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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Alejandro Toro

Estamos en la era en la que las armas deciden cuando disparar

El mundo se enfrenta a uno de los riesgos más inminentes para la humanidad: la producción en masa de armas autónomas letales.

En mayo del 2025, medios de comunicación informaron sobre el uso de aeronaves autónomas por parte de Ucrania en territorio ruso, dispositivos que también han sido utilizados por Rusia y que serían provenientes de Irán, uno de los países con mayor capacidad armamentística en materia de aeronaves autónomas letales.

 

Hace unos días, Marruecos confirmó la compra de drones turcos, justo después de haber adquirido misiles Stinger de Estados Unidos, lo cual evidencia el aumento de la proliferación de armas autónomas letales, su exportación y su uso en zonas de conflicto en el mundo.

Frente a este panorama, diversos países han insistido en la construcción de muros contra drones, como fue la propuesta de la Unión Europea de elaborar una malla de misiles y radares que detecten y neutralicen las posibles amenazas en territorios fronterizos con Rusia. A la par, el grupo italiano de defensa y aeroespacial presentó un escudo denominado como “Michelangelo Dome”, un sistema de defensa aérea que utiliza inteligencia artificial, con el fin de identificar armas hipersónicas y enjambres de drones.

De esta manera, cada vez más países se suman al desarrollo de sistemas que protejan sus territorios del alcance de estos elementos, concebidos por el Comité Internacional de la Cruz Roja, como todas las armas que seleccionan objetivos y son aplicadas a la fuerza sin intervención humana directa. Entre sus principales riesgos, la Organización de las Naciones Unidas señala que estas armas automatizan la toma de decisiones, lo cual puede conllevar a errores de cálculo, ataques humanitarios y a la destrucción de infraestructura crítica y los servicios esenciales de un país.

Tal fue el caso de la Operación Telaraña, como se le denominó a uno de los ataques más recientes a Rusia, en donde el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) inició una operación de 117 drones contra aviones de largo alcance de la Fuerza Aérea Rusa. Las armas elegidas fueron aeronaves Aeroprakt A-22, capaces de transportar bombas o munición antipersona y volar a menor altitud, lo que les permitió pasar inadvertidamente por debajo de las defensas rusas. La modificación de estos dispositivos fueron un mecanismo de defensa hacia los drones de tipo Shaded que Vladimir Putin ha utilizado por años en el territorio ucraniano.

Los Shaded, como se les llaman a vehículos aéreos no tripulados provenientes de Irán, son utilizados para ataques suicidas, motivo por el que son conocidos como drones kamikazes. Entre sus diferentes modelos, los Shaded-163 tienen un alcance a larga distancia que les permite llevar una ojiva explosiva y lanzarla a un objetivo sin intervención humana. Asimismo, su forma de uso habitual es por medio de enjambres, los cuales permiten el impacto en contra de un objetivo y la destrucción de la carga explosiva que tiene incorporada.

Desde el inicio de la guerra, el 24 de febrero de 2022, Rusia ha usado drones como el Kub-BLA de Kalashnikov, un aparato que merodea hasta encontrar su objetivo y que cuenta con cámaras y sistemas de guía hechos en China. Ucrania ha respondido con los Switchblade 300 y 600, enviados por Estados Unidos. Son drones que pueden volar durante mucho más tiempo que un avión tripulado y atacar por sí mismos una vez que identifican su blanco. Estos Switchblade están inspirados en los drones kamikaze Phoenix Ghost del ejército estadounidense y han incorporado la inteligencia artificial para maximizar su impacto.

Del mismo modo, Israel ha utilizado drones pequeños o cuadricópteros desde 2023 en contra de Palestina, operando estos dispositivos para el lanzamiento de bombas explosivas en el territorio de Gaza, lo cual ha contribuido al recrudecimiento del conflicto y al aumento de ejecuciones extrajudiciales de civiles palestinos. Al igual que Rusia, Israel ha concentrado esfuerzos en modificar drones comerciales, como lo hizo con DJI Agras, el DJI Mavic y el DJI Avata para la destrucción de hospitales y refugios civiles, y la vigilancia de prisioneros palestinos, lo cual ha intensificado la barbarie. Estos drones, pertenecientes a China, fueron suspendidos a este país una vez se conoció sobre sus usos letales, introduciendo modificaciones para restringir sus áreas de uso y el nivel de altura de los mismos.

A pesar de que el uso de armas autónomas letales ha aumentado durante los últimos años, para el 2021 ya se utilizaban estos dispositivos en conflictos. El primer caso de un dron autónomo que atacara a seres humanos se dio en marzo del 2020, durante la segunda guerra civil libia, en donde se habrían operado drones turcos Kargu-2 para atacar a objetivos humanos, un dispositivo cuadricóptero diseñado para llevar una carga de armas, procesar imágenes y algoritmos, así como seguir blancos móviles.

En el caso colombiano, para octubre de este año, las fuerzas armadas dieron creación al primer batallón de Aeronaves No Tripuladas (BANT) en América Latina, integrado al Comando de Aviación del Ejército y orientado al apoyo de operaciones de inteligencia y al fortalecimiento de la seguridad en el país.

Este batallón, a diferencia del uso que se les han dado a las armas autónomas letales en otras partes del mundo, busca adoptar capacidades de guerra electrónica y análisis de inteligencia artificial, con el objetivo de identificar amenazas con mayor precisión y consolidar la vigilancia en zonas estratégicas de la nación, como fronteras y bases militares, continuamente atacadas por grupos armados al margen de la ley.

Esto como respuesta a los más de 350 ataques con drones que han recibido las fuerzas armadas por parte de disidencias, lo cual evidencia como el conflicto se ha transformado con base a los avances tecnológicos y la implementación de inteligencia artificial con fines militares. Por tanto, las fuerzas armadas colombianas han implementado diseños similares a los de un avión, que permite la identificación de rostros, la persecución de objetivos y el sobrevuelo de hasta 45 kilómetros.

De esta forma, el avance militar no es, por sí mismo, el problema. El verdadero riesgo aparece cuando olvidamos que toda arma debe estar al servicio de la defensa, no de los ataques. La intervención humana tiene que seguir siendo una línea roja inquebrantable, y cualquier intento de trasladar estas tecnologías a zonas de conflicto solo incrementa la barbarie. Ante esto, es posible decir que el desafío de la actualidad, más allá de lograr el avance tecnológico, es que este no esté por encima de la humanidad entera. La tecnología, a final de cuentas, debe promover el progreso, no la destrucción.

Alejandro Toro

El tijeretazo a puerta cerrada a la educación de Antioquia

El martes 18 de noviembre la Asamblea Departamental de Antioquia dio un espectáculo que retrata la forma como el uribismo entiende la democracia: los estudiantes de las universidades públicas protestando en las graderías por los recortes al presupuesto de educación superior, y la Presidenta de la corporación, la diputada del Centro Democrático Verónica Arango, ordenando suspender la sesión y anunciando que al otro día el debate sería “a puerta cerrada”. Solo cuando la indignación ciudadana creció y el propio gobernador tuvo que hacer el regaño en público por redes sociales, se vieron obligados a recular y permitir el ingreso de la gente a la sesión del miércoles 19.

El episodio no es menor. Que la presidenta de la Asamblea intente sacar a la ciudadanía del recinto justo el día en que se discute el Presupuesto Departamental de 2026 –un plan de casi 8 billones de pesos para el próximo año– no es justificable de manera alguna. Es una decisión profundamente antidemocrática: querían recortar a las universidades públicas sin tener que escucharles la voz a quienes estudian y trabajan en ellas. Fueron los estudiantes, con sus arengas y su presencia masiva, los que dejaron en evidencia la incomodidad del uribismo cuando las gradas se llenan y la política deja de ser un diálogo entre élites.

 

El miércoles 19, finalmente, el presupuesto se aprobó “a puerta abierta”, pero con una puerta bien cerrada en lo que de verdad importa: los recursos para la educación superior pública en Antioquia. Los porcentajes hablan por sí solos. La Universidad de Antioquia pasa de recibir el 0,88% del presupuesto de 2025 al 0,79% en 2026. El Politécnico Jaime Isaza Cadavid baja del 1,09% al 0,99%. El Tecnológico de Antioquia, del 0,40% al 0,36%. Y la IU Digital de Antioquia, del 0,47% al 0,43%. En un presupuesto general tan grande, estos puntos porcentuales parecen pequeños sobre el papel, pero en la realidad significan menos cupos, menos profesores, menos laboratorios, menos bienestar estudiantil y más puertas cerradas para los jóvenes de los barrios populares y de los municipios.

No es un error aislado: es una política. Andrés Julián Rendón viene construyendo, paso a paso, un proyecto de castigo sistemático a las instituciones de educación superior del departamento. Hace unas semanas intentó eliminar las estampillas universitarias que financian al Politécnico, al Tecnológico y a la IU Digital. Solo la presión estudiantil y el rechazo de sectores políticos alternativos obligaron a la Gobernación a echar para atrás la jugadita y mantener ese recurso clave para nuestras universidades.

