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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Marcela Clavijo

El juicio de la historia, Colombia exige justicia y dignidad

Este lunes 28 de julio de 2025, el país presencio un momento sin precedentes: la sentencia de primera instancia contra el expresidente Álvaro Uribe Vélez, por los delitos de fraude procesal, soborno a testigos y soborno en actuación penal. Más allá de un proceso penal, se trata de un juicio simbólico en el que la historia se sienta frente a un espejo, y en él, miles de víctimas de la violencia, el despojo y la impunidad buscan justicia.

¿Por qué podría ser condenado Uribe?

 

La historia del caso se remonta a 2012, cuando Uribe intentó judicializar al senador Iván Cepeda, quien lo había señalado por presuntos vínculos con el paramilitarismo. Pero en lugar de perseguir al acusador, la justicia volteó su mirada al expresidente: en 2018, la Corte Suprema abrió investigación formal en su contra. Lo que se reveló desde entonces son prácticas de manipulación de testigos, engaños procesales y sobornos, en un intento por silenciar las voces que buscaban esclarecer la verdad.

La Fiscalía ha documentado un extenso expediente: más de 27.000 grabaciones, interceptaciones, chats y testimonios que señalan al abogado Diego Cadena —y por su intermediación, al propio Uribe— como actores claves en una red de presión e impunidad.

Un juicio histórico

El juicio oral, iniciado el 6 de febrero de 2025, reunió más de 90 testigos y 67 audiencias que culminaron con los alegatos finales en junio y julio. La jueza Sandra Heredia emitirá la sentencia definitiva en un caso que trasciende lo jurídico: es un hito político, social y ético para Colombia.

Si es condenado, Uribe podría enfrentar entre 6 y 12 años de prisión, posiblemente en detención domiciliaria por su edad. Sin embargo, la verdadera condena será el juicio moral de un país que ha despertado. El riesgo de prescripción amenaza con cerrar el caso antes de octubre de 2025, dejando impunes delitos que nos duelen como pueblo.

¿Y las víctimas? ¿Y los desaparecidos? ¿Y los 6.402 falsos positivos?

Este proceso no ocurre en el vacío. Nos interpela a todos y todas. Porque Álvaro Uribe Vélez no solo carga hoy un expediente judicial: también representa el rostro de una época marcada por la guerra sucia, los «falsos positivos», el paramilitarismo institucionalizado, las chuzadas del DAS, los escándalos de corrupción como Agro Ingreso Seguro o la compra de votos para la reelección.

Durante su mandato (2002–2010), miles de vidas fueron truncadas: jóvenes ejecutados y disfrazados de guerrilleros, campesinas despojadas, líderes asesinados. Aún hoy, muchas familias siguen preguntando: ¿Dónde están nuestros hijos e hijas desaparecidas? ¿Cuándo llegará la verdad completa?

Este juicio no es revancha, es memoria. No es persecución, es justicia.

Frente a los discursos que intentan victimizar al expresidente o convertirlo en mártir de la derecha, el pueblo colombiano sabe que este proceso judicial es una oportunidad histórica para romper el ciclo de impunidad. No se trata de «uribismo vs antiuribismo», sino de elegir entre el silencio cómplice o la dignidad colectiva.

¿Cómo impacta esto en el futuro político?

Una condena sacudiría las estructuras del uribismo, debilitado electoralmente desde 2022. Podría fracturar aún más el Centro Democrático, abrir paso a liderazgos que intenten desmarcarse de su figura o, por el contrario, usarlo como símbolo electoral desde la victimización. Mientras tanto, las fuerzas progresistas y de izquierda deben mantener viva la bandera de la justicia, sin caer en el odio ni la polarización vacía, sino con firmeza ética y política.

Este juicio también puede reordenar alianzas: sectores del centro y la derecha podrían alejarse del uribismo, mientras que la izquierda podría consolidarse como garante de la justicia transicional, la memoria y los derechos humanos.

Colombia está cambiando. Que la verdad y la justicia no lleguen tarde.

El juicio contra Álvaro Uribe Vélez no borra el dolor, pero puede ser un paso firme hacia una Colombia distinta. Una Colombia donde ningún poder esté por encima de la ley, donde las víctimas sean escuchadas, donde la política se limpie del odio y la corrupción.

Que este 28 de julio sea recordado como el día en que la dignidad venció al miedo.

Marcela Clavijo

Hablemos del Metro de Bogotá

Hablar del Metro de Bogotá no es solo hablar de trenes, estaciones y rieles; es hablar de una ciudad que se prepara para encontrarse consigo misma, para alcanzar el nivel cosmopolita que exige su futuro. Un futuro que se construye no solo con concreto y acero, sino con valores, comportamientos y sueños compartidos. 

Este proyecto, que cobró años de desplazamientos, no puede convertirse en una deuda social. Debe ser el orgullo de sus habitantes y su aporte al desarrollo. Por eso, hoy los invito no solo a imaginar, sino a construir una verdadera *cultura metro*: una que nazca del respeto, del cuidado mutuo, de la conciencia cívica y del orgullo por lo que nos pertenece. 

 

En Medellín, el Metro cumple 30 años, y no es simplemente un sistema de transporte. Es símbolo de civismo, transformación y confianza. Allá, desde mucho antes de su inauguración, se sembró la semilla del respeto en colegios, barrios y parques. Con el tiempo, esa semilla floreció en una ciudadanía que valora, protege y se siente parte de su sistema. 

La buena noticia para Bogotá es que no partimos de cero. Ya hay talleres en colegios, activaciones culturales en el transporte público y una pedagogía interinstitucional que une esfuerzos para demostrar el poder de la educación en la transformación de hábitos. 

Necesitamos que nuestras niñas y niños crezcan entendiendo que el Metro es suyo, de todos, y que representa su progreso. 

Requieren campañas masivas que despierten el sentido de pertenencia y el orgullo por Bogotá, pues con nuestros impuestos se ha financiado cada peso de esta inversión. También normas claras y justas, aplicadas con firmeza y sin titubeos, porque respetar las reglas es una forma de cuidarnos y proteger nuestra ciudad. 

Necesitamos un dúo inseparable: 

1. Una *comunidad comprometida*.

2. Una *institucionalidad firme*.

Ambas deben trabajar juntas por una ciudad donde el respeto sea el punto de partida. 

La cultura metro no se impone; se construye entre todos. En la fila, al ceder el asiento, al no colarse, al mirar con empatía al otro. Es un acto diario de amor por la ciudad, porque cuidar el Metro es cuidarnos como sociedad. 

Este es nuestro momento. El Metro está por llegar, y con él, la oportunidad de demostrar que Bogotá puede ser más amable, organizada y digna. No permitamos que sea solo una obra de ingeniería. Hagámoslo una obra colectiva de cultura ciudadana, solidaridad y convivencia. 

Una ciudad no se transforma cuando cambia su transporte, sino cuando cambia la manera en que nos relacionamos, nos miramos y nos cuidamos. 

