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Confidencial Noticias 2025

Etiqueta: Opinión

Blindar el Sistema Integrado de Transporte Público es defender los derechos de los bogotanos: ahora los ciudadanos serán los que hablen

Hace unos días, Bogotá volvió a vivir lo que más la paraliza: el caos en las calles por manifestaciones traumáticas y, en muchos casos, violentas que bloquearon el Sistema Integrado de Transporte Público (SITP). Un nuevo bloqueo en la 26, en la 30, en el Portal Norte y en las Américas dejó a millones de personas caminando con maletas hacia sus destinos.

Vi ciudadanos desesperados por no perder su vuelo, madres con niños en brazos, trabajadores corriendo bajo la lluvia. Lo repito sin miedo: eso no fueron manifestaciones pacíficas, sino un constante castigo a los ciudadanos.

 

No me quiero quedar callado, a las y los moteros que bloquearon la semana pasada y a los capuchos que lo hacen cada tres días les digo: más de cuatro millones de personas dependen del SITP. Bloquearlo nunca es un acto democrático ni de justicia social, es un ataque directo a los derechos fundamentales de la mayoría de los ciudadanos.

Empatía no significa justificar el caos, significa evitarlo. Por eso el 28 de octubre radiqué con mi equipo, ante el Concejo de Bogotá, un Proyecto de Acuerdo para garantizar la prestación del servicio del SITP, cuando se presentan manifestaciones pacíficas o violentas y, así, garantizar los derechos fundamentales de millones de ciudadanos. Lo hicimos porque defender el servicio público de transporte masivo de la capital es defender a la mayoría.

Durante años, algunos han disfrazado la violencia de protesta. Pero cuando se rompe un bus, se incendia una estación o se bloquea una troncal, no se defiende un ideal: se violan los derechos fundamentales al trabajo, al estudio, a la salud y a la libre circulación.

El transporte público es un servicio esencial, así lo establece la ley. Y el Estado tiene la obligación de garantizar su debido funcionamiento, no de observar cómo lo destruyen y bloquean en nombre de falsas protestas.

Bogotá necesita orden y los hechos lo demuestran. Por ejemplo, la Secretaría Distrital de Gobierno estimó que 8 de cada 10 manifestaciones producen afectaciones a la movilidad por bloqueos de vías. También reportó 6.836 casos de manifestaciones públicas entre el 11 de marzo de 2021 y el 31 de mayo de 2025, de los cuales cerca del 80% generó algún tipo de afectación sobre las vías, ya fuera de forma intencionada o como un efecto secundario al desarrollo de la manifestación.

Según TransMilenio, entre enero de 2020 y junio de 2025, se identificaron 219 días afectados, con una pérdida estimada de 51,2 millones de validaciones y un ingreso no percibido de aproximadamente 105 mil millones de pesos, como consecuencia de las limitaciones en la prestación del servicio generadas por manifestaciones sociales. También la entidad advirtió que, al 7 de octubre, más de 14 millones de personas se han visto afectadas por estos hechos.
Y es que cuando se aplica el orden en la capital se nota. Durante el puente de Halloween, gracias al Decreto Distrital 528 de 2025 que adoptó restricciones transitorias a la circulación de motocicletas en la ciudad, se logró que las muertes por siniestros viales bajaran en un 75%, y los heridos disminuyeran en un 13%. Más de 3.500 uniformados y agentes civiles trabajaron día y noche para cuidar a la ciudadanía. Esa fue la prueba de que cuando la autoridad se ejerce con decisión, la ciudad gana.

Bogotá no puede seguir atrapada entre el miedo y el exceso de permisividad. Se convirtió en el escenario de un garantismo extremo que protege más a quien bloquea el sistema de transporte masivo que al ciudadano de a pie. El diálogo es esencial, pero también la defensa de los derechos fundamentales de más del 50% de la población de la ciudad.

Por eso, continuaré trabajando por blindar el Sistema Integrado de Transporte Público de Bogotá. No para silenciar las voces de quienes se movilizan, sino para lograr un verdadero equilibrio de derechos: el de manifestarse y el de moverse. Ambos valen, pero uno no puede destruir al otro.

Y si lo llevamos más lejos, ¿por qué no dejar que la gente decida? ¿Por qué no una consulta popular donde se les pregunte a los ciudadanos por el equilibrio que debe existir entre el derecho a manifestarse y los derechos de los usuarios del transporte público masivo? Tal vez llegó el momento de que Bogotá hable. Porque si queremos que la capital sea realmente una ciudad humana donde se pueda vivir feliz, el derecho a moverse también debe asegurarse.