Ahora, con el presupuesto 2026, vuelve a la carga por otra vía: recorta la participación de estas instituciones dentro del total departamental, al tiempo que intenta vender la idea de que todo se compensa con una supuesta “base presupuestal” que, en la práctica, queda a merced de la voluntad política del gobernante de turno. Es el mismo libreto de siempre: debilitar las fuentes de financiación propias y autónomas de las universidades para concentrar el control de la plata en el Ejecutivo. Cuando la educación superior depende menos de normas estables y más del guiño o el regaño del gobernador, lo que se fortalece no es la calidad académica, sino el clientelismo.

Lo que ocurrió esta semana en la Asamblea deja ver, además, una fractura dentro del propio oficialismo departamental. La idea de sesionar a puerta cerrada fue tan indefendible que el mismo Rendón tuvo que salir en X a desautorizar a su aliada del Centro Democrático y a recordar que el presupuesto debía discutirse “escuchando todas las voces”. Pero que el gobernador haya corregido la forma no borra el fondo: el presupuesto que su administración defendió y logró aprobar reduce la tajada para la UdeA, el Poli, el TdeA y la IU Digital. Regaño por redes, recorte por decreto: así no se gobierna la educación de todo un departamento.

Mientras el Gobierno del cambio trabaja para ampliar el acceso a la educación superior pública, condonar deudas del Icetex y fortalecer la financiación de las universidades, en Antioquia el proyecto de Andrés Julián Rendón y el uribismo se dedica a reducir su participación en el presupuesto y a intentar sacar a los estudiantes de los escenarios donde se toman las decisiones. Esa incoherencia no solo es injusta: es un obstáculo directo al derecho a la educación de miles de jóvenes antioqueños.

La lección de estos días, sin embargo, también es esperanzadora. Cuando el uribismo quiso cerrar las puertas de la Asamblea, los estudiantes respondieron con organización y movilización; cuando intentaron quitarles la estampilla, la presión social obligó a revertir el ataque; ante el ataque directo de disminuir la incidencia que tiene la educación superior en el presupuesto, los estudiantes de Antioquia no se quedarán de brazos cruzados.

Alejandro Toro

El nuevo descuartizamiento de EPM

Desde hace varios meses está rondado por las oficinas de los miembros de la Junta Directiva de EPM una propuesta para desmembrar al conglomerado, justificada bajo la ya tan conocida retórica de eficiencia y competitividad. La idea, en términos simples, es tomar las áreas de servicio, de apoyo y de logística, que son esenciales para el funcionamiento de la empresa y que actualmente son desempeñadas desde la Subgerencia de Centro de Servicios Compartidos, para pasarlos a una filial GBS (Global Business Services), una empresa aparte de EPM.

Si a alguien se le hace estar viendo la secuela de una película, es porque se trata de la misma estrategia utilizada para poder privatizar a UNE. La primera movida para regalar a UNE se dio en el 2006, cuando se decidió escindir a la unidad de telecomunicaciones de EPM para convertirla en una empresa aparte. Una vez separada, convertida en negocio aparte, se dificulta el ejercicio de transparencia ante la ciudadanía y se facilita la adopción de prácticas corporativas propias del sector privado y no de una entidad construida a partir del patrimonio de los ciudadanos.

 

Al dejar de ser parte de EPM y funcionar por aparte, es más fácil argumentar la necesidad de dejar entrar el capital privado por mantener la “competitividad” porque se deja de percibir como parte integral de una empresa pública cuyo objetivo principal es estar al servicio de la ciudadanía, se presenta la idea de que sin la entrada del privado la compañía pública dejará de ser sostenible.

Si siguen el recetario de UNE, una vez empaqueten a toda el área de servicios dentro de la filial GBS el paso a seguir será que la persona que pongan a cargo de la nueva empresa haga todo lo posible por vender la idea de que su negocios es inviable, tal como sucedió con Marc Eichmann, el último presidente de UNE postulado desde la Alcaldía de Medellín y quien en una entrevista admitió cómo su tarea expresa era hacer ver a la compañía como un negocio atractivo para poder fusionarla, o sea, venderla.

¿Cuál es el paso a seguir? Hacer una fusión donde el control operativo de la filial esté en manos de la parte privada, así la ciudad mantenga la participación mayoritaria en la empresa fusionada; un mal trato que sólo aceptaría quien ya tenga claro que el objetivo final es la venta total de la empresa pues el privado, ni corto ni perezoso como fue Millicom, tomará todas las decisiones que lleven a la desvalorización total de la empresa de manera tal que la compra total por parte de la parte privada aparezca como una especie de rescate. Decisión que se someterá a un Concejo de Medellín que no opondrá resistencia alguna justificando la pérdida del patrimonio público por tratar de rescatar algo de dinero antes de que la empresa se termine de ir a pique.

La propuesta de creación de la filial GBS debe ser rechazada de manera contundente por toda la ciudad porque es la repetición de la misma fórmula de destrucción de lo público que se vio con UNE. No se puede aceptar que una empresa construida para ser la joya del patrimonio de la ciudad empiece a ser desmontada parte por parte para que capitales privados extranjeros se hagan con ella. No se puede ser tan indolente de ver cómo quieren precarizar a los trabajadores que han hecho grande a la empresa por el afán de que las ganancias que generan queden en los bolsillos de unos pocos y no en las arcas públicas para el avance de la ciudad.

Alejandro Toro

Mientras la derecha se arrodilla a Trump, el presidente Petro vuelve a Colombia actor principal del mundo multipolar

La inclusión del presidente Gustavo Petro en la llamada “Lista Clinton” fue concebida por la extrema derecha como un triunfo para acorralar a Colombia y al presidente. No lo fue. El movimiento que ha seguido —abrir más frentes diplomáticos, sentarse en nuevas mesas financieras y asumir liderazgo regional— mostró exactamente lo contrario: ante la tentativa de aislamiento, Colombia amplió su radio de acción y reforzó su autonomía estratégica. Ese músculo geopolítico no es retórico; se prueba con hechos recientes.

En Medio Oriente, Petro no hizo una gira protocolaria: tejió alianzas económicas y elevó una bandera humanitaria nítida. En Egipto, anunció apoyo a la reconstrucción de Gaza —incluida ayuda para niñas y niños víctimas— y en Doha y Riad buscó inversión y cooperación para energía, logística y alimentos, logrando victorias como la obtención de la certificación Halal para el café y el cacao.

 

Colombia liderará además la IV Cumbre CELAC–Unión Europea en Santa Marta. Allí, como Presidencia Pro Tempore de CELAC, el país conduce la negociación de la declaración política y empuja temas donde tenemos ventajas reales: transición energética justa, minerales críticos, economía digital y cadenas de valor diversificadas. Traducido: menos dependencia de un solo socio y más espacios para vender conocimiento, energías limpias y agroindustria con valor agregado. Este ejercicio de mediación birregional no es cosmética; reposiciona a Colombia como articulador entre América Latina y Europa en un momento en que todos buscan reducir los riesgos su inserción internacional.

En el frente financiero, la movida se anticipó al gobierno estadounidense: Colombia ingresó como miembro prestatario del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) de los BRICS. ¿Qué cambia eso? Que el país suma una fuente de crédito para infraestructura, transición productiva e innovación sin condicionalidades políticas de Washington ni recetas de austeridad propias del Fondo Monetario Internacional. Se amplía el menú de financiación, mejora el poder de negociación y se abaratan costos de capital para los proyectos que las regiones necesitan.

A quienes desde la derecha colombiana llevan meses suplicando sanciones externas, celebrando castigos e incluso el asesinato extrajudicial de jóvenes en las fronteras marítimas del país y fabricando, a punta de titulares, la imagen de un presidente “aliado del narcotráfico”, hay que responderles con datos: en 2024, Colombia alcanzó cifras récord de incautación de cocaína, y el acumulado de los últimos dos años supera con holgura los registros históricos. La incoherencia de pedirle a otra potencia que “discipline” a su propio país contrasta con una realidad tozuda: el Gobierno del Cambio ha golpeado como nunca las finanzas criminales.

No se trata de romper con Estados Unidos —socio con el que debemos mantener una relación franca y respetuosa—, sino de reequilibrar. Reequilibrar es diversificar mercados en el Golfo, en el norte de África y en Europa; es contar con alternativas de crédito en el NDB; es usar la plataforma CELAC–UE para proteger intereses latinoamericanos y, al mismo tiempo, abrir rutas de exportación con estándares más altos.

¿Dónde queda, entonces, la arremetida de la oposición? En el lugar incómodo de quienes prefieren una Colombia pidiendo permiso a una Colombia que se hace respetar. Pedir sanciones no es “control político”; es renunciar a la soberanía. Construir puentes con Medio Oriente, Europa y los BRICS no es “ideología”; es inteligencia estratégica en un mundo multipolar. La primera opción nos encoge; la segunda, nos expande.