El Metro traerá desarrollo, progreso, y más cables aéreos, ojalá, un tranvía por la carrera séptima. Nos merecemos una calle principal a la altura de nuestras aspiraciones. 

El Metro no es el destino. Es el camino hacia una mejor Bogotá. 

Y ese camino comienza hoy. Contigo, conmigo, con todos, todas y todes.

Marcela Clavijo

La Ruta de la Seda: conectividad global y cooperación entre culturas

Tanto la Ruta de la Seda histórica como su versión moderna, la Iniciativa de la Franja y la Ruta, simbolizan la interconexión entre naciones a través del comercio, la infraestructura y el intercambio cultural. En este contexto, la decisión de Colombia de sumarse a esta iniciativa global representa un paso estratégico hacia una integración más amplia con el mundo, más allá de sus vínculos tradicionales.

Esta participación abre la puerta a una nueva era de conectividad internacional, con oportunidades para fortalecer las capacidades logísticas, tecnológicas y de transporte del país, especialmente en regiones históricamente marginadas. Colombia podrá acceder a inversión internacional en proyectos clave como carreteras, trenes de carga, puertos inteligentes e infraestructura verde, con impacto en la generación de empleo, la reducción de desigualdades y la integración territorial.

 

Más allá de lo material, la Ruta de la Seda representa un espacio de diálogo entre civilizaciones, saberes y tecnologías. Este valor resuena en un país diverso como Colombia, al abrir canales para visibilizar expresiones culturales, fortalecer industrias creativas y conectar talentos con redes internacionales de innovación.

Desde lo social, también hay inspiración. Las políticas sociales chinas, con sus particularidades, ofrecen aprendizajes para Colombia en la búsqueda de soluciones propias y transformadoras:

Reducción de la pobreza y desarrollo de clase media: China ha logrado avances significativos en la erradicación de la pobreza extrema. Esta experiencia puede inspirar políticas de inclusión en Colombia, especialmente en zonas rurales, indígenas y afectadas por el conflicto armado.

Seguridad social y sostenibilidad: China ha consolidado sistemas de pensiones, salud y protección social. Colombia podría fortalecer sus propios sistemas con enfoque en el acceso universal a derechos fundamentales, priorizando mujeres, jóvenes y poblaciones rurales.

Innovación en políticas públicas: China ha impulsado modelos de desarrollo territorial, innovación verde y urbanismo inteligente. Estas experiencias pueden orientar a Colombia en la construcción de ciudades sostenibles y con mejor calidad de vida, especialmente en regiones intermedias con alto potencial de transformación.

Históricamente, la Ruta de la Seda fue un corredor global de comercio e intercambio cultural desde el siglo II a.C., durante la dinastía Han. Su nombre fue popularizado en el siglo XIX por el geógrafo alemán Ferdinand von Richthofen. Las rutas terrestres partían de Chang’an (hoy Xi’an) y se extendían hasta el Imperio Romano, mientras que las rutas marítimas conectaban China con India, el sudeste asiático, el Medio Oriente y el Mediterráneo. Más que una red de comercio, fue un puente de diálogo entre civilizaciones.

La relación entre Colombia y China debe entenderse no como una competencia de influencias, sino como una oportunidad para construir una nueva forma de cooperación internacional, basada en el respeto mutuo, el beneficio compartido y la visión de futuro.

Esta alianza ofrece a Colombia una plataforma para diversificar su economía, modernizar su infraestructura, fortalecer su institucionalidad y proyectarse como un actor estratégico en América Latina. Con una visión soberana, el país puede impulsar un modelo de desarrollo más inclusivo, sostenible y conectado, donde cada región florezca, la innovación impulse la economía, y las personas vivan con mayor bienestar, dignidad y justicia social.

El salto a la política internacional no es solo un reto: es una oportunidad para crecer con el mundo, sin dejar de ser nosotros mismos.

Marcela Clavijo

Los de arriba, los de abajo… y los distintos

Vivimos en una sociedad que enfrenta serias dificultades para asumir, de forma auténtica, los principios democráticos. Aunque nuestro sistema político se fundamenta en la igualdad, la dignidad humana y el respeto por la diferencia, los comportamientos cotidianos —y también los estructurales— reflejan otra realidad: segregación, discriminación y relaciones de dominio.

Surgen entonces preguntas urgentes: ¿por qué, siendo todos seres humanos, reproducimos prácticas tan arraigadas que nos llevan a clasificar, jerarquizar y excluir? ¿Por qué ejercemos micro-poderes cotidianos para imponer nuestras verdades, ridiculizar lo distinto o negar la existencia del otro? ¿Por qué optamos por dominar en vez de convivir?

 

Nuestra Constitución, en su artículo 13, es categórica: “Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley” y, por tanto, deben recibir el mismo trato y gozar de los mismos derechos, libertades y oportunidades, sin distinción alguna por razones de sexo, raza, origen, lengua, religión u opinión. Más aún, el Estado está llamado a garantizar no solo la igualdad formal, sino también la real y efectiva, adoptando medidas que favorezcan a quienes han sido históricamente marginados y sancionando cualquier forma de abuso.

Sin embargo, este mandato legal es uno de los más ignorados. Como si la igualdad no fuera ni legal ni legítima, cada día presenciamos cómo se desacredita al que piensa distinto, se ridiculiza al disidente y se ejerce violencia —física, verbal o simbólica— como si aplastar al otro fuera una vía válida de ascenso social.

En este punto vale citar a Herbert Marcuse, quien en su crítica a la sociedad industrial contemporánea plantea una idea inquietante: vivimos en una “sociedad unidimensional”, un sistema totalitario disfrazado de democracia liberal. Aunque parece haber pluralismo, en realidad opera un control casi absoluto sobre los individuos, ejercido a través de la tecnología, el consumo y la cultura de masas. Se impone una visión única del mundo que aplana la diversidad y reduce las expresiones culturales y étnicas a una plantilla homogénea.

Lo más alarmante, decía Marcuse, es que este modelo limita la capacidad de pensar críticamente. Al aceptar sin cuestionamientos lo establecido, se anula la posibilidad de transformación. ¿Cómo puede cambiar una sociedad cuyos individuos han perdido la capacidad de imaginar algo diferente?

La tecnología, que podría ser herramienta de emancipación, se convierte en instrumento de control; el consumo masivo satisface necesidades artificiales, impidiendo la realización auténtica. Lo evidenciamos en la producción constante de contenido para redes sociales, en la lógica de acumulación de seguidores y la necesidad de validación externa que estas plataformas refuerzan.

En este escenario, los seres humanos se alejan cada vez más de una conciencia crítica. Se vuelven pasivos, conformistas e intolerantes ante la diferencia. La diversidad no se valora: se teme. La alteridad se percibe como amenaza. Y todo esto consolida un orden social excluyente, donde la discriminación se normaliza y la segregación se presenta como necesaria.