Juan David Quintero

DesMemoria

Se conmemoran 40 años de la barbarie cometida por el grupo terrorista EME19 en el principal centro judicial de Colombia, El Palacio de Justicia. Acto tenebroso que dejó imborrables heridas en la memoria colombiana, con el paso de los años, sirvió de pretexto para humillar las FFMM y doblegarlas frente a grupos subversivos. Si hay algo cierto, es el hecho de que las FFMM son los verdaderos grandes héroes de este espantoso evento. Son sus miembros los que han debido soportar inagotables procesos judiciales, ríos de tinta y filmografías cuestionando su proceder. Empero, hicieron lo debido, cumplieron con su deber constitucional de mantener la majestad de la justicia al retomar el centro judicial para garantizar la estabilidad institucional.

Consecuencia del demencial acto del grupo terrorista EME19, Colombia toda, debió pagar un precio muy alto, no sólo por las pérdidas de invaluables vidas humanas y daños materiales, también porque el grupo terrorista infractor financiado por el narcoterrorista Pablo Escobar, terminó romantizado. Convertido en el ideal de los subversivos, imponiendo condiciones al Estado y sus líderes y herederos, durante decenios pelechando del erario en cuanto cargo público y proceso existentes. Sus tiznadas banderas ondean con orgullo entre las altas jerarquías gubernamentales; sus antiguos combatientes son presentados para ante las nuevas generaciones como impolutos, decentes y sin culpa alguna.

 

Para verdades el tiempo. En época de desmemoria, bien vale recordar porqué el EME19 fue un grupo terrorista e izar sus banderas es rendir culto a la barbarie. El grupo terrorista EME19 llevó a cabo más de 500 secuestros extorsivos. Su gran negocio: Secuestrar personas a cambio de dinero. Los ocultaban en las mal llamadas cárceles del pueblo que operaban en Bogotá y Cali. Adaptaban casas en sectores populares con socavones en los que enterraban en vida a sus secuestrados, como la joven Camila Michelsen secuestrada en 1985, permanecería dos años en su poder, por su liberación pagaron 500,000 dólares. Miguel de Germán Ribón, en 1978 su liberación costó cinco millones de pesos. Donald Cooper por su liberación en 1975 cobraron un millón de dólares; similar ocurrió con Hugo Ferreira, exministro y gerente de Indupalma en 1977. Por la liberación de Álvaro Gómez Hurtado en 1988, se pagaron con el cobarde asesinato de su inerme escolta Juan de Dios Hidalgo. Aquellos fueron afortunados porque regresaron vivos.

Hubo otros que no regresaron: José Raquel Mercado, líder sindical, secuestrado sometido a juicio revolucionario en 1976, cuyo cadáver apareció en una bolsa en la Glorieta de la Carrera 63 con Calle 50 de Bogotá. El misionero Chester Allen Bitterman secuestrado y asesinado en 1981. Los tres hermanitos Álvarez Murillo también en 1981, secuestrados cuando se dirigían al colegio, sus cadáveres aparecerían seis meses después en inmediaciones de Gachancipá, Cundinamarca.

Para los desmemoriados, el EME19 llevó a cabo 48 tomas terroristas con sangre y fuego, entre otras, las tomas simultáneas del 07 de agosto de 1986 en Nemocón (Cundinamarca) y Belalcazar (Cauca), ese mismo año cometieron atentados terroristas contra la Embajada de Estados Unidos, la Planta de Coca-Cola y el entonces, ministro de Gobierno, Jaime Castro, que luego sería elegido alcalde capitalino. Sin olvidar el secuestro de 14 diplomáticos cometido en la Embajada dominicana en Bogotá durante febrero y abril de 1980 y, la amenaza de matar dos rehenes cada diez minutos, el que terminaría con la liberación de los secuestrados y los terroristas para desestresarse, veraneando en Cuba, con una tula de tres millones de dólares en efectivo.

Seguramente, hace 40 años, los terroristas además de incinerar los expedientes de los extraditables y secuestrar altos magistrados claves en lugar de diplomáticos, creerían que terminarían nuevamente, viaticando en el paraíso de Los Castro, pero, no contemplaron que, las FFMM y de Policía no se los permitirían esta vez ¡Respeto por las FFMM y de Policía!

León Ferreira

Populismo punitivo y payasadas políticas: ¿Qué está pasando con el Verde?