Cierro con lo esencial: el tablero internacional se gana con jugadas precisas. Frente a la presión, Petro movió fichas y abrió caminos. Hoy, Colombia habla con más actores, accede a nuevas fuentes de financiamiento, lidera debates regionales y respalda causas humanitarias sin complejo. Esa capacidad geopolítica —leer el momento, tejer alianzas, afirmar principios y traducirlos en oportunidades— es la mejor respuesta a la amenaza externa y el camino más claro hacia una independencia real, moderna y productiva.

Alejandro Toro

Mauricio Cárdenas tuvo que recurrir a una presunta compra de votos para darle vida a su campaña

Fue tanto el revuelo que causó la Consulta del Pacto Histórico en la derecha colombiana que a un candidato lo único que le quedó fue caer en un posible delito electoral para tratar de buscar votos. Me refiero a la propuesta de entrega de viviendas que Mauricio Cárdenas lanzó el 28 de octubre, bajo el nombre de “MiCasaYa2” con una premisa aparentemente simple y bien intencionada: si usted vota por mí, le voy a dar una casa.

Con un video grabado en una sala con un fondo lleno de libros, perfecta para proyectar esa imagen de tecnócrata ideal con la que se ha presentado al país, salió a anunciar que los primeros 400.000 colombianos que dejaran todos sus datos personales en su página web de campaña tendrían asegurado ser los primeros en ser tenidos en cuenta una vez llegara a la presidencia para el programa de MiCasaYo2, incluso brindado la garantía de que había ido a una notaría a firmar su compromiso.

 

Cárdenas, en su afán por tratar de levantar una campaña que ya de por sí venía caída y que luego del éxito de la Consulta del Pacto se ve todavía más difícil de hacer despegar, decidió jugar con una de las más grandes ilusiones que tienen las personas de este país, que es poder contar con una casa propia. En papel no suena mal, al fin y al cabo sí existe un problema de acceso a vivienda y una persona que desea convertirse en Presidente debe poder tener una respuesta ante cómo afrontará dicha problemática. Lo grave del acto de Cárdenas fue que, en vez de plantear una apuesta de política pública en vivienda para toda la ciudadanía, decidió irse por el camino fácil: inscríbase en la página de mi campaña, dígame cuál es su cédula y dónde va a votar y luego de que usted deposite su voto por mí, yo le daré una casa.

El Código Penal es claro en su artículo 390 que la corrupción de sufragante se configura, entre otras, cuando se prometa u ofrezca algún beneficio particular a un ciudadano con el propósito de que vote por un candidato en particular. Lo que hizo Mauricio Cárdenas puede ser presuntamente un hecho de este estilo porque la premisa básica de su página web era que quien le brindara apoyo recibiría el dinero para la cuota inicial de una vivienda. Afirmó de manera explícita que aquellos primeros 400.000 inscritos, a los que les pidió la información necesaria para saber su punto de votación, contarían antes que nadie con el dinero del programa. Cualquier política pública requiere de criterios de focalización para saber a quién es prioritario llegar. Cárdenas, haciendo lucir sus dotes de tecnócrata, se inventó el mejor de todos: ser uno de sus votantes.

No debe sorprender que al día siguiente haya borrado tanto el video como la página web, pero ya la gente se había dado cuenta de su táctica, ya el daño estaba hecho. Tardó una noche el técnico, el apolítico Cárdenas, en darse cuenta que estaba incurriendo en una posible conducta delictiva, o quizás tardó una noche en darse cuenta de que la ciudadanía iba a ver de manera rápida lo que implicaba su estrategia electoral. Tal vez no creyó en que la gente ya no les come el cuento entero, ya es crítica, puede distinguir entre propuestas reales y falsas promesas, entre una política pública sólida y una casa en el aire.

Al señor Cárdenas le tocará afrontar ante la justicia las posibles consecuencias de su fracasada campaña. Para el resto de candidatos de la derecha les deberá quedar la lección de que para derrotar al Pacto Histórico no vale el juego sucio ni las prácticas clientelistas de siempre.

Alejandro Toro

La Cámara de Representantes debe ratificar la convención contra el mercenarismo

Esta semana debía discutirse en la Plenaria de la Cámara el Proyecto de Ley que ratifica la Convención Internacional contra el Reclutamiento, la Utilización, la Financiación y el Entrenamiento de Mercenarios. No fue posible. Y mientras aplazamos una decisión que salva vidas y cierra huecos jurídicos, los hechos siguen ocurriendo: colombianos engañados para pelear guerras ajenas, familias recibiendo llamadas desde frentes que ni pueden ubicar en el mapa, y empresas que, a punta de vacíos normativos, hacen caja con el dolor de los nuestros. No podemos mirar a otro lado.

En los últimos años hemos visto episodios que ningún país digno puede tolerar. En 2021 ciudadanos colombianos terminaron involucrados en el magnicidio del presidente Jovenel Moïse en Haití, tras ser contratados bajo la fachada de “escoltas”. En Sudán, cientos de connacionales fueron llevados con promesas de empleo legal y acabaron en medio de una guerra civil devastadora, que ha dejado más de cien mil civiles asesinados y más de doce millones de personas desplazadas. En México, se ha reportado la participación de connacionales en operaciones que fortalecen a carteles responsables del asesinato de militares. En Ucrania abundan testimonios de retenciones, incumplimientos y engaños: ofrecieron contratos y salarios que jamás llegaron, y los enviaron al frente con munición escasa y sin garantías mínimas. Hace apenas semanas, varios colombianos quedaron varados entre fronteras por negarse a seguir siendo carne de cañón. ¿Qué mensaje enviamos si el Congreso no actúa?

 

La Convención no demoniza a los veteranos ni a quien busca un trabajo legal en seguridad en el exterior. Precisa una conducta y a sus responsables: reclutar, utilizar, financiar o entrenar mercenarios, o participar como tal, es delito. Un “mercenario” no es cualquier contratista: se exige que la persona haya sido especialmente reclutada para combatir o ejecutar actos de violencia política, motivada esencialmente por el lucro, con pagos sustanciales por encima de los combatientes regulares, y sin pertenecer a fuerzas armadas estatales ni actuar como enviado oficial de un Estado. Esa definición distingue a las compañías de seguridad que operan legalmente de las redes que montan un negocio de exportar colombianos a la guerra. Han intentado sembrar la idea de que este instrumento “criminaliza” la seguridad privada. No es verdad. Lo que criminaliza es lucrarse con la guerra a partir del engaño, la intermediación opaca y la violencia.

Cada día sin ratificación favorece a esas redes. Hoy existen empresas que, con el discurso de la oportunidad laboral, captan personal para terceros países y los empujan a escenarios bélicos. La Convención nos da herramientas para cerrarles el paso: habilita la adecuación del Código Penal para tipificar el mercenarismo y sus eslabones (reclutamiento, utilización, financiación, entrenamiento), fortalece la jurisdicción para investigar cuando hay conexión con nuestro territorio o nuestros nacionales y activa la cooperación con Estados Parte —sí, con Ucrania también— para intercambio de pruebas, asistencia judicial y, si corresponde, extradición o enjuiciamiento. Además, permite medidas administrativas que estrangulan el negocio antes del despegue: controles a licencias, trazabilidad financiera, vigilancia a publicidad engañosa y a flujos de armas y equipos que terminan en manos equivocadas.

Algunos preguntan: “¿y no basta con las normas actuales?”. No. Sin un tipo penal específico y un estándar internacional compartido, los casos se pierden entre fronteras, se diluyen en figuras que no describen la conducta real o naufragan por falta de cooperación. Por eso tantos países han ratificado ya este instrumento: porque entendieron que el mercenarismo es transnacional por diseño. Quedarnos al margen no solo nos aísla, también nos vuelve una jurisdicción cómoda para quienes operan desde la sombra.

Ratificar es el primer paso. El segundo —que asumo y defiendo desde ya— es ajustar nuestras normas internas con inteligencia y humanidad. En lo penal, incorporar el delito de mercenarismo y los eslabones de la cadena con penas proporcionales, reglas claras de jurisdicción y herramientas de investigación financiera para seguir el dinero. En lo humano, diferenciar a los perpetradores de quienes fueron captados mediante engaño. Muchos de los que regresan son, en estricto sentido, víctimas de una trata de personas con fines de explotación bélica: se les prometió una cosa, se les entregó otra, se les retuvo documentación y se les amenazó para obligarlos a permanecer. Con ellos corresponde una ruta de atención, protección y reintegración. Con los reclutadores, financistas y entrenadores, todo el peso de la ley.

