparte atiza para vincularlos en sus toldas y así recuperar el poder en tres años, o antes como pretenden algunos. ¿Acaso cree el Presidente en medio de sus fiestas que las líneas de base social lo ayudarán a mantenerse por la vía democrática en el poder? Yo creo que se equivoca. Por ejemplo, en el proyecto de reforma de la salud, se ha mantenido indiferente a los cientos de voces de distintos sectores que le piden revisión y ajustes en el trámite de la reforma porque se evidencias riesgos.

Este país, ni ningún otro, necesitan de líderes que se embriaguen de poder, y menos cuando a su periodo de mandato le faltan tres años de gestión. Insisto, en casi 365 días, el Gobierno del Cambio no ha tenido un hito relevante para mover positivamente la opinión entre los colombianos, y en estos se incluye los que lo apoyaron y los que no. ¿Hay una estrategia en el Gobierno de Gustavo Petro? Aquí no parece verse, y si la hay es confusa y ya produce más miedo e incertidumbre.

Con menor intensidad en las flautas y los tambores de los que vimos el pasado 07 de agosto y con mayor sonoridad de las rechiflas y las voces inconformes, el Presidente tiene el reto de hacer una pausa, ‘vestirse de prudencia y paciencia’ como dirían las abuelas y replantear cómo quiere afrontar lo que le queda de parranda en el poder, porque con sus excesos pueden lastimar  a un país que hasta ahora venía siendo muy imperfecto, pero que puede terminar siendo más caótico de lo que teníamos hasta hace unos meses. Nadie quiere vivir la‘resaca’que dejan los excesos del poder.

 

Mordiendo el anzuelo

Si el Petrismo quiere un gobierno que dure más de cuatro años, tendrá que aprender a cuidar su lengua y ser más estratégico en su estilo comunicativo. Las recientes salidas en medios de comunicación de Francia Márquez, vicepresidenta de República y Cielo Rusinque, directora del Departamento de Prosperidad Social (DPS), son un ejemplo que falta estrategia, lo que al final le terminarán pasando cuenta de cobro a la popularidad e imagen de esta apuesta progresista.

Y hay que decirlo, la prensa vive del show, la polémica, el insulto y la efervescencia emocional, porque es un terreno que conoce a la perfección y que les ha dado enormes privilegios. Por eso, no perderán la posibilidad de armar un espectáculo cada vez cualquier funcionario muestre señales de querer ‘comprar’ la pelea. En esta apuesta hay que evitar caer en la trampa y ser presos del ‘anzuelo’.

 

Miremos el caso es el de la directora del DPS, quien la semana que dio una entrevista a un espacio de Blu Radio invadida por emociones que transmitían molestia, indignación e incomodidad. Esta situación siempre le restará credibilidad y así, las mesas de trabajo aprovecharán para vender lo que mejor les factura: especulación e indignación. Estos dos ingredientes son muy peligrosos para la popularidad y gobernabilidad del Gobierno Petro.

Pero no le bastó esa entrevista a la señora Rusinque, sino que le dio por hacer réplica de una publicación en Twitter sobre la periodista Vicky Dávila y su responsabilidad en el ocultamiento de información en el caso Aida Merlano. La cuenta no solo era de un portal de dudosa credibilidad, si no que le abrió la posibilidad para que la famosa directora de medio sacara todo su arsenal de descalificaciones y patanería. En eso la presentadora es hábil porque tiene claro su rol, mientras que la funcionaria pierde en su objetividad en un terreno que no le luce bien y donde su Entidad no tiene nada qué decir.

Y como si esto no bastara, Francia Márquez concede una entrevista a la revista Semana donde la noticia final es el tono desafiante que muestra frente al uso que ella hace de helicópteros del Estado para transportarse. Si bien es claro que ese mensaje iba directo a opositores quienes la han atacado por esto, el ciudadano común se queda con el titular y extracto sensacionalista que se reproduce miles de veces y mina el mensaje de mejores condiciones de vida por el que se hicieron elegir.