El populismo punitivo es una de las expresiones más peligrosas del vacío político. Es la herramienta preferida de quienes no tienen ideas, pero sí micrófono; de quienes reemplazan la argumentación con gritos y el estudio con espectáculo. En Colombia, ese fenómeno ha encontrado nuevos rostros, y uno de ellos es el del Senador Jonathan Ferney Pulido Hernández, quien se hizo elegir hablando de cambio, justicia y derechos, y hoy vota todo lo contrario.

Pulido Hernández no representa los ideales del Partido Alianza Verde. Es, más bien, el reflejo de una política confundida y sin norte. Lo suyo no es debate, es improvisación; no es liderazgo, es delirio. La forma como encara al senador Iván Cepeda no es valentía: es una muestra de ignorancia política, una bravuconada que solo evidencia la falta de formación y de comprensión sobre el papel que le confirió la democracia, o lo que es peor con dolo desinforma e induce al error.

 

Pero el problema no es solo él. Es lo que permitimos. ¿Qué está pasando con la Alianza Verde? ¿Hasta cuándo seguiremos mirando hacia otro lado mientras el pragmatismo se traga los principios? ¿Hasta cuándo vamos a justificar lo injustificable en nombre de una supuesta unidad? Si seguimos cobijando bajo el umbral electoral a quienes no entienden ni defienden los ideales que nos dieron origen, entonces el proyecto verde se diluye en la nada.

Hacer política es una responsabilidad enorme. Por eso, la formación política debe empezar desde el colegio, no solo como una asignatura, sino como una práctica democrática cotidiana. Solo así tendremos ciudadanía crítica, capaz de reconocer las diferencias entre una propuesta seria y una payasada populista. Solo así elegiremos con conciencia y no por ruido.

Las mujeres, los jóvenes, los animalistas, las nuevas ciudadanas que alguna vez encontramos en la Alianza Verde un espacio de esperanza y coherencia, hoy nos preguntamos cómo seguir defendiendo este proyecto cuando vemos a personas como Pulido Hernández convertir el Congreso en un circo. ¿Cómo llamar a nuevas generaciones a sumarse, si quienes están adentro desdibujan el sentido de hacer política con propósito?

El populismo punitivo no construye país: lo destruye. La política no es un escenario para el show, sino para el servicio. Y recuperar la dignidad del debate público es tarea de todos y todas. Callar ante el ridículo es complicidad. Decir las cosas por su nombre, aunque incomode, no fingir demencia, no ser indiferentes, alzar la voz y empuñar las letras, aunque no les guste, aunque les incomode, es el primer paso para salvar la política de los oportunistas que la usan para hacer finalmente el oso nacional.

Marcela Clavijo

Cuando el maestro pierde la autoridad en el aula, la sociedad pierde el rumbo

Se premia la mediocridad y se evita que haya diferencias entre unos alumnos y otros, confundiendo igualdad de oportunidades con igualdad de resultados”, escribió Ignacio Danvila del Valle al analizar el más reciente informe PISA de la OCDE (Danvila, 2025). Y no podría haberlo dicho mejor. La pérdida de autoridad del docente, y con ella, del principio del mérito y del valor del esfuerzo, se ha convertido en el síntoma visible de un deterioro cultural más profundo: el abandono de la idea de que la educación forma personas y no solo instruye mentes.

El maestro dejó de ser referencia moral y se convirtió en animador pedagógico. La escuela, que debía ser el espacio de aprendizaje de la responsabilidad, se ha ido convirtiendo en un terreno de negociación emocional donde cualquier exigencia se interpreta como agresión. Se confunde respeto con complacencia, inclusión con renuncia a la exigencia, y autoridad con autoritarismo.

 

El diagnóstico de Danvila es demoledor: al evitar la frustración, al borrar las diferencias entre los que se esfuerzan y los que no, estamos cultivando generaciones frágiles, sin rumbo, que crecerán sin entender que la vida no premia la intención sino el compromiso, el mérito y la constancia.

Una sociedad sin maestros que enseñen a ser

Como nadie puede enseñar lo que no es, el reto que tenemos hoy es superior. No contamos con una generación que le enseñe a la siguiente los fundamentos de la vida colectiva que se han ido degradando y hasta vilipendiando: integridad, ética, empatía, humanidad, civismo, respeto, responsabilidad, urbanidad, merecimiento, derechos y deberes. En muchos casos, ni los padres ni los profesores están preparados para esa tarea, porque también fueron educados en una cultura que ha venido cambiando sus valores en las últimas cinco décadas.