El Congreso tiene aquí un papel insustituible. Primero, votar la ratificación sin más dilaciones. Segundo, tramitar con celeridad y rigor la reforma al Código Penal y las normas complementarias en coordinación con el Gobierno Nacional. Tercero, ejercer control político para que Cancillería, Mindefensa, Fiscalía y las autoridades migratorias desplieguen protocolos de prevención, cierren empresas fachada, desmonten la publicidad engañosa y coordinen con los países parte la persecución de estas redes. Eso es lo que esperan las familias que hoy tocan nuestras puertas, eso es lo que merecen los veteranos a quienes se les prometió estabilidad y se les entregó una trinchera.

El Gobierno del Cambio ha puesto la defensa de la vida en el centro de su política de seguridad humana. Ratificar la Convención es coherencia con ese mandato y compromiso con nuestras Fuerzas, con las víctimas y con Colombia. No es un gesto simbólico: es una decisión que salva vidas, cierra rutas del delito y repara el nombre del país. Hagamos lo correcto: ratifiquemos ya y avancemos de inmediato en las reformas internas.

Alejandro Toro

No al Área Metropolitana del Oriente

Este domingo 9 de noviembre, el Oriente antioqueño vota si entrega a un Área Metropolitana del Oriente (AMO) la llave de su futuro. No es una discusión técnica ni inocente: detrás está el empeño del gobernador Andrés Julián Rendón, quien promueve esta figura desde que fue alcalde de Rionegro para reforzar allí su fortín político y económico. Hoy, ya como Gobernador, recorre municipios con el “sí” como consigna. Y no está solo: cuenta con reglas hechas a su medida, como el umbral del 5% para aprobar áreas metropolitanas, aprobado en el Congreso y publicitado por su partido. Por eso, invito a votar NO: la integración no puede significar subordinación ni captura del territorio.

Siete argumentos para votar por el NO:

 

1) Es el viejo proyecto de Rionegro con ropaje nuevo. Desde la Alcaldía de Rionegro (2016–2019), Rendón impulsó la idea de un área metropolitana que tuviera a Rionegro como municipio núcleo; hoy, como Gobernador, reeditó esa agenda y la copatrocina en eventos y giras por el Valle de San Nicolás. No es integración regional; es centralización alrededor de un municipio y de un liderazgo político.

2) Se baja el listón para “aprobar como sea”. La consulta se decide con apenas 5% del censo en cada municipio. Ese umbral mínimo —que antes fue más exigente— es el que hoy beneficia a los promotores y fue bandera de congresistas del Centro Democrático, entre ellos Esteban Quintero, quien impulsó el Proyecto de Ley 075 de 2018 para facilitar la conformación de áreas. Que nadie se engañe: bajar el umbral fue una movida para que el AMO pasara a toda costa.

3) Autonomía municipal en riesgo real. La Ley 1625 de 2013 es clarísima: los acuerdos metropolitanos tienen jerarquía superior a los actos municipales en los asuntos del área. ¿Traducción? En ordenamiento, “hechos metropolitanos” y proyectos estratégicos, una Junta por encima de alcaldes y concejos marcará la pauta. Es un cambio de poder —no una simple coordinación— que debilita la democracia local.

4) La chequera municipal financia otra burocracia. El régimen metropolitano obliga a definir aportes permanentes de los municipios y habilita instrumentos como valorización o plusvalía para obras “de impacto metropolitano”. Con presupuestos apretados, cada peso que migre al AMO es un peso menos para agua rural, vías veredales, escuelas o salud en los barrios. Más entidad, más gasto administrativo; menos músculo para lo urgente en cada municipio.

5) Beneficia a los grupos económicos del centro, no a la ruralidad. El diseño concentra decisiones en el eje urbano del Valle de San Nicolás —con Rionegro como ganador natural— mientras los municipios más periféricos quedan subordinados a prioridades ajenas. La discusión pública ya ha advertido esas asimetrías. Y ojo: el Oriente no es solo cabeceras; en varios municipios la población y el suelo rural pesan muchísimo, con necesidades de conectividad, acueductos veredales y vías terciarias que no se resuelven con planes vitrinas.

6) Incertidumbre y disputa por lo ambiental. La Gobernación y CORNARE repiten que la autoridad ambiental seguirá en CORNARE; sin embargo, la propia Ley 1625 permite que las áreas asuman competencias ambientales urbanas bajo ciertos escenarios, como ya ocurre en el Valle de Aburrá. Abrir esa puerta sin reglas sólidas es jugar con páramos, cuencas y acuíferos en una subregión hídrica clave. La prudencia ambiental no se negocia.

7) Riesgo de captura y endeudamiento sin contrapesos. Un área metropolitana puede contratar y endeudarse para macroproyectos, mientras sus actos se imponen en materias propias. En Antioquia ya hemos visto cómo decisiones de élites pueden desviar prioridades públicas; crear otra gran ventanilla, con una Junta propensa a mayorías políticas y al lobby empresarial, es invitar a la captura del desarrollo. La justicia territorial exige controles más fuertes, no menos.

Hay que impulsar la asociatividad territorial pero debe ser con enfoque de equidad, participación y agua como eje de ordenamiento. Hay herramientas menos invasivas y reversibles para cooperar: convenios interadministrativos, provincias de planificación y esquemas asociativos que respetan la autonomía y permiten coordinar transporte, residuos o seguridad hídrica sin entregar la brújula del territorio a una Junta supra-municipal. La propia Ley 1625 reconoce que el instrumento debe servir al desarrollo armónico, no a reemplazar a los municipios.

No es cierto que el AMO mejorará la vida cotidiana de quienes madrugan por trochas para llegar al casco urbano, de las familias que esperan acueducto veredal o de los campesinos que piden vías terciarias transitables. Ese no es el foco del proyecto. El foco es poder y obra grande al servicio de los mismos de siempre, con Rionegro como eje y los grupos económicos del centro como ganadores. Al Oriente rural y disperso lo dejan, otra vez, para después.

Este 9 de noviembre, defendamos la autonomía municipal y el sentido común del Oriente. La integración no necesita sacrificar la democracia local ni hipotecar los presupuestos a un ente diseñado para la recentralización. Votemos NO al AMO.

Alejandro Toro

El gobernador de Antioquia fue derrotado por la resistencia de los jóvenes del poli y la IU digital de Antioquia

La Gobernación de Antioquia anunció que no seguirá adelante con su propuesta de eliminar las estampillas del Politécnico Jaime Isaza Cadavid y de la IU Digital de Antioquia. Es una victoria del movimiento estudiantil, de los jóvenes que marcharon, se organizaron y defendieron con convicción el derecho a una educación pública sólida y sostenible. Es también una derrota para un modelo de gobierno que ha pretendido disfrazar el desmonte de lo público con discursos tecnocráticos de “austeridad” y “eficiencia”.

Durante semanas, el Proyecto de Ordenanza que buscaba acabar con las estampillas fue un símbolo del desprecio del Gobernador hacia las instituciones departamentales de educación superior. La propuesta no solo ponía en riesgo la estabilidad financiera del Poli y de la IU Digital, sino que respondía a un revanchismo político evidente contra los estudiantes que se han atrevido a cuestionar las políticas privatizadoras y excluyentes del actual gobierno departamental.

 

Conviene recordar que las estampillas no son un capricho, sino instrumentos legales creados por el Congreso de la República para garantizar recursos con destinación específica a instituciones públicas. La del Poli fue autorizada por la Ley 1320 de 2009 y la de la IU Digital por la Ley 2226 de 2022. Ambas fueron impulsadas, irónicamente, por congresistas del propio uribismo —Óscar Darío Pérez, Paola Holguín, Jhon Jairo Berrío y Juan Fernando Espinal—, lo que convierte este episodio en otro ejemplo del “fuego amigo” que caracteriza al Gobernador Andrés Julián Rendón, incapaz de respetar siquiera las banderas de su propio partido cuando se trata de atacar lo público.

La excusa de siempre —que la responsabilidad es del Gobierno Nacional— tampoco aplica. El Poli y la IU Digital son instituciones del orden departamental, por lo tanto su sostenibilidad depende directamente de la Gobernación. Mientras el Gobierno Nacional ha incrementado el presupuesto educativo a 72 billones de pesos y promueve en el Congreso una reforma estructural al financiamiento de las universidades públicas, la administración departamental se había propuesto eliminar una de las pocas fuentes estables de ingreso para la educación superior en Antioquia.

El argumento que pretendía justificar la eliminación de las estampillas —que así se garantizaba la sostenibilidad— no resistía el más mínimo análisis. Es un insulto a la inteligencia decir que una universidad puede fortalecerse quitándole recursos. La Gobernación prometía reemplazar ese dinero con una “política pública integral de educación superior”, pero sin ningún documento, proyección presupuestal ni fuente real de financiación. Era, en el mejor de los casos, un salto al vacío; en el peor, una trampa para someter a las universidades a la voluntad del Ejecutivo departamental.