Los tres episodios mencionados, se suman a ya pasadas salidas en medios de otros personajes del actual Gobierno, donde están proyectando una imagen funcionarios reactivos y poco proactivos, siendo este último atributo una premisa de cualquier vocero. Antes de comprar discusiones de tipo personal, se debe propender por posicionar los logros de su gestión al frente de las instituciones.
Y se equivocan estos líderes cuando le piden a los periodistas orientar las conversaciones sobre temas de la gestión, pues no lo harán. Insisto, los medios hábilmente saben llevar las conversaciones para sacar titulares explosivos, que se orienten de forma subjetiva al comportamiento de los funcionarios y las emociones que estos producen. Además, desde la campaña presidencial se pasaron los límites del periodismo y más de un medio ha caído en el activismo a favor de grupos políticos.

Si seguimos así nos esperan capítulos de eternas peleas en vivo y en directo entre entrevistados y entrevistadores que zanjarán sus diferencias en medio del insulto, sacrificando el seguimiento a las políticas públicas y sus resultados. Dejen de ‘morder el anzuelo’ porque estamos condenando las discusiones de país a un reallity de televisión. Cuiden el tono de los mensajes, porque estamos en un país que se deja provocar muy fácil.

Campañas sin fin

Pensar en consensos a estas alturas del partido parece una fantasía y un tanto ‘cursi’. Los brotes de polarización, pero sobre todo de egocentrismo por parte de líderes en los diferentes sectores, nos llevará por la senda del odio, el rechazo y la violencia como destino final. Siendo esté último un lugar habitual en la cultura del país.

Por esta razón no me gustan las marchas y mucho menos creo en los eventos de este 14 y 15 de febrero en Colombia. Son una gran muestra de oportunismo de ambas partes que promueven las manifestaciones. En una esquina están los que defienden seis meses de una gestión que luce desordenada, terca e improvisada, que parece que se quedó atornillada en la protesta. Y en el otro bando, están los que que aun no superan la derrota democrática y quieren perpetruar la confrontación a costa del insulto y sin pensar lo que esto trae.

 

Los sectores políticos del país y sus líderes han perpetuado la campaña electoral, se resisten a administrar al país desde una perspectiva constructiva, lejos del cálculo político, porque parece que aquí lo único importante es elegirse, sin saber para qué o por qué. Ninguno acepta los resultados en las urnas, nadie quiere acatar las reglas de la democracia. Las agendas partidistas, institucionales y de medios de comunicación giran en torno a las elecciones y con ello llega el olvido de los compromisos y los resultados por los que se hicieron elegir.

Estamos atrapados en la idea de estar en campaña todo el tiempo. Mientras tanto las políticas públicas, los proyectos y los indicadores de resultados, pasan a un segundo plano. El resultado de vivir haciendo cálculos electorales y de alimentar eternas rencillas personales, es el atraso en proyectos sensibles para el desarrollo del país. Los procesos de paz, mega obras de infraestructura, cobertura y calidad en servicios públicos y las reformas coyunturales siempre terminan con enormes sobrecostos y sin legitimidad (aceptación por la mayor parte de la sociedad).

Nos quedamos atados al debate, porque nos encanta insultarnos y atascarnos en la terquedad de una misma idea, pero nos alejamos de conversar y acordar porque implica hacer esfuerzos para validar y comprender las necesidades del otro. Basta con solo leer publicaciones y declaraciones en algunos medios de funcionarios, congresistas, periodistas y otros líderes de opinión para ver que la tendencia es insultar, ofender y lacerar para ganar likes, aprobación y muy seguramente votos.

El mensaje debe ser de sensatez y cordura para dialogar, acordar y respetar los acuerdos. Tanto Gobierno, como la oposición y quienes alimentan las conversaciones públicas (academia, medios, ONG y organismos de control) deben ser conscientes de los tiempos para dedicarse a la ejecución y menos a la confrontación. Hay que darnos la oportunidad de elegir en función a los resultados y no a los discursos. Suelten las urnas y pónganse a trabajar que todos queremos más resultados y menos propaganda, finalmente para eso se hacen elegir.

Luis Carlos Martínez

Del Palacio de Liévano rumbo a la oposición

Claudia López es irreverente, hábil y ya sabe lo que es vencer al petrismo en las elecciones regionales del 2019. Es ambiciosa, quiere ser presidenta y, además, es probable que tenga que tomar distancia del gobierno actual, si busca llegar fuerte a las presidenciales del año 2026. La polémica sobre el futuro del proyecto Metro de Bogotá, es tan solo un abrebocas de lo que podría ser una ardua oposición al presidente Petro en los próximos tres años.