Y entre esa inversión de valores se ha refundido el concepto de autoridad. En la casa, en el aula, en la vida. La casa y el aula son radicalmente impactantes porque lo que se educa en aquellas épocas de la vida generalmente dura para siempre en las mentes futuras. Pero en el aula, fuera de casa, es donde principalmente se forma el humano-social al verse menos protegido por los lazos familiares mientras se expone al mundo, a la vista del mundo de los otros.

La consecuencia es previsible: cuando se diluye la autoridad del maestro, se erosiona la idea de orden social. La escuela deja de ser el primer espacio de convivencia civilizada y la anarquía comienza a germinar desde la infancia. Un país que no respeta a sus maestros ni fortalece su autoridad moral, está condenado a perder el norte ético de su desarrollo.

Danvila lo dice con crudeza: “Se detestan la cultura del esfuerzo, el afán de superación y la búsqueda de la excelencia”. Le asiste la razón. El problema parece no ser solo español, sino mundial. En Colombia, los síntomas son los mismos.

La otra cara del problema

Julián de Zubiría, en su serie de columnas recientes en El Espectador, ha insistido en que la calidad de un sistema educativo “no puede superar la calidad de sus maestros”. Advierte que no basta con aumentar salarios. Lo que está en crisis no es el ingreso, sino la formación integral del docente, su capacidad para ser líder, referente, orientador, dice.

De Zubiría denuncia que los maestros trabajan aislados, cada uno “remando para un lado distinto”, y que la pedagogía oficial ha desdibujado la figura del maestro como autoridad intelectual y moral. En otras palabras, lo que Danvila denuncia como pérdida de autoridad en el aula, De Zubiría lo traduce en un vacío de liderazgo educativo: una escuela sin norte, sin cohesión y sin propósito.

Y a ello se suma un actor clave: los papás. El trabajo del aula no puede prosperar si el maestro rema solo. Hoy muchos padres, lejos de ser aliados, alientan, reproducen y legitiman las mismas conductas que debilitan la formación de sus hijos: falta de responsabilidad, irrespeto, ausencia de límites. Peor aún, algunos interponen su poder para desacreditar al profesor exigente, lo que refuerza la mediocridad y destruye el sentido de misión del educador. La educación, sin corresponsabilidad familiar, es un barco sin timón.

No existirá un punto de inflexión hacia un mejor bienestar colectivo que no pase por un cambio significativo en el sistema educativo y en la educación que allí se imparta, advirtiendo que debe ser una educación que ahora también debe incluir a los papás y no solo a los niños. Sin esa transformación moral y formativa, cualquier política social será apenas un paliativo.

En los diagnósticos hay una misma advertencia: si el docente no ejerce autoridad, la sociedad pierde su brújula ética. La escuela ya no forma ciudadanos sino consumidores; ya no transmite valores sino emociones pasajeras; ya no enseña a pensar sino a reaccionar.

Autoridad no es autoritarismo

Recuperar la autoridad del docente no significa volver al látigo ni al miedo. Entre otras cosas porque sería prácticamente imposible. Significa recuperar la legitimidad de quien enseña porque sabe, orienta y da ejemplo. La autoridad auténtica no se impone: se gana. Se funda en el conocimiento, la coherencia y la confianza.

Una maestra o un maestro que ejerce su autoridad con justicia y empatía enseña mucho más que contenidos: enseña que la vida tiene reglas, límites y consecuencias. Enseña que el esfuerzo tiene sentido y que la libertad sin responsabilidad se convierte en caos.

Cuando el alumno aprende que puede desafiar sin razón, insultar sin sanción, copiar sin castigo, o pasar de curso sin mérito, está aprendiendo, desde la infancia, que las normas no importan. Y una sociedad que normaliza esa idea no está formando ciudadanos libres, sino individuos incapaces de convivir.

El reto mayor: educar para la humanidad

Si desde el colegio se pierde el sentido de la autoridad, la anarquía crecerá y será cada vez más difícil controlarla. No se trata de un problema disciplinario, sino civilizatorio. La autoridad del maestro es la primera forma de autoridad legítima que conoce un niño fuera de casa. Allí aprende que hay jerarquías que no humillan, normas que protegen y límites que educan.

Educar para la humanidad, como diría Morin, exige restituir esa figura del maestro como portador de sentido. No hay aprendizaje posible sin respeto, ni respeto sin reconocimiento de una autoridad que lo merezca.