Porque ese era el verdadero propósito: atar la autonomía universitaria al vaivén político del presupuesto, debilitando a las instituciones hasta volverlas insostenibles y abrirles la puerta a la privatización. No se trataba de mejorar la eficiencia, sino de concentrar el poder sobre el futuro de la educación superior en manos del Gobernador.

Por eso la movilización de los estudiantes del Poli y la IU Digital no fue una simple protesta, sino un acto de defensa del derecho a soñar, estudiar y construir un futuro digno desde la educación pública. Ellos entendieron que detrás de un tecnicismo fiscal se escondía un golpe al corazón del conocimiento y de la movilidad social en Antioquia.

Hoy, gracias a su persistencia, la propuesta fue retirada. Pero la batalla no termina aquí. El Gobernador deberá entender que no se gobierna contra la juventud, que Antioquia no se levanta debilitando sus universidades, y que ningún discurso de austeridad puede justificar el desmonte de lo público.
Esta vez ganaron los estudiantes, ganó la educación pública, y ganó la dignidad de Antioquia. Que quede claro: con el Poli y la IU Digital no se juega.

Alejandro Toro

El gobernador de Antioquia quiere poner un contralor de bolsillo

Las recientes denuncias contra el proceso de elección del contralor departamental de Antioquia no pueden pasar inadvertidas. Lo que está en juego no es un nombramiento menor, sino la cabeza del órgano encargado de vigilar, controlar y sancionar la gestión fiscal de la Gobernación de Antioquia y de los más de 100 municipios que integran el departamento. Un contralor de bolsillo significa, en la práctica, la puerta abierta a la impunidad administrativa.

La Contraloría Departamental tiene la misión de auditar el uso de los recursos públicos, de advertir sobre posibles irregularidades en contratos, de sancionar a quienes malversen fondos y de actuar como garante del interés colectivo. Se trata, en suma, del principal mecanismo de control que la ciudadanía tiene frente a las decisiones del gobernador y de la Asamblea. Por ello resulta alarmante que el proceso esté hoy bajo sospecha por favoritismos, reuniones indebidas y posibles delitos que van desde el tráfico de influencias hasta el fraude procesal.

 

Las irregularidades en este proceso arrancaron con la elección de la Universidad de Cartagena por parte de la Asamblea de Antioquia para llevar a cabo el proceso de selección del Contralor Departamental. ¿Por qué ir hasta la Costa cuando Antioquia tiene reconocidas y prestigiosas instituciones de educación superior? De acuerdo a la Asamblea, el principal criterio para elegir a la institución fue haber presentado una propuesta económica por debajo del presupuesto designado para el proceso, mientras que la UdeA se excedió por un 56,5% y el Politécnico Jaime Isaza Cadavid aparentemente presentó una propuesta económica indeterminada.

En un primer momento los argumentos presentados por la Asamblea guardan una lógica impecable, si se va a elegir un operador para el concurso de la entidad encargada de la vigilancia fiscal debe ser prioritaria la eficiencia en el gasto público. El problema es que la Asamblea nunca incluyó dentro de la convocatoria enviada a algunas de las universidades el presupuesto destinado para el contrato, en contravía de los principios de transparencia, libre concurrencia y economía.

¿Cómo es que la Universidad de Cartagena fue la única que de manera clarividente supo estructurar su oferta con unos costos ajustados al presupuesto secreto? Dentro de la denuncia radicada por la Red de Veedurías de Colombia se informa de reuniones inapropiadas sostenidas entre el Gobernador Rendón, miembros de la Asamblea y Directivos de la Universidad de Cartagena. ¿Habrá sido en estas reuniones que les indicaron a la Universidad cuál era el valor que debía tener su propuesta?

Pasemos ahora a las candidaturas. Las denuncias ciudadanas afirman que las dos fichas por las que se está moviendo el Gobernador son Juan Carlos Herrera Toro y Laura Emilse Marulanda Tobón.

Juan Carlos Herrera no es extraño en concursos para cargos públicos. En el 2023 estuvo entre los finalistas para Registrador Nacional y en el 2024 entró en el listado final de 27 candidatos que la Corte Suprema de Justicia avaló para ocupar el cargo de Procurador. La relación con Rendón es bastante directa: desde enero hasta noviembre del 2024 estuvo nombrado por el Gobernador como Secretario General del Instituto para el Desarrollo de Antioquia, la entidad cuya filial Valor+ capta los recursos de la fallida tasa de seguridad del Gobernador. Con Herrera, Rendón se asegura un Contralor que ya trabajó para su Gobernación y que conoce el manejo de los recursos en el departamento.

Laura Marulanda fue Auditora General de la Nación en el Gobierno Santos; para el Gobierno Duque estuvo en la lista para ser Contralora General de la Nación pero su candidatura se vio mancillada por su presunta participación en un carrusel de cirugías plásticas en Medellín, donde se usaron recursos públicos para el pago de quirófanos, anestesiólogos y medicamentos en cirugías estéticas. Si bien no ha sido empleada directa de Rendón, sí lo ha sido de quienes han gobernado en cuerpo ajeno por él a Rionegro. En el 2019 fue candidata a la Alcaldía de Rionegro pero su derrota no fue en vano, puesto que el sucesor de Andrés Julián en la alcaldía, Rodrigo Hernández, la nombró como Jefe de la Oficina de Control Interno Disciplinario. El actual alcalde y también ficha de Rendón, Jorge Rivas, le dio su trabajo actual de Secretaria de Hacienda de Rionegro. Una Contralor de la casa.

La estrategia no es nueva. En Antioquia estamos viendo una copia al carbón de lo que el uribismo ya hizo en el plano nacional durante el gobierno de Iván Duque, cuando los tres principales entes de control —Contraloría, Procuraduría y Fiscalía— terminaron en manos de personas cercanas y leales al Presidente. El resultado fue un sistema de contrapesos debilitado, órganos de control arrodillados y un Ejecutivo blindado ante cualquier señalamiento.

Rendón pretende replicar la fórmula: asegurarse un contralor que no lo investigue, que le cubra la espalda en sus proyectos fallidos —como el referendo de descentralización hundido en el Congreso o la ridícula “vaca” para las vías 4G— y que actúe más como socio político que como guardián del erario. Un contralor de bolsillo no controla: obedece.

La historia reciente nos enseña que cuando los órganos de control se subordinan al poder político, lo que sigue es el debilitamiento de la democracia y el crecimiento de la corrupción. Antioquia merece un contralor que le hable de frente al gobernador, no que le rinda pleitesía. Esa es la verdadera defensa del interés público.

Alejandro Toro

La descertificación debe llevar a Colombia a la emancipación como país

La decisión del gobierno estadounidense de descertificar a Colombia en la lucha contra las drogas, además de ser una movida con evidente motivación política, demuestra una vez que el supuesto gran aliado de Colombia está decidido a cercenar los lazos económicos y diplomáticos que en otra época le habían servido para mantener la narrativa de que América Latina era su “patio de atrás”.

Si bien el propósito es sancionar al Gobierno de Colombia por estar en una orilla política que se les hace incómoda, lo único que está logrando es beneficiar a los narcotraficantes, aumentar la cantidad de muertes por consumo de estupefacientes dentro de su propio país y darle vía libre a Colombia para que explore nuevos bloques geopolíticos donde las relaciones no sean en tónica de sumisión sino de cooperación real, incluso en materia militar.

 

Colombia ha sido considerado históricamente como el principal aliado del país norteamericano en el Cono Sur. El Gobierno Trump, que si en algo ha brillado es en su deseo fervoroso de acabar con todos los vínculos diplomáticos que durante tantos años habían le habían permitido a la nación norteamericana ser “los líderes del mundo libre”, ha buscado mediante amenaza de aranceles y disminución del presupuesto para la cooperación que Colombia ya no vea en Estados Unidos a un socio sino a un jefe ante el que se debe arrodillar, al que le debe rendir pleitesía si desea estar en su gracia y no bajo sus castigos.

El problema para el Gobierno Trump es que su estrategia hubiera servido muy bien si el poder en Colombia estuviera todavía en manos de la derecha arrodillada que habla cuando le piden que hable, calla cuando le piden que calle y repite los discursos que vienen del Norte cual títeres controlados por ventrílocuos.

En cambio, se ha encontrado con un Gobierno Nacional que por primera vez pone la soberanía nacional como prioridad, que ha tenido la habilidad diplomática de acercarse a nuevos socios estratégicos como respuesta a los desvaríos de Washington en vez de rogar estar en su lado bueno y el cual tiene los resultados suficientes, no solo en lucha contra el narcotráfico sino también en indicadores claves como control de la inflación, reducción de la pobreza y del hambre entre otros, para mantener la confianza de ese resto del mundo que busca ocupar los lugares que cada vez más va dejando Estados Unidos en el tablero geopolítico.