Desde su posición como investigadora, luego como senadora y ahora como alcaldesa, ha sostenido fuertes discusiones con expresidentes y presidentes de turno. Desde Uribe hasta Duque y muy seguramente en los próximos días con Petro, la mandataria de la capital no se ha quedado callada frente a nada, ni nadie, con lo que no esté de acuerdo. Este ha sido parte de su éxito político.

 

Sus declaraciones de estos días han sido inteligentes y directas, manteniendo un tono aún conciliador y propositivo, pero que de seguro con la cercanía al final de su mandato podría venir cargado de dardos implacables, como solo ella puede hacerlo. Recordarle a Gustavo Petro que ya no es alcalde, sino presidente, ha calado en la mente de muchos, porque recalca la idea casi que generaliza que muchos tienen del presidente como un hombre terco y obstinado.

Hoy muchos sectores políticos, que en el pasado no estaban con Claudia, apoyan la gestión de la Alcaldía de Bogotá y la postura de cumplir el contrato adjudicado al Consorcio. Además, los medios de comunicación que no son afines al gobierno están con una línea editorial de apoyo a la alcaldesa. Todos los hechos indican que esta disputa no le conviene en lo absoluto al Gobierno Nacional, cuando sobre la marcha este tiene muchos problemas de alto impacto a nivel nacional.

Es tiempo de que alcaldesa le recuerde al presidente Petro si es que quiere ser el Alejandro Ordoñez de su Alcaldía, que uso su envestidura como procurador para instigar y frenar por vías sancionatorias los proyectos de la Bogotá Más Humana. Hoy, Gustavo Petro quiere poner la talanquera a lo que podría ser uno de los logros más destacables de la administración López. Por lo menos, esa es la imagen que está dejando, cuando el proyecto del Metro ya tiene avances visibles frente a toda la ciudadanía.

Por estas razones, es muy viable que el camino de Claudia López sea hacia una oposición férrea al actual Gobierno, provocada por un trato mezquino, irrespetuoso y poco conciliador que se ha visto en cabeza del primer mandatario y seguido por sus secuaces políticos de turno por estos días. Se avecinan profundas divisiones al interior del Partido Verde, por cuenta de quienes son fieles a los planteamientos de la dupla López- Lozano y por cuenta de quienes están cercanos al presidente Petro.

Sin embargo, me atrevo a decir que esta malversación que apenas comienza le traerá grandes resultados y aliados a la futura exalcaldesa con miras a lo que será su plataforma política del 2026. Es probable que el Petrismo esté asegurando su derrota en Bogotá para las próximas elecciones regionales de mes de octubre, y que buena parte del resultado negativo sea gracias a la convicción argumentativa de López.

Si bien es cierto la ciudad capital se verá perjudicada por las discrepancias entre el gobierno nacional y el distrital, el grupo político de López estará más que listo para iniciar campaña desde la oposición en los primeros días del próximo año.

Luis Carlos Martínez

Ministra sin combustible

Tan pronto como se conocieron los nombramientos del gabinete ministerial del presidente Gustavo Petro ad-portas de su posesión del 07 de agosto del 2022, uno de los que más preocupó por aquel tiempo fue el de la filósofa y especialista en geografía política, Irene Vélez, como ministra de Minas y Energía; un nombre extraño para aquellas personas ajenas al activismo ambiental. A solo días de cumplir el primer semestre del gobierno del cambio, el clima y la conversación sobre la gestión de la profesora Vélez ha ido subiendo la temperatura política.

Si bien es cierto que una de las promesas de campaña de Petro fue darle un nuevo enfoque al sector de hidrocarburos, hoy siendo gobierno hay muy poca claridad frente al tema, lo que definitivamente tiene múltiples impactos sobre la economía, la confianza, la seguridad energética del país y sobre todo las verdaderas intenciones del gobierno del cambio.