Por eso es urgente recuperar la capacidad de pensar críticamente, cuestionar el statu quo y reconocer al otro como legítimo, igual y distinto.

Porque si no construimos una sociedad que abrace la diferencia y garantice la igualdad, seguiremos atrapados en una idea falsa de éxito que solo oprime, uniforma y silencia.

Marcela Clavijo

El odio sigue cobrando vidas, pero la diversidad es resistencia

Vivimos en una sociedad marcada por el dolor. Entre 2020 y 2021, la pandemia del COVID-19 se llevó la vida de 14,9 millones de personas en el mundo, según la OMS. El encierro nos obligó a reflexionar sobre la vida, la muerte y la convivencia. Nos transformó: nos acercó, nos rompió, nos reconfiguró. La salud mental, por fin, dejó de ser un tema invisible.

En pleno 2025 y justo en el mes del Orgullo, se promulgó la Ley 2460 de Salud Mental. Esta normativa nos recuerda la urgencia de ejercer la psicología sin prejuicios, con humanidad, con respeto. Porque la salud mental también es un derecho de quienes aman distinto.

 

Este año, 45 personas LGBTIQ+ han sido asesinadas en Colombia. Crímenes de odio, alimentados por la ignorancia y el miedo. ¿Hasta cuándo?

Pero este pasado domingo marchamos miles. Miles que, como el Quijote, quizás estamos locos… locos de amor, de dignidad, de sueños.

Nota recomendada: Condenan a dos sujetos por crímenes a miembros de la comunidad LGBTIQ+ en Medellín

Y aunque no sepamos aún cómo se definirá el nuevo sistema de salud, algo sí es claro:

¡No hay nada que curar!

La enfermedad no está en la identidad, el deseo o el amor.

La enfermedad está en el odio, en la estigmatización, en el rechazo a lo diverso.

Ahí es donde la salud mental cobra verdadero sentido.

Marchar, dar abrazos, escuchar, fue profundamente sanador. Vimos a tantas personas llenas de amor, pero también de vacíos, porque en sus hogares no hay un lugar seguro.

Si odias a tus vecinos por ser una pareja diversa, pide ayuda.

La homofobia, sí, tiene cura.

Ir a terapia, cuestionar creencias, abrirse al mundo, sanar. Porque ser diverso no se pega ni se impone. Se es. Y si un día te enamoras de alguien del mismo sexo, o de alguien no binario o bisexual, no pasa nada extraño.

No hay pecado ni castigo. No hay delito. No hay nada que curar. Solo hay amor.

Hace más de 35 años que la homosexualidad fue eliminada del manual de enfermedades mentales. Ya es hora de que entren en él la homofobia, la lesbofobia, la transfobia, la bifobia. Porque odiar lo diferente no es normal. Porque dañar, discriminar, rechazar lo diverso está mal.

Pero hay esperanza.

Estamos aquí para acompañarte, para ayudarte a ver que sí se puede ser feliz en un mundo diverso, y que respetar la diferencia te hace más grande, más humano.

El cambio ya comenzó. Cada vez más personas LGBTIQ+ acceden al empleo formal. Y porque también envejecen, también merecen una pensión.

La ley ya está cambiando. Ahora nos toca a nosotros.

Yo ya cambié.

¿Y tú, cuándo cambias?

Marcela Clavijo

Es el tiempo del sol

El pasado 21 de junio fue el solsticio de verano: el primer día de esta estación y el día más largo del año. Es también el Día Internacional del Sol, una fecha en la que se resalta su importancia para la vida en la Tierra. Para las culturas indígenas, especialmente las de la región andina, este día marca el Willka Kuti o Año Nuevo Andino, una celebración con rituales ancestrales que conmemoran el retorno del sol.

El Inti Raymi, en quechua “Fiesta del Sol”, es una ceremonia milenaria de origen incaico que honra al Taita Inti (Padre Sol) y a la Pachamama (Madre Tierra). Esta festividad renueva la energía de la tierra y de nuestras comunidades. Su fecha central, el 21 de junio, marca el momento en que el sol alcanza su punto más cercano a la Tierra en el hemisferio sur, dando lugar al día más corto y la noche más larga del año. Coincide también con el cambio de ciclo agrícola y el inicio de la época seca en la Sierra ecuatoriana.

 

Esta fecha, tan nativa y tan significativa, reúne al pueblo andino y representa el comienzo de una nueva era. Es el llamado de nuevos vientos que invitan a sentipensar distinto: a abrir el corazón y la mente a lo que viene.

¿Y qué viene?

Viene una era de compasión, de mirar con ternura a la humanidad —en la que también están incluidos los animales—. Un despertar de la conciencia que no solo clame por el fin de la guerra, sino que comprenda que los territorios en conflicto son también entornos biodiversos donde la vida, en toda su plenitud, está en peligro.

En cada combate, en cada confrontación armada, encontramos dos tipos de actores: los que participan directamente en la guerra, y los que no. ¿Quiénes son estos últimos? Las niñas y niños, sus cuidadoras, los animales domésticos y silvestres, los árboles, el follaje, el agua. Los ríos, que son seres vivos y sujetos de derechos.

Los seres de la naturaleza migran, se aparean, se reproducen y sobreviven guiados por su sabiduría ancestral. Pero el ser humano, absorbido por un modelo extractivista, suele ser indiferente a estas vidas. Desde el egocentrismo, ignora que proteger la especie humana implica también proteger a todos los seres vivos que la sostienen.

Mientras las abejas polinizan y trabajan por la continuidad de la vida, el ser humano traza las coordenadas de la guerra, arrasando ecosistemas, desplazando comunidades y exterminando lo que apenas comenzaba a recuperarse.

Ojalá este saludo al sol nos recuerde lo sagrada que es la vida. Que elevar los brazos al cielo sea también un gesto de desarme. Que no haya guerra aquí, ni en Irán, ni en ninguna parte. Porque si no, no solo la guerra arrasará: también vendrán por todo. Vendrán por nosotros.

Soñar un mundo como el que imaginó Lennon puede parecer utópico y romántico. Pero hoy, no querer las armas, pensarnos entre iguales, respetar las diferencias, proteger a los seres sintientes, a la naturaleza y al agua, se convierte en un sueño profundamente revolucionario.

El acto de mayor revolución es el que nace desde la conciencia.

Y el Inti Raymi es eso: un canto sagrado a la vida. Elevemos los brazos al sol y pidamos un cambio. Uno que recoja el llamado de la conciencia, y nos permita vivir de manera digna, libre y en paz.

Si deseas, puedo ayudarte a darle un título más impactante, adaptarlo para un medio específico (prensa escrita, digital, cultural, ambiental), o convertirlo en un post para redes sociales. ¿Quieres que te lo formatee para publicación?

Marcela Clavijo

¡No al asesinato de líderes sociales y políticos!

Colombia no puede volver a caer en el círculo del terror que marcó los años noventa, ni rendirse otra vez ante las fauces del narcoterrorismo.