En un mundo saturado de información, la verdadera revolución educativa no será tecnológica, sino ética: ante todo, volver a creer en el poder del ejemplo. Porque cuando el maestro pierde la autoridad, no es solo la escuela la que fracasa, es la sociedad entera la que se descompone.

Rafael Fonseca Zarate

Abelardo ¿un tigre sin selva o un candidato sin maquinaria?

La política colombiana acaba de presenciar un fenómeno atípico, cuando Abelardo de la Espriella, abogado mediático y ahora aspirante presidencial, logró llenar el Movistar Arena de Bogotá con más de quince mil asistentes. Como un verdadero Super Show internacional soportado en un estadio repleto, luces, pantallas, discursos, comediantes y figuras internacionales dieron forma a lo que muchos llaman el rugido del “Tigre”, aunque su espectáculo político fue, sin duda, una demostración de capacidad de convocatoria, también se evidenció una muestra de los nuevos tiempos marcados por la política-espectáculo, los evangelizadores, los influenciadores y los creadores de contenido que reemplazan los mítines tradicionales por escenarios de show y narrativa emocional.

Lo sucedido en Bogotá confirma que la era digital transformó la política, como ocurrió con Rodolfo Hernández en 2022, hoy la reputación en redes puede valer más que una sede de partido o un aval. Pero la historia reciente también enseña que ningún candidato en Colombia ha llegado a la Casa de Nariño solo con seguidores y entusiasmo. Rodolfo casi lo logra, pero únicamente fue viable cuando los viejos operadores políticos —Roy Barreras y Armando Benedetti— convirtieron su campaña en una coalición de unidad, sumando partidos, caciques regionales y financiadores de siempre, pero esa es la paradoja del outsider: para ganar debe pactar con aquello que promete derrotar.

 

Abelardo de la Espriella se enfrenta a ese mismo dilema, al afirmar en su discurso  que llenó el Movistar Arena sin buses ni tamales, pero nos preguntamos cómo piensa llenar las urnas sin listas, sin testigos electorales, sin coordinadores regionales. Así como quiénes serán sus gobernadores, alcaldes y congresistas aliados y si tiene estructura territorial en departamentos clave como Antioquia, Atlántico, Santander o Valle. De qué manera planea competir en los más de mil cien municipios donde el poder local sigue controlado por maquinarias tradicionales que no se conmueven con hashtags ni discursos patrióticos, sino que requieren soluciones reales más allá del realismo mágico retorico y los trasnochados trinos de X del actual mandatario.

También surge el interrogante de la financiación, con respecto a cómo sostendrá una campaña presidencial nacional sin respaldo partidista ni recursos de colectividad. Está dispuesto a transparentar públicamente los aportes y donantes que financian su movimiento Defensores de la Patria y qué mecanismos usará para garantizar independencia sin caer en alianzas económicas cuestionables que comprometan su discurso ético.

En materia de alianzas, la pregunta es si realmente cree posible unir a la derecha y al centro-derecha sin Uribe, sin Vargas Lleras, sin César Gaviria, sin clanes políticos regionales?,  igualmente nos quedaría la duda si participaría en una consulta buscando la unidad de la amplia centro derecha  si eso implicara ceder protagonismo en favor de una candidatura unificada. Con qué líderes regionales ha conversado para construir una coalición y si ha explorado acercamientos con movimientos cristianos, empresariales o exmandatarios locales?.

Aunque su narrativa discursiva es muy cosmética, vaga y simbólica al apelar a la defensa de la patria, la familia y el orden en forma etérea, pero que no traduce eso en políticas públicas concretas, nos preguntamos cómo convencería a un votante urbano o rural que no se identifica con la ultra derecha pero sí desea un cambio frente al gobierno Petro. Cuál es su postura frente a temas sensibles como la transición energética, los derechos indígenas, el diálogo social o la reforma agraria, cuestiones que definen la gobernabilidad en territorios hoy marcados por la desigualdad y la desconfianza.

Aun suponiendo que llegara al poder, surge otra pregunta inevitable: cómo garantizaría gobernabilidad en un Congreso dominado por partidos tradicionales. Su proyecto está preparado para convivir con fuerzas adversas o su visión es más rupturista y qué diferencia su liderazgo del populismo autoritario que ya ha demostrado su estruendoso fracaso en otros países de la región.