 

Esa falta de claridad esta representada por las múltiples salidas en ´falso’ que ha tenido la polémica funcionaria Vélez, que hoy parecen importarle poco a un gobierno que con el paso de los días parece tomar la ruta para repetir comportamientos cínicos que tanto criticaban de sus antecesores. La ministra además de mostrarse insegura en su comunicación al inicio de sus funciones del cargo, salir corriendo de las ruedas de prensa, recitar un guion sin mejoras visibles y ahora, recibe la crítica de la que fue por poco tiempo una de sus funcionarias más cercanas

Esto último agrava el panorama, porque la señora Belizza Ruiz, a diferencia de Irene, sí ha hecho una ronda de medios para defender desde el lenguaje técnico y jurídico, la diplomacia y la sensatez las consideraciones que se deben tener para intentar las reformas que le podrían funcionar al país. Por el contrario, son días de silencio desde la versión oficial y todo indicaría que en el ministerio se están quedando sin ‘combustible’ para afrontar los cuestionamientos, que ya no son de la oposición, sino desde su propio equipo.

Algunas preguntas desde mi poco conocimiento para la ministra y el Gobierno en general son ¿Qué va a pasar cuando se terminen de ejecutar los contratos de exploración y explotación de hidrocarburos? Ya nos han dicho hasta los tuétanos que no van a acabar las operaciones porque continuarán la gestión sobre lo que está firmado, eso es lo obvio. Pero el país requiere saber que va a pasar después de 12 años, tiempo en el que ya se esté terminando consumir las reservas del tanque. Las proyecciones para despretrolizar las economías aun no son claras en el mundo, mientras que los avances más reales esperan resultados para el año 2050, pero este Gobierno pretende apagar los motores al año 2035 aproximadamente.

Ministra ¿Qué pasará cuando las reservas se agoten y no se haya avanzado en la generación de hidrocarburos de cara al año 2035? ¿Es esto una estrategia para acabar la confianza en la industria y luego ustedes como gobierno sacar ventajas en eventuales negociaciones? ¿Busca el actual gobierno crear caos para ganar poder y doblegar en el futuro a los sectores para así extender un proyecto político?

El país está muy atento sobre pronunciamientos serios en materia de continuidad y seguridad energética. Escuchar las versiones de la hoy ministra Vélez son un típico Sí, pero No, escuetas y repito, un acto que parece no tener mejoras en su puesta en escena. Aprovechen por estos días los espacios y encuentros de gabinete para organizar las ideas, porque hoy se están quedando sin argumentos, sin reputación, y puede que muy pronto sin empresas. A nadie le conviene una ministra sin combustible.

Mucha lluvia, poco viento y nulas señales de cambio

Quedan pocos días para terminar el primer mes del año 2023, y aunque todavía se observan restos de optimismo por la llegada de un nuevo tiempo, las cosas en Colombia parecen ir por el mismo sendero que traía el año viejo. Ni la economía, ni el orden público, tampoco el talante del nuevo gobierno, ni mucho menos el clima, le dan tregua a los anhelos de cambio que el país espera.

Uno de los aspectos de conversación recurrente es el constante aumento a los productos de la canasta familiar. Algunos productos como las cebollas, la papa, el tomate y alimentos lácteos han tenido alzas arriba del 60% en los primeros días del año. La tendencia inflacionaria continúa creciendo sin respuesta alguna o medidas específicas por parte del Gobierno. Hoy nadie controla el precio de los productos en el mercado, ni mucho menos hay conversaciones aterrizadas al respecto. Además, no cabe duda de que esto será un detonante que aumentará las cifras de pobreza y desnutrición en menores, que reveló recientemente el Instituto Nacional de Salud (INS).

 

No menos preocupante es la situación climática. El tiempo de inicio de este año ha sido de lejos el más atípico en los últimos 30 años que se recuerde en el país. La concentración de lluvias con alta intensidad ha empeorado la situación en regiones como la Orinoquía y Amazonía. Hoy los estragos que le deja el clima a la infraestructura vial del país traerán atrasos e inversiones que de seguro no estaban contempladas dentro del gasto público. Sin embargo, esto no parece revertir la poca conciencia colectiva que existe frente a las medidas que individual y colectivamente se deben afrontar para afrontar los efectos en la afectación de los ciclos climáticos.

Y, por si fuera poco, el desgaste que le producen los grupos armados ilegales al Estado parece un zaga de terror. Vamos de proceso en proceso, de disidencias a nuevas disidencias, de un capo a otro: el crimen organizado no deja de acaparar la atención de muchos sectores del país. Por ejemplo, ahora mismo el ELN está haciendo méritos para ser el antagonista principal del Gobierno de Gustavo Petro. Con esto la paz seguirá siendo un concepto difuso, lejano y deslegitimado.