Hoy, las redes sociales —ese llamado quinto poder— han descentralizado la comunicación. Ya no está exclusivamente en manos de los grandes medios. Voces independientes, tiktokers, influencers y líderes de opinión están narrando una realidad que muchos intentan silenciar: la profunda injusticia social que atraviesa nuestro país.

 

Por eso, alzamos la voz para exigir condiciones reales de seguridad y protección efectiva para quienes defienden los derechos humanos y construyen, día a día, un país más justo.

Lo sucedido en Bogotá y Cali no es un hecho aislado: es la punta del iceberg. Cientos de líderes y lideresas han sido perseguidos, amenazados y asesinados. Aunque se refuercen sus esquemas de seguridad, sus vidas quedan marcadas. Vivir bajo escolta no es vivir: es sobrevivir.

Si realmente aspiramos a la paz, debemos empezar por desarmar los corazones, fomentar la reconciliación y el respeto mutuo. Pero, ¿están dispuestos quienes han detentado el poder durante décadas a permitir ese cambio? ¿Cuánto les incomoda un gobierno que busca redistribuir privilegios y garantizar derechos?

Este gobierno ha puesto en el centro del poder a los históricamente excluidos: afrodescendientes, indígenas, campesinos, sectores populares, diversidades sexuales y juventudes marginadas. Ha llevado recursos a territorios olvidados, pero muchas de estas acciones siguen siendo invisibilizadas por medios que privilegian el escándalo sobre el reconocimiento.

La violencia política en Colombia tiene un patrón cíclico, que se agudiza en cada periodo electoral. Desde los años noventa —con los asesinatos de Pizarro, el atentado contra Antonio Navarro, y el genocidio impune contra la Unión Patriótica— se han acallado sistemáticamente las voces que proponen un país distinto.

La reciente marcha del silencio, paradójicamente, me deja muda. Claro que hay que marchar por la vida. ¡La vida es sagrada! Y es una lástima que el profe Mockus se haya alejado del verde: su presencia, como la de Navarro, sigue siendo un faro. Cada gesto suyo conmueve. Pero incluso sus llamados a la unión y reconciliación hoy me resultan difíciles de procesar. ¿Reconciliación con quién? ¿Con quienes nunca han querido reconciliarse? ¿Con quienes siguen estigmatizando y excluyendo?

Yo me reconcilio con quienes también quieren hacerlo conmigo. No con quienes me niegan, me despojan o me juzgan. ¿Qué futuro le espera entonces a la dejación de armas? ¿Qué sentido tiene hablar de paz si seguimos social y emocionalmente sindicados?

Ahora todos parecen expertos en derecho constitucional, lo defienden con fervor… pero en 1991 eran pocos los que realmente lo apoyaban. Muchos de quienes hoy lo invocan, entonces lo habrían rechazado.

Mientras tanto, nadie habla de lo que pasa en los barrios: robos, asesinatos, desapariciones. Tal vez por ellos sí marcharía. Porque no tienen voz ni medios. Son el pueblo: los “nadies”, los “de a pie”, los que sostienen este país sin que se les reconozca nada.

Cientos de jóvenes siguen atrapados en la pobreza estructural, marginados por el hambre, mientras un Congreso protege sin pudor los intereses de sus patronos como si fueran los del pueblo.

El debate entre la vida y la muerte no se reduce a una figura pública. Se juega cada día en la suerte de miles que no dependen de redes sociales ni de pantallas, sino de la voluntad de sobrevivir con lo justo.

Quitémonos las gafas del privilegio. Miremos de frente lo que está ocurriendo. Y no solo en Colombia: el planeta entero está al borde. El clima es cada vez más errático. El nivel del mar ha subido entre 20 y 23 centímetros desde 1880, producto del derretimiento de glaciares, la expansión térmica de los océanos y un modelo económico basado en la depredación: petróleo, minerales, agua, vida.

El pastoreo masivo para la producción de carne ha destruido suelos fértiles. Estamos presos del dinero, atrapados en un consumo compulsivo que promete placeres inmediatos y nos aleja de los procesos profundos y necesarios.

El mundo también se debate entre la vida y la muerte. Cada vez más caliente. Cada vez más desigual. Y en esa lucha por la equidad, los pueblos han puesto los muertos. Porque la verdadera diferencia está entre un modelo que distribuye con justicia y otro que concentra con violencia.

Es tiempo de mirar con otros ojos. Es tiempo de actuar.

Marcela Clavijo

Democracia sin talanqueras: el pueblo elige la justicia

El reciente proceso electoral en México, que permitió al pueblo elegir directamente a integrantes del poder judicial, marca un hito en la historia democrática de nuestra región. Este hecho no solo es importante por su carácter inédito, sino porque abre una discusión de fondo sobre el papel que juegan los poderes del Estado en la construcción de sociedades justas, equitativas y verdaderamente soberanas.

La democracia se fortalece cuando se eliminan las barreras que impiden la participación directa del pueblo en decisiones fundamentales. Durante demasiado tiempo, el poder judicial —en muchos países latinoamericanos— ha estado controlado por redes de recomendados, apellidos influyentes, y lobbistas que ejercen su poder al margen del interés general. Como bien lo expresó la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, este poder ha sido manejado por “los hijos de los primos de las hijas de los hermanos de…”, es decir, por círculos cerrados ajenos a la realidad del pueblo que dicen representar.

 

La democracia no es peligrosa. Lo peligroso es la corrupción, la discriminación y la ausencia de justicia social. Los sistemas judiciales capturados por élites han sido uno de los mayores obstáculos para la implementación de políticas públicas que respondan a las necesidades reales de la ciudadanía. Y eso es algo que los votantes comienzan a rechazar en las urnas.

Un ejemplo concreto, cotidiano, lo vemos en las Juntas Administradoras Locales (JAL):
La comunidad denuncia.
La JAL aprueba estrategias y presupuesto para la convivencia y la seguridad.
La alcaldía ejecuta actividades sociales para jóvenes.
La policía actúa y captura a quienes cometen delitos.
Pero cuando el proceso llega al poder judicial… simplemente no pasa nada.

Los capturados, luego de más de 150 días de trámite, muchas veces recuperan la libertad sin consecuencias claras. Y si llegan a prisión, lo hacen a un sistema que no garantiza ningún tipo de resocialización. La prevención brilla por su ausencia y la justicia termina siendo una cadena de eslabones sueltos, donde lo que se pierde es la esperanza de transformación.

Este ciclo vicioso no puede combatirse solo desde una ideología. La corrupción no tiene color político, aunque es cierto que ciertas fuerzas han tenido mayor oportunidad de ejercerla por haber gobernado durante más tiempo. Sin embargo, el antídoto está en manos del electorado: una ciudadanía crítica, informada y activa, capaz de definir agendas políticas que se comprometan con un verdadero Estado de derecho —no un Estado de derecha o de izquierda, sino uno que responda a las necesidades sociales con justicia, equidad y transparencia.