Es decir, preguntas y más preguntas nos deja la puesta en escena de Abelardo en su evento capitalino de lanzamiento –para recolección de firmas–, en la medida que pareciera ser un éxito emocional, pero cómo transformará esa emoción en una estructura de voto real. Qué lo hace pensar que el voto joven y urbano, que en 2022 fue mayoritariamente petrista, podría migrar hacia su proyecto. Y si Uribe, Vargas Lleras, Gaviria y otros, logran unificarse en torno a un solo candidato, se uniría a ellos o mantendría su aspiración independiente. Qué cree que representa mejor la nueva derecha, usted o un uribismo renovado con figuras como Paloma Valencia o Miguel Uribe. En conclusión, Abelardo está dispuesto a ser el outsider que fracture la derecha o el articulador que la reconstruya.

Responder a estas preguntas no es un trámite mediático: es la prueba de fuego para un candidato que quiere desafiar las reglas sin tener una estructura propia. En Colombia ningún proyecto presidencial ha triunfado sin maquinaria, sin alianzas o sin una red territorial que garantice votos y control de mesas. La épica del estadio es un comienzo, pero la política real se juega en las regiones, en las asambleas, concejos y en los pactos subterfugios que todavía deciden el poder.

De la Espriella encarna un fenómeno de nuestra época donde el político influencer pretende sustituir la militancia por la viralidad y el discurso por el espectáculo. Pero el riesgo es claro: el ecosistema digital de burbujas emociona, pero no reemplaza el territorio político hostil. Y aunque este sea el momento mediático de los creadores de opinión, el poder sigue residiendo en las maquinarias que saben contar votos y administrar lealtades. Si Abelardo no logra convertir seguidores en estructura y fervor en organización, su rugido podría quedarse sin eco, en esta selva de alianzas politiqueras, él todavía busca su manada, su selva y sus presas de caza.

Luis Fernando Ulloa

Los que queremos el cambio

La consulta del Pacto Histórico mostró un proyecto que, pese al desgaste del gobierno, una votación en frío de esa magnitud confirma que Petro mantiene músculo con estructura territorial. Los 2.8 millones alcanzados en la consulta son una victoria monumental para la izquierda, específicamente para Iván Cepeda. Y mientras tanto, la oposición sigue dispersa, atrapada entre egos, siglas y cálculos personales. La amenaza de cuatro años más de petrismo se hace cada vez más real, para enfrentar este riesgo debe haber una consulta donde converjamos todos los que queremos el cambio a Petro, sin sectarismo con responsabilidad.

Los aliados de Gustavo Petro avanzan en la conformación de una nueva convergencia política denominada Frente Amplio con el propósito de definir un único candidato para la primera vuelta durante las próximas elecciones legislativas. Sera un proceso de entre 6 a 7 millones de votos donde claramente Iván Cepeda superará los 5 millones de votos y se podrá elegir un vicepresidente. Cepeda avanza con fortaleza hacia la presidencia para hacer realidad la constituyente que desea Gustavo Petro.

 

En paralelo se trata de crear una consulta de “centro” que rompe la unidad electoral de los que pensamos que Colombia requiere un cambio. Ellos construyen la falsa equivalencia que Petro es lo mismo que Uribe, De La Espriella lo mismo que Cepeda. Un centro que tiene algo de complicidad electoral con la posible victoria de Ivan Cepeda en estas elecciones, así como le ayudaron a Petro hace cuatro anos. Lamentable porque todos sus miembros serian bienvenidos en nuestra unidad.

Nota recomendada: ¿En que concluyó la cita entre Cesar Gaviria y Álvaro Uribe?

Petro tiene un proyecto político. Nosotros por ahora tenemos un propósito enredado en carpintería electoral. Por eso esta columna no es un reclamo: es un llamado. Un llamado de unidad porque el riesgo de la derrota es sustancial. No es desde la ingenuidad sino a estar a la altura de la historia, poner los intereses del país por encima de los cálculos políticos y las vanidades personales. Una opción que no tema mirar hacia adelante porque la verdadera oposición no es la que grita, sino la que convence; no es la que divide, sino la que propone un rumbo distinto con firmeza. Debe haber unión: una unión que abarque desde la centro izquierda hasta la derecha, capaz de articular las diferentes expresiones de inconformismo con el actual estado del país.

No se trata de revivir viejas coaliciones ni de esconder diferencias. La unidad opositora no debe construirse con discursos de miedo, sino sobre una visión compartida: no a la Constituyente, no a La Paz Total, reactivar la economía, y luchar contra la pobreza. Aunque existan puntos de desencuentro, son más las causas que nos unen que aquellas que nos separan.