Hay que hacerse la pregunta, ¿certificación para qué? ¿para seguir siendo peones en la fallida lucha contra las drogas?¿para seguir poniendo a batallar al pueblo contra el pueblo en la ruralidad colombiana?¿para tratar la fiebre cuando el cáncer se encuentra en Estados Unidos con una demanda interminable por estupefacientes que Trump no ha sabido disminuir? Si es así, lo que hemos ganado ha sido la posibilidad de replantear la manera en la que luchamos contra el narcotráfico, de dejar de mandar a tantos miembros de la Fuerza Pública a que vayan a la muerte en una guerra donde los contrincantes son otros hijos de campesinos y campesinas de nuestro país.

No significa esto que se acaba en Colombia el esfuerzo para acabar con el narcotráfico. Es más, a Colombia la descertifican por ser efectiva, no por fracasar. En el 2024 se incautaron 889 toneladas de cocaína, el registro más alto al que se ha llegado. Lo que Trump – y la derecha arrodillada – se olvidan de mencionar es que en el Gobierno Duque los cultivos de cocaína crecieron en un 43%. En el 2022 el Gobierno Petro recibió un país inundado de cultivos de coca y lo que ha hecho es lograr frenar ese nivel de crecimiento que dejó Duque que amenazaba con acabar las selvas colombianas para convertirlas en plantaciones de coca, bajando el nivel crecimiento de nuevos cultivos al 3% en el 2024.

Lo que nos brinda la descertificación es centrarnos en arrebatarle al narcotráfico el manejo de la economía en las regiones cocaleras. En vez de insistir con la fallida erradicación forzada, ahora nos podremos concentrar en darle al campesinado acceso a los mercados para que le sea más rentable sembrar cacao, yuca o plátano que sembrar coca. Podemos replantear para nuestro país qué usos le damos a la hoja de coca, cuyas propiedades medicinales están más que probadas. Es la oportunidad de avanzar en la autorización de usos legales de la planta de coca, para que los campesinos prefieran asociarse para crear proyectos productivos en torno a sus propias tierras que vender la hoja al narcotráfico.

Tenemos entonces la posibilidad de dejar atrás décadas de subordinación y de falsas recetas impuestas desde Washington para, en cambio, consolidar un modelo soberano que ponga en el centro a las comunidades campesinas, proteja nuestras selvas y construya paz en los territorios. Si Estados Unidos decide cerrar la puerta, Colombia tiene hoy la madurez y la legitimidad para abrir muchas otras, con aliados que entiendan que la cooperación no es chantaje, es respeto.

Alejandro Toro

El referendo para la descentralización es otro más de los proyectos fallidos del gobernador de Antioquia

El hundimiento del proyecto de referendo de autonomía fiscal propuesto por el Gobernador de Antioquia, Andrés Julián Rendón, era previsible. Una idea tan mala como la de la vaca, que nació coja, que avanzó con titulares más que con sustento técnico, y que terminó como era de esperar: archivado por su inviabilidad y por el enorme riesgo que representaba para la equidad regional del país.

La propuesta pretendía cambiar la manera en que se distribuyen los recursos de la Nación hacia departamentos y municipios, en nombre de una supuesta “justicia territorial”. Sin embargo, era evidente que el impacto real iba a ser una redistribución profundamente inequitativa: Antioquia y unos pocos departamentos concentrarían más recursos, mientras que las regiones más pobres, que dependen de la solidaridad del Sistema General de Participaciones, verían reducida su capacidad para financiar salud, educación, agua potable y saneamiento básico. En otras palabras, lo que se vendió como descentralización, en la práctica significaba recentralización de la riqueza en favor de los más fuertes.

 

No había una fórmula clara de compensación para los territorios que saldrían perdiendo. Tampoco se garantizaba estabilidad fiscal ni se explicó cómo se ajustaría la regla de sostenibilidad de las finanzas públicas. Era un salto al vacío que desconocía la lógica constitucional de solidaridad y la obligación de cerrar brechas entre regiones. No se puede hablar de equidad territorial cuando la consecuencia es arrebatarle a Chocó, La Guajira, Putumayo o Vichada los pocos recursos que hoy sostienen sus escuelas y hospitales.

Es más, no se puede hablar de descentralización cuando en la misma Antioquia se han concentrado los recursos en Aburrá y en el Oriente dejando en el olvido a las demás subregiones. Hablemos, por ejemplo, de Murindó y Vigía del Fuerte, municipios en el Urabá sin vías de acceso, sin energía eléctrica las veinticuatro horas del día, con graves problemas para el acceso al agua potable, para los cuales los recursos de la millonaria Antioquia no han llegado. O el Bajo Cauca, que genera unos ingresos enormes para el departamento por la explotación minera y la ganadería extensiva pero que ha sido dejada a su suerte por la Gobernación.

Este hundimiento es un golpe más a la improvisación del gobernador Rendón. Primero fue la “vaca” para financiar las vías 4G, una idea para mover su falsa narrativa de “abandono” del Gobierno Nacional. Después vino la ilegal “tasa de seguridad”, la misma que quienes lo financiaron no quieren pagarle por inconveniente. Ahora, un referendo que nunca tuvo consenso nacional y que apenas alcanzó a dar titulares mediáticos antes de desplomarse en el Congreso. Tres intentos, tres fracasos

El Gobernador Rendón debería más bien sincerarse, admitir que la plata que le quería quitar a los más pobres del país no era para Antioquia, era para la élite a la que él representa a la cual nunca le ha interesado el Urabá, el Bajo Cauca, el Magdalena Medio.

Lo que proponía el gobernador de Antioquia no era descentralización, sino concentración: acumular poder y recursos en unas pocas capitales, dejando a los municipios pequeños y a las comunidades olvidadas.

La descentralización sin equidad sólo profundiza las brechas que convirtieron a Colombia en uno de los países más desiguales del mundo. El reto no es dividir más, sino construir un país justo, donde la riqueza llegue al campo, a las veredas, a los barrios populares, y no se quede en manos de unos pocos.

Alejandro Toro

Estamos recuperando la mesada 14 que Uribe le robo a los profes del país

Esta semana la Comisión Primera de la Cámara de Representantes aprobó en primer debate el proyecto de Acto Legislativo que busca reconocer la mesada 14 para los docentes del país. Detrás de esa decisión hay un mensaje nítido: dignificar a quienes sostienen la educación pública y corregir una desigualdad creada en 2005, cuando una reforma constitucional impulsada bajo el gobierno de Álvaro Uribe cercenó este derecho de los profes de Colombia.

La mesada adicional prevista en el artículo 142 de la Ley 100 nació como un mecanismo de compensación frente a la inflación; la Corte Constitucional, en la Sentencia C-409 de 1994, extendió ese beneficio para evitar discriminaciones entre pensionados en iguales condiciones. Si la finalidad era proteger el poder adquisitivo, carece de sentido que unos docentes reciban 14 mesadas y otros 13 por una barrera temporal impuesta en 2005. La igualdad material, principio rector de nuestro Estado Social de Derecho, no admite distinciones arbitrarias.

 

¿Qué pasó en 2005? El Acto Legislativo 01 de ese año introdujo la regla de las trece mesadas, excepto para quienes hubiesen causado la pensión antes del 31 de julio de 2011 por un valor de hasta 3 salarios mínimos. La justificación central del Gobierno Uribe fue la “sostenibilidad financiera” del sistema pensional: supuestamente garantizar el pago futuro, generando inequidades entre unos y otros dejando a la mayoría de los maestros sin pensión digna.

Según información del Ministerio de Educación y del FOMAG, hoy hay 250.237 docentes pensionados; el 35% (87.583) ya recibe mesada 14 y el 65% restante (162.654) aún no. Cerrar esa brecha tendría un costo estimado de más de $575 mil millones que deberá armonizarse con el Marco Fiscal de Mediano Plazo. No es un cheque en blanco: es una decisión responsable para poner en regla un trato igualitario dentro del régimen especial del magisterio.

Pero sostenibilidad no es sinónimo de inequidad. Nadie discute que el sistema debe ser viable; lo que está en debate es si resulta legítimo mantener, veinte años después, una desigualdad interna entre servidores públicos que hicieron la misma carrera y cumplen idéntica función. La propia jurisprudencia ha advertido que el trato diferente solo es legítimo cuando se justifica razonablemente, y la mesada adicional —una prestación separable— fue diseñada para mitigar el deterioro del ingreso pensional; negar ese dique solo a parte del magisterio vulnera la igualdad real.

Además, el país ya demostró que es posible corregir sin poner en riesgo las finanzas. En 2024 el Congreso restituyó la mesada 14 a veteranos de Fuerzas Militares, Policía y a civiles del sector defensa, con requisitos definidos y estimación de impactos. Ese precedente evidencia que el debate no es “sí o no” a la mesada 14, sino a quiénes se reconoce y bajo qué reglas. Si a quienes cuidan el orden se les reconoce ese ingreso, ¿por qué negárselo a quienes cuidan el futuro desde el aula?