El pueblo debe seguir teniendo la palabra. Debe decidir no solo quién gobierna, sino cómo se administra la justicia. Ese es el camino hacia una democracia real: una donde no existan talanqueras, una donde la soberanía no sea un discurso, sino una práctica cotidiana.

Que viva el pueblo y su poder de decisión.
Y que Colombia —y toda América Latina— puedan pronto recorrer este mismo sendero hacia una democracia más justa, participativa y soberana.

Marcela Clavijo P.

Un paso adelante y dos atrás: la reforma laboral y sus silencios incómodos

Mientras en la Comisión Cuarta del Congreso se celebraban avances en la reforma laboral –como el recargo nocturno desde las 7:00 p.m. y el reconocimiento del 100% del recargo dominical y festivo–, otros temas fundamentales fueron, nuevamente, dejados en un segundo plano o reducidos hasta volverse casi invisibles: las personas con discapacidad y las personas menstruantes.

¿Y la discapacidad?

 

Colombia tiene, según estimaciones, alrededor de 2,65 millones de personas con discapacidad, lo que representa el 5,6% de la población. El país reconoce siete tipos de discapacidad: física, auditiva, visual, sordoceguera, intelectual, psicosocial y múltiple. Sin embargo, la reforma laboral omitió establecer mecanismos claros y obligatorios de inclusión laboral para estas personas.

Hoy el trabajo sigue siendo un derecho negado para muchos. Las empresas, cuando abren convocatorias “inclusivas”, suelen privilegiar a quienes, dentro del espectro de la discapacidad, presentan condiciones funcionales cercanas al ideal productivo. ¿Y el resto? ¿Dónde quedan las personas con discapacidad psicosocial o múltiple? ¿Quién define a quién se le da la oportunidad y a quién no?

Proponemos algo sencillo y transformador: una cuota obligatoria de contratación por tipo de discapacidad. No basta con decir “2 de cada 100 empleados tendrán discapacidad”. Se necesita garantizar que todos los tipos de discapacidad estén representados. ¿Qué tal 7 de cada 100, una por cada tipo reconocida? Esto obligaría a las empresas a repensar sus entornos laborales y a romper la lógica capacitista que aún rdomina el mundo del trabajo.

¿Y las personas menstruantes?

Otro retroceso evidente fue la reducción del artículo 18 de la reforma, que buscaba garantizar una licencia menstrual remunerada. El texto aprobado solo protege a quienes presentan menstruaciones incapacitantes o con diagnósticos médicos como endometriosis, limitando el acceso a un derecho que debería ser universal para quienes menstrúan.

La propuesta inicial no se trataba de un privilegio, sino de una medida de equidad. La menstruación no es una enfermedad, pero sí puede afectar el bienestar, la concentración y el rendimiento. Y si el trabajo es humano, debe reconocer las realidades humanas.

Además, se ignoró por completo a las personas trans, no binarias y otras identidades menstruantes, lo que demuestra una mirada aún binaria y excluyente del género en el mundo laboral.

¿Una reforma para quién?

La reforma laboral debía ser una oportunidad para hacer del trabajo un verdadero derecho inclusivo, interseccional y justo. Pero parece que se legisla aún con una idea limitada del trabajador: normativo, productivo, sin dolor, sin discapacidad, sin diversidad.

No basta con ajustes cosméticos. Lo que está en juego es la transformación del arquetipo laboral, ese que define quién es sujeto de derechos y quién debe seguir esperando en la sala de exclusión.

Colombia no necesita solo reformas laborales. Necesita una reforma ética del trabajo. Una que reconozca que no hay desarrollo posible si sigue descansando sobre la exclusión de cuerpos diversos.

Marcela Clavijo

Por algo mi corazón late a la izquierda

El comienzo de esta semana nos recibió con una noticia profundamente dolorosa para quienes creemos en la dignidad, la justicia social y la política hecha con el alma: falleció José “Pepe” Mujica.

El tupamaro. El campesino. El presidente austero. Murió una semana antes de cumplir 90 años. Entre 2010 y 2015 fue presidente de Uruguay y cambió los esquemas tradicionales del poder. Al asumir, renunció a los privilegios. No por obligación, sino por convicción. Su casa humilde, su huerta, su viejo Volkswagen azul, su salario donado a causas sociales: todo hablaba de él más que cualquier discurso. Le llamaron “el presidente pobre”, pero él lo dijo mejor: “No soy pobre, soy sobrio. Preciso poco para vivir.”

 

Junto a su compañera de vida, Lucía Topolansky, compartió no solo el amor, sino también la lucha. Se conocieron en la militancia, en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Ambos fueron clandestinos, encarcelados, sobrevivientes. No tuvieron hijos, pero su legado es inmenso. Mujica fue ejemplo de integridad, y de esa rara coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Entendió —y nos enseñó— que lo importante es ser por lo que se piensa, no por lo que se aparenta.

Hoy, mientras lo despedimos con admiración y respeto, en Colombia vivimos una escena que duele desde otro lugar: el desprecio por la democracia. En plena discusión de una reforma laboral que podría dignificar la vida de millones, el presidente del Senado, Efraín Cepeda, cerró una votación de forma arbitraria. Gritos, manoteos, trampas. El tablero decía una cosa, pero se impuso otra. Hundieron la consulta popular con caos y sin vergüenza. Y mientras eso pasaba, la derecha celebraba.

Celebraban quienes representan intereses de unos pocos: grandes extractores, multinacionales, enemigos del agua y del trabajo digno. Esos que no creen que el planeta se agota, pero ya estarían comprando pasajes a Marte si supieran que aquí ya no se podrá vivir.

La política necesita mesura, coherencia y compostura. No se trata de ganar por ganar, sino de cómo se gana. Por más que el presidente actual construya alianzas con los BRICS, lidere la CELAC y proponga modelos desde el sur global, acá adentro hay quienes solo se dedican a sabotear.

¿Con qué confianza se puede esperar algo distinto del Congreso? Quedan menos de 37 días. ¿Habrá voluntad para rescatar la reforma? ¿Escucharán a los trabajadores, a las madres cabeza de hogar, a los jóvenes que sobreviven en la informalidad? Colombia necesita una reforma laboral real. Esto va más allá de un gobierno: se trata del futuro. Del derecho a trabajar con dignidad. Solo eso.

Hoy se fue un gran hombre. Y mientras se nos van los buenos y las buenas, aquí seguimos luchando por quedarnos en el lado correcto de la historia. Por algo, mi corazón late a la izquierda.

Marcela Clavijo

Rompe el silencio contra el abuso y explotación infantil

En Colombia, miles de niños y niñas están creciendo entre el miedo, el silencio y el dolor. No porque lo hayan elegido, sino porque los adultos, las instituciones y la sociedad en general hemos fallado en protegerlos. El maltrato y el abuso físico y sexual no son simples estadísticas: son gritos silenciados, infancias robadas, sueños interrumpidos antes de comenzar.