Es hora de una coalición amplia que hable de resultados, no de resentimientos. No hay que temerle a la palabra unidad; hay que temerle a la indiferencia. Colombia no puede seguir atomizada en proyectos personales. El liderazgo que viene deberá ser más generoso que orgulloso, más comprometido con el futuro que con la vanidad del presente. Probablemente, si los precandidatos presidenciales no pudieran ser ministros ni aspirar a alcaldías, todo sería más fácil.

Hoy el llamado es simple: unámonos sin sectarismos. No contra alguien, sino por algo esencial: porque este país sobreviva.

Simón Gaviria

Una tierra en disputa 4: ¿Israel y Palestina… que dice la historia?

Adriano fue el emperador encargado de poner “orden” en las tierras ocupadas por las tribus de Israel después del ultimo levantamiento, pero lo hizo no solo militarmente, sino también culturalmente; es decir tomó decisiones que literalmente buscaban castigar al pueblo de Israel; y para ello medidas como la prohibición de sus actos religiosos fue la manera en la que demostraba su poder y dominio sobre este pueblo.

Pero además de las prohibiciones culturales, el castigo no pareció suficiente. El ejército Romano recibió la orden de arrasar con Jerusalén y todo lo que ella contenía; los judíos no comprendían entonces que el castigo que les esperaba tras la revuelta escalaría hasta el punto de acabar, no solo con sus tradiciones, sino también con la ciudad más emblemática para su pueblo.

 

Nota relacionada: Una tierra en disputa 3: ¿Israel y palestina… que dice la historia?

Después de acabar con Jerusalén, el emperador tomó una decisión que sería un golpe certero para el pueblo judío y que marcaría el inicio de una discusión, que hasta el día de hoy se mantiene en lo referente a la existencia de un pueblo llamado Palestina.

Adriano toma la decisión de dar un nuevo nombre al lugar en donde quedaba Jerusalén y sobre sus restos funda una ciudad llamada Aelia- Capitolina. esta ciudad buscaba rendir tributo a los dioses de la cultura romana como Júpiter, Juno y otros. Pero a pesar de lo grave del asunto el castigo no paraba allí, era mucho más fuerte, pero a pesar de ello, es lo que hoy da luz sobre la verdadera razón de la disputa de estos dos pueblos.

Nota recomendada: Una tierra en disputa 2: ¿Israel y Palestina… que dice la historia?

Lo que sucedió fue que el emperador no solo fundó una nueva ciudad sobre las ruinas de Jerusalén, sino que también cambió el nombre de la región en donde se ubicaba; y por medio de un decreto desapareció Judea y dio paso al cambio de nombre, llamándola Siria – Palestina, un nombre que es un derivado de la palabra Filistea que significa tierra de los Filisteos, se les hace familiar? Si han seguido estas entregas definitivamente sabrán que se trata de aquellos que desde el inicio han sido los más férreos enemigos de Israel.

De acuerdo con Eusebio de Cesárea, el historiador de la época, no se trataba de que los antiguos enemigos hubieran resurgido, la intensión era borrar todo vestigio del pueblo judío y de las tierras en donde habitaban, darles el nombre a esas tierras, de sus archienemigos, degradando así su existencia y la hegemonía sobre esas tierras. Era el golpe certero para que no quedara sobre la faz de la tierra, nada que recordara que alguna vez había existido un pueblo judío y mucho menos una tierra llamada Israel.

El arqueólogo y teólogo norte americano, Mary Frederick Unger, describe esta acción como una herramienta útil de propaganda en contra del pueblo judío, pero no solo él, también historiadores como Seth Schwartz y Werner Eck, el primero profesor de Cambridge y el segundo de nacionalidad alemana y profesor de la universidad de Colonia, ambos coinciden en afirmar que el intento era obvio: desligar la tierra de la cultura que lo habitaba y borrar la cultura de las líneas de la historia.

Fue así como nació este pueblo que hoy llamamos Palestina, un pueblo fantasma que surge como producto de un castigo que recibió un pueblo que buscaba su emancipación y que al fracasar, se vio enfrentado al poder de los que dominaban el mundo en ese entonces y que solo de un plumazo, dieron origen a una nación inexistente.

En adelante pan demonium, todos los mapas de la época, todas las cartas, todo registro histórico empezó aparecer con el nombre de Palestina, así despojaron a una cultura de su tierra, suplantaron la identidad de los legales poseedores del territorio, dejaron a toda una comunidad sin su ancestralidad y dominio legal de los territorios a los que tenían derecho.