Nuestro proyecto hace lo correcto y lo hace bien. El texto aprobado adiciona un parágrafo al artículo 48 para incluir expresamente a las y los docentes oficiales —nacionales, nacionalizados y territoriales, según las categorías de la Ley 91 de 1989— como beneficiarios de la mesada 14 dentro de su régimen exceptuado. Y lo hace con rigor: la reforma no tiene efectos retroactivos y está sujeta a concepto fiscal de Hacienda, como corresponde. Son reglas claras que dan seguridad jurídica y, sobre todo, igualdad.

Quienes hoy se oponen repiten los argumentos de 2005. Dicen “no hay plata”, como si la educación fuese un gasto suntuario; olvidan, además, que los análisis de entonces advertían sobre presión fiscal por fallos y bonificaciones, pero no borran el hecho de que la mesada 14 fue creada para proteger a los pensionados del deterioro inflacionario. En otras palabras, el remedio de hace dos décadas se volvió una enfermedad crónica de desigualdad. El país cambió; la Constitución sigue siendo la misma: proteger a los mayores, garantizar el mínimo vital y asegurar la igualdad material.

Alejandro Toro

Empezamos con los aviones, ahora Colombia debe renovar su flota de submarinos

Colombia ya tomó una decisión estratégica en el aire: renovar su poder aéreo con los Saab Gripen para reemplazar los Kfir. Es un paso correcto que ordena capacidades, compromete transferencia tecnológica y actualiza doctrinas. Ahora toca el turno del mar. Si en el cielo trazamos una ruta, bajo el agua necesitamos otra: renovar la flota de submarinos de la Armada Nacional con una visión de país, no de coyuntura. Así como hicimos con los aviones, el Estado debe dar el siguiente paso con un documento CONPES que fije la política, las metas y, sobre todo, los recursos plurianuales para garantizar continuidad más allá de un periodo de gobierno.

¿Por qué ahora? Porque nuestra seguridad —y nuestra economía— se juega cada vez más en el azul. Colombia ejerce jurisdicción sobre 928.660 km² de mar y casi 3.000 km de costa; somos un país bioceánico que debe proteger corredores de comercio, ecosistemas estratégicos, cables submarinos y, al mismo tiempo, enfrentar redes del crimen transnacional. La sofisticación de los “narcosubmarinos”, incluidos los no tripulados con control remoto y enlaces satelitales, obliga a mejorar nuestras capacidades de vigilancia, interdicción y disuasión. No es ciencia ficción: este año la Armada reportó la incautación de varios semisumergibles y la intercepción del primer narco submarino teledirigido en aguas colombianas.

 

La ventaja es que no partimos de cero. Tenemos industria: COTECMAR, el astillero nacional que ha construido OPV, buques de desembarco, patrulleras y plataformas fluviales para Colombia y terceros países, y que ha ejecutado mantenimientos mayores —incluidos trabajos en nuestros submarinos— con transferencia de conocimiento. Esta base industrial es un activo institucional para cualquier programa submarino moderno, desde mantenimiento profundo (MLU) hasta eventual co-fabricación con socios. A esto se suma que la Armada cuenta con una brújula: el Plan de Desarrollo Naval 2042, que define prioridades, escalonamientos y alianzas para modernizar la fuerza. No es improvisar, es alinear industria, doctrina y presupuesto.

El contexto internacional también empuja. Mientras cerrábamos la selección del Gripen —donde se abre una ventana de cooperación industrial regional apalancada por la experiencia de Brasil—, la cúpula naval, en cabeza del Comandante de la Armada el Almirante Juan Ricardo Rozo Obregón, intensificó su diplomacia de defensa con visitas técnicas a astilleros de Corea del Sur en el marco de MADEX 2025. Ese esfuerzo de “mirar vitrinas” es útil si se traduce en decisiones de política: hoja de ruta, cronograma y plata. Un CONPES para la capacidad submarina permitiría, como ocurrió en la aviación de combate, estructurar paquetes de inversión, formación de tripulaciones y encadenamientos productivos, con metas medibles y responsabilidades claras para Defensa, Hacienda, DNP y COTECMAR.

Seamos francos sobre el punto de partida. Nuestra Fuerza de Submarinos opera dos unidades oceánicas tipo 209 (ARC Pijao y ARC Tayrona), incorporadas en los años setenta y objeto de varias modernizaciones; y dos unidades tipo 206A de menor porte, adquiridas de segunda mano a inicios de la década pasada. Esa flota ha rendido —ahí están los DESI con la US Navy—, pero su ciclo de vida no perdona. El riesgo de prolongar la decisión es doble: aumentan los costos por obsolescencia y se erosiona la disuasión.

¿Qué nos daría un CONPES submarino? Tres certezas. Primero, una política pública: definir con rigor el “para qué” (misiones), el “con qué” (plataformas, sensores, armas, MPA y helicópteros ASW complementarios) y el “cómo” (fases, cronograma, gobernanza). Segundo, un marco financiero: comprometer vigencias futuras y fuentes de financiación —incluyendo cooperación y offsets— que eviten el serrucho anual del presupuesto. Tercero, desarrollo productivo: trazar el mapa de componentes y servicios que COTECMAR y proveedores nacionales pueden asumir, realistas al inicio y crecientes en complejidad, para que cada dólar comprado afuera agregue capacidades aquí. Eso hace el CONPES: es la herramienta del Ejecutivo para convertir voluntad en política, y política en inversión sostenida.

También nos ordena en la lucha contra el crimen. Los semisumergibles de hoy viajan más lejos, cargan más y buscan evadir radares. Un sistema submarino moderno aporta vigilancia discreta, negación del área y “ojos y oídos” que alimentan a guardacostas, fragatas y aeronaves. La interdicción es, ante todo, trabajo conjunto. Pero sin el eslabón silencioso perdemos eficacia y sorpresa. En clave geopolítica, además, un país con dos océanos y rutas críticas no puede rezagarse mientras el panorama internacional muestra la necesidad de fortalecer la defensa de la soberanía.

Quienes cuestionen el costo, recuerden el precedente de la aviación de combate: el proceso del Gripen muestra que es posible negociar tecnología, entrenamiento y oportunidades industriales si hay decisión política y una arquitectura financiera clara. Es exactamente lo que un CONPES nos permitiría replicar en el dominio marítimo, con un plus: apalancar la capacidad instalada de COTECMAR y su ecosistema de proveedores para capturar mayor valor local.

El Ministerio de Defensa, el DNP y la Armada deben iniciar de inmediato la estructuración de un CONPES para la capacidad submarina, articulado al Plan de Desarrollo Naval 2042 y a la experiencia reciente con los Gripen. El crimen transnacional no espera; tampoco la obsolescencia. Si ya decidimos volar mejor, es hora de aprender la lección completa: defender nuestro país también exige ver —y disuadir— donde nadie nos ve. Ese es el próximo salto. Y debemos darlo ahora.

Alejandro Toro

La Gobernación de Antioquia de Álvaro Uribe Vélez sabía de las masacres del Aro y la Granja

En Antioquia todos lo sabían, pero nadie lo decía. Hoy, ante la Jurisdicción Especial para la Paz, dos ganaderos acaban de confirmar lo que se intentó ocultar por más de dos décadas: que la Gobernación de Álvaro Uribe Vélez sabía de las masacres de El Aro y La Granja. Un secreto a voces que, gracias a los testimonios de Francisco y Jaime Ángulo Osorio, se abre paso pese a los intentos de encubrimiento, y que acerca a la justicia a los verdaderos responsables de aquellas atrocidades cometidas en Ituango.

Los hermanos Ángulo, condenados por el asesinato de Jesús María Ovalle y reconocidos financiadores del paramilitarismo en el Bajo Cauca, admitieron ante la Sala de Definición de Situaciones Jurídicas Especiales de la JEP que tanto la Gobernación de Antioquia como el Ejército tenían pleno conocimiento de las incursiones armadas. No se trataba de hechos aislados ni de “excesos” fuera del control estatal: era un entramado en el que las instituciones fueron clave para que los paramilitares sembraran el terror en la región.

 

Según su testimonio, la masacre de La Granja se planificó en la finca El Porvenir. A esa reunión fueron citados ganaderos y comerciantes de Ituango con una invitación allegada a las oficinas de Colanta en Caucasia, y allí se encontraron con dos nombres fundamentales en la historia del paramilitarismo: Ramiro Vanoy, alias “Cuco” Vanoy, comandante del Bloque Mineros, y Carlos Mauricio García, alias Doble Cero, jefe del Bloque Metro. No eran personajes menores. En la sentencia de Justicia y Paz de 2015 por la masacre de El Aro, la justicia ya había ordenado investigar el posible rol de Álvaro Uribe como gobernador. Y fue Doble Cero quien, con franqueza brutal, les dijo a los empresarios presentes que las autodefensas habían crecido gracias al Estado. Sin ese apoyo, nunca habrían alcanzado el tamaño e influencia que tuvieron.