Eso sí, cabe advertir que estos problemas, no aparecieron en el último año, tienen años de historia. Sería poco razonable decir que llegaron con el cambio de administración, pero eso no les quita la responsabilidad a quienes hoy lideran la institucionalidad, para que le hablen de frente al país y no alimenten falsas expectativas que al final dejarán una enorme depresión colectiva. Es tiempo de hablar como gobernantes y no como candidatos.

Es cierto que la motivación es una condición individual y que cada uno debe buscar los mecanismos para mantenerla arriba, pero con estas perspectivas hasta al más optimista de los colombianos le entra su dosis de frustración. Sin olvidar que el entorno juega un papel clave para que el ánimo colectivo le apunte al propósito de asegurar el desarrollo social.

Por eso, presidente ¿qué tal si deja de mencionar la emergencia económica cada vez que afronta alguna adversidad? ¿Por qué no le pide prudencia y coherencia a algunos de sus funcionarios en decisiones que alteran las condiciones económicas y sociales del país? ¿Qué tal si asiste a menos foros internacionales y se compromete más con los eventos y los sectores que el país requiere ahora? Estas son preguntas que muchos ya se hacen con preocupación, en un momento en que la lluvia y las nubes parecen llevarse los vientos de ese cambio que muchos queremos y creímos.

¿Cómo elegir bien sin morir en el intento?

Si hay algo que históricamente ha quedado demostrado en los últimos siglos de historia en Colombia, es que tendemos a repetir los errores del pasado, especialmente cuando se trata de encontrar proyectos políticos que sean capaces de priorizar lo colectivo y no los intereses de las élites y los clanes regionales ‘atornillados’ al poder.

El año 2023 es un año electoral que pondrá a prueba una vez más las lecciones aprendidas de la última contienda política en Colombia. Sobre las elecciones presidenciales del año 2022 quedaron varios sin sabores, sin contar ya, algunas decepciones que lleva el Gobierno Petro en ya casi seis meses de gestión.

 

El nivel de intensidad y ataque que se dio entre distintos sectores de la sociedad fue descomunal. La conversación en la opinión pública dividió partidos, medios de comunicación, grupos empresariales y hasta familias que llevaron la diferencia a un nivel de apasionamiento que aleja la sensatez para abordar la complejidad de los problemas que tenemos.

Otro aspecto que queda no podemos olvidar, fue la pobreza en las propuestas de los candidatos. Fue tan limitado el tema que los candidatos rechazaron establecer debates para conocer el qué, el porqué y el cómo ejecutar planes de gobierno. Mientras que otros hacían propuestas sin piso, tal cuál como el arquitecto que plasma un proyecto del cual sabe que hay poca probabilidad de su ejecución.

También, el pasado año electoral tanto en legislativas como presidenciales las listas estuvieron plagadas de nombres cuyos méritos y competencias en administración pública era realmente ‘insípidos’. Es cierto que se requieren nuevos liderazgos, pero que esta no sea la excusa para que veamos oportunistas queriendo ser gobernadores, diputados, alcaldes y concejales solo con ciertas habilidades para generar ‘bochinche’. Hay una frase contundente: hablar es gratis, todos lo pueden hacer; no obstante, hay que aprender a escuchar las intervenciones de las personas donde se evidencia niveles aceptables de conocimiento para gobernar.

Con estos antecedentes, se abre la carrera política para las elecciones regionales cuyo meta será en octubre próximo. La lista de primeros candidatos para las alcaldías de las principales ciudades del país es amplia. Se evidencias caras muy conocidas, otras extrañas en esta ‘jungla’ de leones con ganas de presupuestos millonarios para mantener el séquito de aliados y el ego por las nubes.
Es claro que la ciudadanía cada vez se siente más decepcionada de lo tradicional y de las denominadas opciones de cambio. Si bien es cierto que este cuatrienio de los gobiernos locales se vio afectado por la pandemia del COVID19, en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla la gestión de los gobernantes ha recibido fuertes críticas por la percepción de seguridad, avances de infraestructura y uno que otro escándalo de corrupción. Esto destacando que varios de los gobernantes de capitales mencionadas fueron elegidos por corrientes de centro e independencia.
Ahora más que nunca, la ciudadanía debe aumentar esfuerzos por filtrar las candidaturas de personas no competentes, analizar propuestas sensatas que no conlleven a la decepción colectiva y quienes aseguren darle continuidad a los proyectos que han avanzado en los territorios sin menospreciar a sus antecesores. Palabras de voz Populli: construir sobre lo construido y desde la sensatez.