Solo en 2024, más de 11.000 menores fueron víctimas de abuso sexual, según Medicina Legal. El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) atendió 18.085 casos de violencia sexual hasta agosto de ese mismo año. En enero de 2025, ya se habían registrado 1.072 casos, lo que equivale a 35 niños o niñas agredidos sexualmente cada día. Muchos de ellos nunca hablarán. Algunos, tristemente, no vivirán para contarlo.

 

Lo más alarmante es que el 95% de los menores afectados habita en zonas rurales, donde la presencia del Estado es débil y la atención, escasa. En estos territorios, la pobreza, el abandono, la violencia intrafamiliar y el reclutamiento armado configuran un escenario de profundo sufrimiento para la niñez, invisibilizada ante los ojos de todos.

Casos como el del docente Freddy Arley Castellanos, vinculado al hogar infantil Canadá, operador del ICBF en Bogotá y acusado de abusar presuntamente de varios niños de tres años, estremecen por la gravedad y la traición de confianza. ¿Cómo se sobrevive a algo así con apenas tres años?

Y aun así, siguen siendo niños. Juegan cuando pueden, sonríen cuando reciben una caricia sincera, sueñan con un mundo feliz, aunque su entorno sea una pesadilla. Pero no deberían resistir. Deberían vivir. Deberían crecer sintiéndose seguros, amados, escuchados.

Como país, no basta con leyes severas si seguimos tolerando la impunidad y el olvido. No es suficiente indignarse cuando un caso se vuelve viral. Se necesita un compromiso real: denunciar sin miedo, acompañar con humanidad, prevenir con educación y sanar con justicia.

Los factores de riesgo son múltiples: violencia intrafamiliar, pobreza, abandono, reclutamiento forzado (con 463 casos reportados el último año) y la falta de educación sexual. Las niñas son las más afectadas, representando el 56% de las víctimas de violencia.

Pese a avances como la cadena perpetua para violadores y asesinos de menores, la impunidad persiste. Muchas denuncias no prosperan, las investigaciones se estancan y las condenas son escasas. Se requiere más que castigos ejemplares: hace falta una transformación estructural del sistema de protección infantil.

Es urgente definir y evaluar desde la psicóloga forense se tienen instrumentos para perfilar posibles agresores y prevenir riesgos, estrenar la nueva ley de Salud Mental, fortalecer las rutas de atención, mejorar la articulación entre entidades como el ICBF, la Policía, la Fiscalía y el sistema educativo, y lanzar campañas masivas de prevención y sensibilización. Denunciar cualquier sospecha de abuso, educar a los menores para que reconozcan situaciones de riesgo, brindar apoyo psicológico y vigilar de cerca sus entornos son acciones clave para detener esta tragedia.

La protección de la niñez es una responsabilidad colectiva. Como sociedad, debemos unirnos para garantizar a todos los niños y niñas un entorno seguro, digno y libre de violencia.

La infancia no espera, son solo los primeros 7 años. Cada niña o niño violentado es un llamado urgente a la conciencia nacional. ¿Hasta cuándo miraremos hacia otro lado?

Porque quien daña la infancia, rompe un país. Y quien la protege, la reconstruye.

Marcela Clavijo

*María Cano: La Flor del Trabajo y Voz Femenina del Proletariado en Colombia*

En la historia de Colombia, pocas figuras han dejado una huella tan profunda como María Cano, nacida en Medellín en 1887 bajo el nombre de María de los Ángeles Cano Márquez. Conocida como La Flor del Trabajo, fue pensadora, escritora y activista política, una de las voces más influyentes en la defensa de los derechos de los trabajadores y las mujeres.

Proveniente de una familia liberal antioqueña, hija del maestro Rodolfo Cano y de Amelia Márquez, creció entre libros, arte y humanismo. Era la menor de cinco hermanos, y desde joven desarrolló una profunda sensibilidad social e intelectual que la llevó a involucrarse activamente en la vida política del país en tiempos de intensas tensiones sociales.

 

Su amor por la literatura y la justicia la condujo al movimiento obrero de Medellín, ciudad que entonces vivía los albores de la industrialización. Allí, María Cano emergió como una de las principales líderes sindicales y participó en la fundación del Partido Socialista Revolucionario, desde donde promovió ideas de igualdad, justicia y dignidad para los trabajadores.

Sus discursos y escritos despertaron la conciencia de miles, especialmente de mujeres obreras, que veían en ella una guía y una esperanza. No solo alzaba la voz en nombre de los trabajadores: marchaba con ellos, organizaba huelgas, denunciaba abusos y exigía condiciones laborales dignas. Abogaba por el salario justo, la jornada limitada y la seguridad en el trabajo.

En una sociedad profundamente patriarcal, también defendió con firmeza los derechos civiles y políticos de las mujeres. Fue pionera del feminismo en Colombia y abrió caminos que hoy recorren muchas. En mayo de 1925 fue bautizada como La Flor del Trabajo, un apodo que simboliza su ternura y firmeza, su compromiso con la causa obrera y su capacidad de resistencia en tiempos de represión.

María Cano falleció en Medellín el 26 de abril de 1967, a los 79 años. Murió en la austeridad que eligió vivir, con lo básico, en coherencia con su lucha por una vida digna para todos. Su sepelio, en el cementerio de San Pedro, fue sencillo, como su vida.

Aunque fue marginada y silenciada por los poderes políticos de su época, su legado ha sido reivindicado por colectivos académicos, feministas y estudiantiles. Hoy es recordada como símbolo de lucha, dignidad y justicia social en América Latina.

Su vida sigue inspirando a activistas, jóvenes, estudiantes, mujeres y trabajadores que aún hoy sueñan con un mundo más justo. En tiempos donde los derechos sociales vuelven a estar en disputa, la historia de María Cano nos recuerda que el cambio comienza con una voz valiente que se niega a guardar silencio.

Hoy quiero traer una de sus frases: “Una voz de mujer les grita: es construir. Construir es deber de toda legislación”. Y eso es lo que hacemos: construir una nueva nación que nos represente. Hay problemas, sí, pero no podemos afligirnos ni aflojar. Como dice el dicho: el que se aflige, afloja. Y no estamos para retroceder.

Debemos sumar fuerzas, hacer pedagogía y exigir el cumplimiento de nuestros derechos. Nuestro trabajo no es solo por nosotros, sino por los millones que aún viven en la pobreza, que madrugan cada día sin salario digno, haciendo ricos a unos pocos. Por las mujeres que encienden la luz y el fogón cada mañana para enviar a sus hijos al colegio, realizando un trabajo no pago que también debe ser reconocido como un derecho.

María Cano nos enseñó a alzar la voz por los que no la tienen. Por eso la invocamos, la honramos y seguimos su ejemplo. Luchamos, y lucharemos cuantas veces sea necesario por causas justas. Queremos trabajo digno, salario justo, horas extras reguladas y contratos estables.