El relato de los Ángulo no deja dudas sobre la conexión institucional. A través del empresario Jhon Echeverri, cara visible de la Convivir de Ituango —una fachada para el paramilitarismo—, mantenían contacto directo con el entonces secretario de Gobierno de Uribe, Pedro Juan Moreno. Desde allí fluía información estratégica para el Ejército y la Gobernación: zonas para bombardear, rutas de control, logística.

Las revelaciones van más allá. Para cometer la masacre de El Aro, Francisco Ángulo aseguró que viajaron junto con Jhon Echeverri y miembros de la Cuarta Brigada en un vuelo de reconocimiento para señalar dónde debían bombardear. Echeverri no se limitaba a hacer de intermediario: acompañaba a los paramilitares a seleccionar víctimas y luego arrojaba sus cadáveres por los voladeros de Chingalé, en la vía Ituango-Medellín.

El papel de Pedro Juan Moreno también queda expuesto. Según los hermanos, fue él quien más impulsó la creación de la Convivir en Ituango. Su asesor, de apellido Zapata, entregaba directamente los formularios a los paramilitares para legalizar las asociaciones. La velocidad con la que esa Convivir fue aprobada es reveladora: creada en papeles el 15 de julio de 1996, al día siguiente ya contaba con aval del general Carlos Alberto Ospina de la Cuarta Brigada, y nueve días después con el visto bueno de la Gobernación de Antioquia. Una gestión exprés que deja claro el interés oficial en dar soporte jurídico a lo que en la práctica era un ejército ilegal.

Álvaro Uribe nunca ha negado su respaldo a las Convivir, pero lo presentado ante la JEP confirma que no fue un simple visto bueno a una política de seguridad rural. Funcionarios de su administración intervinieron directamente en la creación de esos grupos fachada del paramilitarismo. Es decir, desde la Gobernación se les entregó en las manos a los paras y sus financiadores la documentación y legitimidad necesarias para camuflar actividades criminales bajo un barniz de legalidad.

Las confesiones de los Ángulo encajan con otras piezas que la justicia ha venido recopilando. El testimonio de Juan Guillermo Monsalve ya había señalado que el Bloque Metro, el comandado por Doble Cero, nació en la hacienda Guacharacas, propiedad de la familia Uribe Vélez. En Justicia y Paz, los jefes paramilitares describieron la complicidad de sectores empresariales y políticos. Lo que ahora emerge con fuerza es la confirmación de que la Gobernación de Antioquia no fue ajena ni indiferente: fue un engranaje activo de ese entramado de violencia.

Más de 25 años después, las víctimas de El Aro y La Granja siguen esperando verdad y justicia. El desplazamiento, el asesinato de campesinos y el terror impuesto en Ituango no pueden quedar en la impunidad. El país tiene derecho a saber hasta dónde llegaron las responsabilidades políticas y qué tan profundo fue el involucramiento del Estado en la consolidación paramilitar. La justicia transicional, a través de la JEP, tiene el reto histórico de esclarecerlo.

El país debe asumir este capítulo con la seriedad que merece. No basta con reconocer la barbarie; hay que señalar a quienes, desde el poder, la facilitaron. Y aquí el nombre de Álvaro Uribe Vélez no puede seguir siendo un intocable. Las confesiones de los Ángulo, sumadas a las evidencias previas, dejan claro que su Gobernación tuvo un rol directo en el fortalecimiento de los paramilitares en Antioquia. Esa verdad incomoda, pero es necesaria.

Porque la paz no se hará con silencios cómplices. Se hará cuando la justicia alcance también a los que gobernaron desde los escritorios, mientras en los campos de Antioquia corría la sangre. Se hará cuando Uribe Vélez dé explicaciones no solo ante la historia, sino ante los tribunales. Y se hará, sobre todo, cuando las víctimas de El Aro y La Granja reciban lo que les ha sido negado durante un cuarto de siglo: verdad, justicia y dignidad.

Alejandro Toro

La tasa de seguridad del gobernador de Antioquia que no cuadra ni en las cuentas

El gobernador, Andrés Julián Rendón, presentó la llamada “tasa de seguridad” como la solución definitiva al deterioro del orden público en Antioquia. Se vendió como una herramienta que blindaría al departamento frente al crimen organizado y que demostraría, según sus propias palabras, que “si el Gobierno Nacional nos deja solos, nosotros mismos nos defenderemos”. Sin embargo, a 15 de julio, el recaudo alcanzó apenas $19.354 millones frente a la meta de $45.217 millones. Aunque la Gobernación y El Colombiano matizaron el panorama afirmando que en realidad se han recogido $42.300 millones, el verdadero dato incómodo es otro: apenas se ha cumplido el 33% de la meta de recaudo para 2024, con solo cuatro meses por delante.

Para entender el problema, hay que recordar que la Constitución Política de Colombia establece, en su artículo 338, que los tributos, tasas y contribuciones especiales deben tener un hecho generador claramente definido, un sujeto pasivo determinado y, sobre todo, una destinación específica proporcional al costo del servicio prestado. La jurisprudencia de la Corte Constitucional ha sido insistente: una tasa no puede convertirse en un impuesto disfrazado. Su valor debe guardar relación directa con el beneficio recibido por el contribuyente.

 

En este caso, la Gobernación de Antioquia no ha demostrado de manera técnica ni documental cómo el pago de la tasa se traduce en un servicio concreto y proporcional para quienes la pagan. Empresarios, comerciantes y residentes de estratos altos no reciben un esquema de seguridad diferencial que justifique el cobro. En otras palabras, la tasa podría estar vulnerando el principio de equivalencia, abriendo la puerta a demandas de nulidad ante el contencioso administrativo.


Más allá de la discusión jurídica, el contexto político revela una jugada calculada. Desde el inicio de su mandato, Andrés Julián Rendón ha insistido en la narrativa de que el Gobierno Nacional “abandonó” a Antioquia en materia de seguridad. La tasa de seguridad no solo encaja en esa estrategia discursiva, sino que le da al Gobernador un argumento para mostrarse como el líder que “hace lo que el centralismo no quiere hacer”.

Pero hay un problema: el tiro le está saliendo por la culata. Quienes más se han visto afectados por el cobro son justamente sectores que tradicionalmente lo apoyaron: empresarios, comerciantes y ciudadanos de altos ingresos. La reacción ha sido evidente en la baja disposición de pago, al punto de que, incluso con la cifra de $42.300 millones que la Gobernación defiende, la meta anual sigue lejísimos de cumplirse.

Esta resistencia evidencia que el problema no es solo de recaudo, sino de legitimidad. Un tributo que no cuenta con aceptación social y que se percibe como improvisado carece de sostenibilidad. Y, como lo demuestra la experiencia de otros departamentos, una tasa de seguridad sin recaudo suficiente termina siendo más un gesto político que una política pública eficaz.

Supongamos que, milagrosamente, en los próximos cuatro meses se lograra recaudar la totalidad de la meta anual. ¿Sería suficiente para resolver la crisis de seguridad de Antioquia? Los expertos dicen que no. El crimen organizado, las economías ilegales, la violencia rural y la criminalidad urbana requieren intervenciones integrales que van mucho más allá del aumento del pie de fuerza o la compra de equipos. Se necesitan programas de prevención, inversión social y coordinación interinstitucional con la Policía, el Ejército, la Fiscalía y, por supuesto, el Gobierno Nacional.

Con un recaudo tan bajo como el actual, la capacidad de la Gobernación para implementar estas acciones es mínima. La tasa no alcanza para cerrar brechas, y la administración departamental no ha mostrado un plan claro de priorización del gasto. Esto deja a Antioquia en una situación peligrosa: con los mismos problemas de seguridad, un tributo cuestionado y una narrativa política que busca confrontar más que construir soluciones conjuntas.

La tasa de seguridad de Andrés Julián Rendón es un caso de manual sobre cómo una medida presentada como salvadora puede terminar revelando lo contrario: improvisación, debilidad técnica y cálculo político. Lejos de blindar a Antioquia, ha golpeado a su base social y ha abierto flancos jurídicos que podrían tumbarla.

Ya hay demandas de nulidad contra la Ordenanza 50, que cuestionan el principio de legalidad y certeza del artículo 338 superior, y la tipificación misma del tributo. Si un juez le da la razón a los demandantes, no sólo caería el cobro futuro: podrían ordenar devolver lo recaudado, abriendo un hueco fiscal. Así las cosas, la “solución” financiera se convierte en riesgo contencioso.

Lo que el departamento necesita no es un nuevo capítulo en la novela de confrontaciones con el Gobierno Nacional, sino una estrategia integral de seguridad y convivencia construida de manera coordinada, con recursos garantizados y legitimidad social. Porque la seguridad no se decreta ni se cobra: se construye, y se construye con todos.

Por: Alejandro Toro