Por ahora tenemos casi 10 meses para intentar darle respuesta a la pregunta de cómo elegir bien sin morir en el intento, aprovechando el momento en donde se empiezan a evidenciar las decepciones de los ganadores de la pasada contienda electoral: continuismo, improvisación, incoherencia y desconfianza. Es tiempo de no olvidar el pasado para saber en manos de quien pondremos la administración del futuro. No es fácil, pero de que se puede, se puede.

Luis Carlos Martínez

¿Y sí acabamos Transmilenio?

Debo decir que me cuesta hablar mal de Bogotá, ha sido mi ciudad desde hace 18 años y quizás el lugar que más conozco. Soy usuario de Transmilenio y me gusta el transporte público, porque lo encuentro como una oportunidad única para que las personas intercambiemos estilos de vida y se pueda comprender la interculturalidad (que va más allá de la diversidad). Sin embargo, creo que hoy el que fuera el ‘orgullo capital’ por allá en el año 2000, representa unos valores poco deseables: frustración, miedo, pobreza, egoísmo, falta de compromiso e irresponsabilidad.
Los sistemas de transporte son vitales para las dinámicas en las ciudades, son algo así como el sistema circulatorio en el cuerpo humano. Pero ¿qué hacer cuando una parte básica de un cuerpo está infectada? Esto obliga a pensar en soluciones profundas y radicales que permitan ponerle freno a la patología. El caso del Sistema de Transporte Público de Bogotá es toda una ‘enfermedad social’ que afecta a un buen porcentaje de personas que requieren de este servicio en una megaciudad como la capital colombiana.

Hay tres realidades que son innegables hoy en torno a Transmilenio:

 

La primera de ellas es la reputación de la organización, y no precisamente por buena. La percepción que tienen la ciudadanía de la calidad del servicio, la seguridad, la innovación, gestión integral es pésima. No es necesario hacer un estudio profundo para comprender que existe nulo sentido de pertenencia por un sistema que vincula y debería unir buena parte de las dinámicas de una ciudad que le apunta al desarrollo permanente.

La segunda es desprendida de esa percepción negativa generalizada entre la gente: la pésima cultura ciudadana en torno al uso de la red de transporte. Aquí es evidente el poder que tiene la cultura e imaginario colectivo para movilizar cambios, que para este caso son negativos, donde las dinámicas de escepticismo han aumentado al irrespeto, la trampa y el daño al interior de las estaciones. Esta es la razón, porque el fenómeno de ‘colados’ se apoderó de un buen porcentaje de usuarios. Faltó visión y gerencia para movilizar pedagogía, sanciones y mecanismos de infraestructura que hubieran mitigado esta práctica en sus inicios.

Y una tercera, que tiene que ver con la incapacidad de los últimos gobiernos para desplegar una estrategia sólida para ‘curar’ al sistema de estos males. La actual administración de Bogotá en varias ocasiones se ha escudado en la falta de policía para cuidarlo, la Policía aduce poco presupuesto para aumentar el pie de fuerza y el equipo directivo del sistema manifiesta problemas financieros. Los hechos delictivos del último trimestre del año 2022, donde una joven fue violentada al interior de una estación y un joven asesinado dentro de un bus, mostró a unos voceros de la Alcaldía, de la Policía y de la propia empresa sin argumentos, minimizados y sin un norte para progresar.

Años atrás entrar a una estación de Transmilenio, era sinónimo de seguridad y tranquilidad. Ahora, para muchos es entrar a una zona de peligro, sin presencia policial, estaciones en mal estado, sin vigilancia privada y con la certeza que no se puede exigir un mínimo de respeto, porque se puede salir con un disparo una puñalada. O en un escenario más caótico, en medio ser atropellado por un articulado como reacción espontánea de una huida para estar a salvo.Con este panorama, donde nadie tiene respuestas y sí muchas excusas para justificar la decadencia, me pregunto si no es tiempo de pensar en el fin del sistema. Está no sería ni la primera o última empresa del país que deba ser liquidada y reorganizada para que tenga otras perspectivas. La ciudadanía que no paga el transporte ya no tendría excusas para justificar el no pago por el pésimo servicio. Por otro lado, la administración, tendría un problema menos en quien justificar sus carencias y fallas de gestión y la Policía podría enviar cómodamente a sus casi 600 uniformados dispuestos para el sistema, a prestar seguridad a otros lugares más críticos en Bogotá.