Estoy segura de que, si viviera, María Cano marcharía por el “Sí” en la consulta popular y caminaría a nuestro lado este 1º de mayo, vestida con dignidad, como tantas mujeres que hoy hacen historia.

Marcela Clavijo

Francisco ‘El hombre’

Argentino, hijo de migrantes italianos —hoy tal vez lo llamarían extranjero—, estudió metalurgia y fue portero nocturno en un bar. Amante del tango y del fútbol, su camino lo llevó a convertirse en sacerdote jesuita. Fue párroco en las villas de Buenos Aires, luego Obispo y más adelante Cardenal.

Vivió la dictadura de Videla, una época marcada por la represión, los carros verdes, el minuto, y la desaparición de amigos de su juventud. Su ejercicio pastoral, sin duda, tuvo que confrontar esa dura realidad.

 

Francisco llegó a Colombia para abrazar el proceso de paz. Fue el primer Papa que visitó Villavicencio, donde estremeció con sus palabras sobre la paz, la justicia social y la igualdad. Un Papa sencillo, recio, tal vez con un dejo de arrogancia bien argentina, pero que renunció a toda pompa y lujo. Decía ser la cabeza de una Iglesia para los pobres, y lo vivía: podía comer un plato de lentejas con chorizo o una cazuela de mariscos, pero nunca desperdiciar ni dejar de compartir.

Desde su llegada al pontificado lo seguí de cerca, lo leí, lo admiré, me volví su fan. ¿Un Papa con redes sociales? ¡Esto sí era demasiado!, pensé. Francisco nos dijo que todos somos hijos de Dios, que Él no discrimina a nadie, que ve el mismo corazón en cada uno de nosotros. Que somos personas, y que nunca deberíamos ser juzgados por sentir amor. En mi reencuentro con Dios, así lo he sentido: tuvimos un Papa que nos liberó de la culpa, que no nos rechazaba por la orientación sexual, que nos recordaba que Dios nos quiere tal y como somos, y que debemos aprender a querernos también.

Francisco hablaba de ser humanista, de leer, de estudiar. Admiraba a Dostoievski, y decía que los sacerdotes debían ser lectores y pensadores. Tal vez se inspiró en Pobres gentes, El idiota, Los hermanos Karamazov, o en Crimen y castigo.

Oraba por el cese de la guerra en Gaza, por la vida del pueblo palestino, por Ucrania y por Colombia. Fue el único Papa que reunió a líderes de otras religiones y oró junto a ellos por la paz del mundo: un acto ecuménico sin precedentes.

Con firmeza y sin ambigüedades, enfrentó los casos de abuso sexual dentro de la Iglesia. Para él, la casa de Dios no podía ser profanada. Defendió a los niños y niñas como sagrados.

Abrió camino a las mujeres, cuestionando su rol subordinado dentro de la Iglesia. Aunque no apoyaba el aborto, comprendía que no todas las mujeres deseaban ser madres, y que muchas se sentían solas frente a una familia sin padre cuidador y sin protección. Francisco hablaba de responsabilidad, no de condena.

Nos exhortó a amar la tierra, el agua, la naturaleza y a cuidar de los animales. Su llamado fue integral: espiritual, humano y ecológico.

Ojalá el próximo cónclave elija a alguien como Francisco. Hoy, que Dios te ha llamado en Domingo de Pascua, tu despedida tuvo el sello de los elegidos: pudiste hablarle una última vez a tu rebaño. Gracias por renovar mi fe, por dar coherencia a mi Iglesia, por sembrar una semilla que, sin duda, seguirá germinando.

Descansa en paz, Francisco. Saluda a esos buenos seres que ya están en el cielo. Tu legado nos acompaña.

Marcela Clavijo

Ecuador perdió una gran presidenta

La segunda vuelta presidencial en Ecuador culminó con un resultado no exento de polémica. Daniel Noboa, joven empresario y actual mandatario, fue ratificado como presidente electo tras alcanzar cerca del 56% de los votos, según cifras oficiales del Consejo Nacional Electoral (CNE), superando en más de diez puntos a la candidata de Revolución Ciudadana, Luisa González, una joven abogada con postgrados y carrera política heredera del Correismo quien obtuvo el 44%. Sin embargo, el desenlace ha sido fuertemente cuestionado por la oposición correísta, que ha denunciado un supuesto fraude electoral y ha exigido el recuento de los votos.

Con el 90% de las actas escrutadas, el CNE declaró como irreversible la tendencia que favorece al binomio Noboa–Pinto, del movimiento Acción Democrática Nacional (ADN). “Hoy es una jornada histórica, una victoria histórica de más de un millón de votos, que no deja duda de quién es el ganador”, declaró Noboa ante sus simpatizantes, en un discurso donde destacó el respaldo ciudadano a su proyecto de renovación política.

 

No obstante, la respuesta del correísmo fue inmediata y enérgica. Luisa González, heredera política del expresidente Rafael Correa, desconoció los resultados y denunció un supuesto “fraude grotesco”. “Me niego a creer que exista un pueblo que prefiera la mentira antes que la verdad. Vamos a pedir el reconteo y que se abran las urnas”, dijo desde Quito, rodeada de militantes del movimiento Revolución Ciudadana.

González aseguró que su candidatura lideraba en “once encuestas”, incluyendo algunas que, según ella, provenían de sectores afines al oficialismo. También citó discrepancias en los sondeos a boca de urna, uno de los cuales proyectaba su victoria y otro apuntaba a un resultado más estrecho, con Noboa a la cabeza por menos de cuatro puntos.

En una declaración con tintes de confrontación política, la excandidata aseguró que “Ecuador está viviendo una dictadura” y denunció que el país atraviesa “el fraude electoral más grotesco de su historia”. Pese a la gravedad de las acusaciones, hasta el momento no ha presentado evidencia concreta que sustente sus denuncias ante las autoridades electorales o la comunidad internacional.

La narrativa del fraude, en ausencia de pruebas sólidas, podría representar un intento de reposicionamiento del correísmo en el escenario político nacional. Si bien el movimiento de Rafael Correa ha mostrado capacidad de movilización y presencia territorial, esta nueva derrota electoral representa un golpe estratégico, especialmente ante una figura como Noboa, que ha logrado captar el voto joven y urbano.

El CNE, por su parte, se enfrenta al desafío de garantizar la transparencia del proceso y preservar la legitimidad institucional frente a una crisis de confianza. Observadores internacionales aún no han emitido pronunciamientos definitivos, pero la comunidad internacional seguirá con atención los próximos pasos de la oposición y la respuesta del sistema electoral.

Más allá de la coyuntura inmediata, la elección de Noboa y la reacción de González abren interrogantes sobre la gobernabilidad futura, el papel de la oposición correísta y la solidez democrática en un país marcado por la polarización y la desconfianza.

Ganó la juventud neoliberal ecuatoriana, y se queda en la oposición el legado de Correa.. Así las cosas, otra mujer casi alcanza la presidencia y queda cuestionada la gobernabilidad del nuevo mandatario.

 ¿Qué viene para Ecuador tras la victoria de Noboa?

La confirmación de Daniel Noboa como presidente electo plantea importantes interrogantes sobre la gobernabilidad del país y el rumbo que tomará su administración en un entorno político profundamente polarizado. Su triunfo, aunque contundente en las urnas, se produce en un contexto de tensión institucional y desconfianza, que podría condicionar su margen de maniobra desde el inicio de su mandato.

¿Que pasará con Ecuador? La gobernabilidad en un Parlamento fragmentado

Uno de los principales retos para Noboa será consolidar una mayoría legislativa que le permita avanzar en sus propuestas. El Parlamento ecuatoriano continúa fragmentado, y Revolución Ciudadana —la principal fuerza opositora— ha dejado claro que no adoptará una posición pasiva tras la derrota. La posibilidad de una oposición activa, movilizada en las calles y con un discurso de ilegitimidad, podría dificultar las reformas estructurales o iniciativas impopulares que requiera el Ejecutivo.

La narrativa del fraude podría derivar en manifestaciones, demandas legales o incluso llamados a una Asamblea Constituyente, una estrategia que ha sido utilizada anteriormente por movimientos populistas en la región. En este sentido, la estabilidad institucional dependerá en buena medida de la capacidad del nuevo gobierno para dialogar, generar consensos y evitar una escalada de confrontación con el correísmo.

¿Cómo conducir al Ecuador?: un giro hacia el pragmatismo

En el plano internacional, la elección de Noboa representa un cambio generacional y discursivo en la política ecuatoriana. A diferencia del discurso antiimperialista de la Revolución Ciudadana, Noboa ha mantenido una línea más técnica y pragmática, enfocada en la inversión extranjera, la reactivación económica y la seguridad. Esto podría traducirse en un acercamiento con gobiernos liberales y alianzas estratégicas con Estados Unidos, Colombia y países del bloque del Pacífico.

También se espera una política exterior más activa en temas de seguridad regional, especialmente en la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado transnacional, dos flagelos que han golpeado duramente al Ecuador en los últimos años.

¿Que se espera para Ecuador?  oportunidad o riesgo

La victoria de Noboa abre una ventana de oportunidad para el país, pero también presenta riesgos si no se gestiona adecuadamente la crisis de legitimidad que plantea la oposición. En un escenario ideal, el nuevo presidente podría canalizar el respaldo electoral para impulsar una agenda de modernización institucional y cohesión social. Sin embargo, si la polarización se profundiza, Ecuador podría enfrentar una nueva etapa de inestabilidad política que ponga en jaque tanto la gobernabilidad como la democracia.

Esperamos que la oposición construya un bloque modelo que recoja la necesidad de gobernar por las oportunidades de las y los ecuatorianos, ganando la pelea a esta supuesta renovación, pero de pensamiento tradicional y de derecha.

A Luisa González nuestra sororidad y empatía, hermana ecuatoriana acá celebramos tu lucha y te acompañamos en ella, que proceda toda investigación por qué lo que para ellos es cuestionar la gobernabilidad para nosotros es Justicia.

Una siempre debe pelear por las causas justas.

Marcela Clavijo

*El valor de la vida de una mujer trans *

Hablar de una mujer trans en Colombia es hablar de resistencia, dignidad y belleza en medio de la adversidad. Son historias que rara vez ocupan titulares, pero transforman vidas. Esta no es solo una crónica de valentía; es también una denuncia ante un país que sigue fallando en lo más básico: garantizar el derecho a existir.

Conocí a mi primera amiga trans en Chapinero: Laura, una mujer dulce y brillante, en ese entonces estudiante de Historia, ella era judía, quien años después fundaría el GAAT, y con este el mundo de los tránsitos. Luego vinieron Tatiana, contadora, interventora de proyectos, ejecutiva, determinada, ha ocupado altos cargos públicos; a Deisy activista de los derechos de la población LGBTIQ+;siempre en la lucha por nuestros derechos hoy la primera mujer trabajadora en el Concejo de Bogotá a Charlotte, Cubana estadista de la salud y lo mejor su imponente puesta en escena que la deja ser esa cantante poderosa; Vicky, ingeniera ambiental oriunda de Arauca quien tuvo que salir del país y  en Alemania completó su tránsito y encontró en las redes la mejor forma de expresar quién es. También conocí a Emanuel, a Mateo quienes gradualmente han hecho su tránsito y hace muy poco leí sobre Georgina Epiayú, de La Guajira, con más de 70 años quien hace muy poco adquirió su reconocimiento por su comunidad como una mujer trans.. Cada una, son mis muxas son un símbolo que con su fuerza, ilumina un país que aún las margina.

 

Pero mientras escribo, la realidad sacude: solo en los primeros días de 2025 se reportaron siete asesinatos de personas LGBTIQ+, tres agresiones a mujeres trans y una desaparición. El cierre de 2024 fue alarmante: discursos de odio en aumento, retrocesos legislativos y ataques sistemáticos.

Caribe Afirmativo documentó más de 50 asesinatos en 2024, además de amenazas y violencia policial, especialmente contra personas trans. La violencia tiene rostro y forma: asesinatos en vía pública, agresiones físicas y verbales, desapariciones impunes.

En medio de este dolor, nombro vidas que no deben olvidarse:

Andreina García García, Eder José García, Margarita Enith, Natalia Andrea Santodomingo, Betsy Mariel, Magdalena Medio, Diany Ruiz y hoy a Sara Millerey, quienes fueron asesinadas por el odio, pero también por la indiferencia, ojalá sus historias nos toquen y pensemos en que esto también es una pandemia…

Cada nombre es memoria y resistencia. No son cifras: son artistas, contadoras, ingenieras, activistas, mujeres que han amado, soñado y construido comunidad.

Y hay que decirlo con fuerza: en Colombia, ser trans es un riesgo de muerte. Mientras no haya garantías para vivir con dignidad y respeto,mientras contemos sus asesinatos y no haya vida plena para ellas, seguiremos siendo un país desigual. .

Porque nuestras vidas no pueden seguir apagándose sin consecuencias. Porque la memoria, el amor y la rabia también son formas de justicia.

La transformación social empieza por el reconocimiento del otro como legítimo. Cada acto de respeto, cada conversación que humaniza, cada espacio que se abre sin miedo ni prejuicio es una forma de resistencia. No podemos seguir construyendo país sin todas las voces, sin todas las identidades, sin todos los cuerpos.

La historia no se escribe solo con leyes ni cifras, sino con vínculos reales. Que esta sea una invitación a mirar con otros ojos, a preguntar por esas vidas, que se nos cruzan y nos enseñan.

Porque no es posible un país sin justicia, sin memoria, si no hay amor por la diversidad.

Marcela Clavijo