Cuando se acaba un problema, seguramente queda más tiempo y recursos para afrontar fenómenos más preocupantes o en sentido contrario, obligaría a pensar en soluciones realmente innovadoras y efectivas para un problema que no se ha querido abordar con la seriedad que requiere. En este año que inicia, no más campañas de pedagogía con tres personas en hora pico, ni mucho menos dos policías chateando por turnos de una hora al día para cada estación, tampoco más pronunciamientos genéricos por parte de la administración de turno o lo peor, no más cinismo ciudadano que condena la corrupción de altos funcionarios, pero que no pierden la posibilidad de robarse 3.000 pesos por viaje. Dejemos la hipocresía y pongámonos serios que el problema es peor de lo que parece.

Luis Carlos Martínez 

Por favor no disfracen el periodismo

Por: Luis Carlos Martínez González

En época de Halloween, me parece importante conversar sobre los ‘fantasmas’ y las ‘máscaras’ que usan algunos para destilar odios, defender intereses personales o apalancar proyectos políticos sin el mínimo rigor de la crítica, todo esto disfrazado de periodismo.

 

Pues bien, no creo que esto lo sea, porque tengo la idea de que aparecer en medios y decir cosas no hace periodistas. Hablar, opinar, narrar o mostrarse en una red social, son acciones naturales de cualquier ciudadano en el marco de una sociedad.

Está profesión requiere de algo más. Muchos lo llaman rigor, pero claramente el concepto hay que ‘desmenuzarlo’ para que no se quede en un simple saludo a la bandera. Ser periodista requiere de valores, comportamientos, aptitudes, competencias y la experticia necesaria para administrar la información que tiene un impacto sobre el colectivo.

Si bien es cierto que los formatos de opinión (como este que escribo) hacen parte de los géneros periodísticos, este es de lejos la tendencia predominante en los medios masivos y las redes sociales. Entonces ¿Dónde queda el periodismo de investigación? ¿Qué pasó con el periodismo descriptivo? ¿Las crónicas han desaparecido? ¿Por qué estamos llenos de titulares cargados de adjetivos que marcan una intención de orientar la opinión pública?

Durante la última campaña presidencial en Colombia fue evidente la falta de imparcialidad y el nivel de apasionamiento de cómo algunos medios cumplieron su labor. Titulares grotescos, falta de equilibrio en los contenidos y sobrexposición de opiniones en redes sociales, que eran más propios de activistas políticos que de personas formadas para administrar rigurosamente la información y construir narrativas responsables y respetuosas con la ciudadanía.

La comunicación como técnica y el periodismo como herramienta tienen procesos, metodologías, principios y estructuras que deben contribuir a mejorar las relaciones sociales. No cualquier persona frente una cámara, con un papel o simplemente aquel que tenga un juicio, puede denominarse profesional en periodismo.

El ejercicio informativo requiere contrastar fuentes, equilibrar los datos, describir situaciones sin carga de calificativos, respetar a los entrevistados, manifestar conflicto de intereses, que en términos generales no es otra cosa que ser honesto y transparente con la audiencia. No todo es espectáculo, escándalo, sensacionalismo o egocentrismo. Una gran habilidad del periodista es la sensatez y la capacidad para dosificar el ‘maremoto de datos’ en el que navegamos a diario.

No todo es cierto, tampoco todo es falso. La lucha constante entre héroes o villanos en la prensa daña la profesión. El periodista debe buscar la escala de grises, porque la vida en blanco o negro puede funcionar en otras profesiones, pero al periodismo no le sirve. No usemos el disfraz de jueces, estamos lejos de serlo. Menos el de pastores, porque no necesitamos adoctrinar. Tampoco nos disfracemos de políticos, porque la piel de ‘lagarto’ es difícil de ocultar.

El mejor papel del periodismo es la investigación, la descripción, el equilibrio y la sensatez para que otras personas tomen mejores decisiones a partir de la exposición de argumentos serios. Los micrófonos deben estar abiertos para todos, pero siempre administrados por profesionales que respeten el valor de la información y siempre vigilen la forma de entregarla.