Puede leer: Una tierra en disputa: ¿Israel y palestina… que dice la historia?

Karen Armstrong historiadora británica y escritora de Jerusalén: Una ciudad y tres religiones, lo ratifica y afirma que el intento de Roma fue desaparecer el nombre de Israel, no solamente desterrándolos, sino también intentando borrarlos de la historia.

Como resultado de lo anterior, la expulsión del pueblo de Israel de sus tierras fue obvia, los que se quedaban eran vendidos como esclavos y llevados a diferentes provincias. Como lo mencionamos anteriormente, estába prohibido para cualquier judío, entrar a lo que antes se conocía como Jerusalén; con el paso del tiempo, este castigo fue siendo moderado, hasta el punto de permitir el ingreso de algunos, solo para que lloraran sobre las ruinas. algo muy parecido a lo que pasa ahora con el famoso muro de los lamentos.

El propósito se logró. Durante mucho tiempo el territorio fue conocido como Palestina y la historia de lo que antes se conocía como las tierras de Canaán, la cual fue conquistada por un pueblo llamado Israel, simplemente desapareció.

Fue tan profundo el cambio, que muchos escritores, incluso religiosos como Tertuliano, se refirieron al territorio con el nombre de Palestina. Esto solo muestra la profundidad del empeño y esfuerzo de Roma por acabar con el pueblo de Israel.

Pero luego vino la división de Roma y con ella, la tierra que ahora llamaban Palestina quedó bajo el domino de los bizantinos, y con la libertad religiosa decretada por Bizancio, se decretó la construcción de varias iglesias en los territorios de palestina, la más importante fue una Iglesia con una gran cúpula; la cual se conoce como el santo sepulcro.

Pero a pesar de lo anterior, aun en escritos oficiales se siguió utilizando el nombre de Palestina, en algunos aprecia con el nombre de Palestina prima o primera Palestina, en otros aparece como Palestina secunda y en otros como Palestina Tertia, esto solo obedecía a la estrategia de los Bizantinos por dividir la región en partes más pequeñas con el fin de evitar revueltas.

Pero aquí no para la historia, en el 639 con la llegada del islam se escribirá una nueva página en esta larga historia, en la que estoy decidido llevar hasta el final. los espero en la 5 entrega.

Jefferson Mena

Mauricio Cárdenas tuvo que recurrir a una presunta compra de votos para darle vida a su campaña

Fue tanto el revuelo que causó la Consulta del Pacto Histórico en la derecha colombiana que a un candidato lo único que le quedó fue caer en un posible delito electoral para tratar de buscar votos. Me refiero a la propuesta de entrega de viviendas que Mauricio Cárdenas lanzó el 28 de octubre, bajo el nombre de “MiCasaYa2” con una premisa aparentemente simple y bien intencionada: si usted vota por mí, le voy a dar una casa.

Con un video grabado en una sala con un fondo lleno de libros, perfecta para proyectar esa imagen de tecnócrata ideal con la que se ha presentado al país, salió a anunciar que los primeros 400.000 colombianos que dejaran todos sus datos personales en su página web de campaña tendrían asegurado ser los primeros en ser tenidos en cuenta una vez llegara a la presidencia para el programa de MiCasaYo2, incluso brindado la garantía de que había ido a una notaría a firmar su compromiso.

 

Cárdenas, en su afán por tratar de levantar una campaña que ya de por sí venía caída y que luego del éxito de la Consulta del Pacto se ve todavía más difícil de hacer despegar, decidió jugar con una de las más grandes ilusiones que tienen las personas de este país, que es poder contar con una casa propia. En papel no suena mal, al fin y al cabo sí existe un problema de acceso a vivienda y una persona que desea convertirse en Presidente debe poder tener una respuesta ante cómo afrontará dicha problemática. Lo grave del acto de Cárdenas fue que, en vez de plantear una apuesta de política pública en vivienda para toda la ciudadanía, decidió irse por el camino fácil: inscríbase en la página de mi campaña, dígame cuál es su cédula y dónde va a votar y luego de que usted deposite su voto por mí, yo le daré una casa.

El Código Penal es claro en su artículo 390 que la corrupción de sufragante se configura, entre otras, cuando se prometa u ofrezca algún beneficio particular a un ciudadano con el propósito de que vote por un candidato en particular. Lo que hizo Mauricio Cárdenas puede ser presuntamente un hecho de este estilo porque la premisa básica de su página web era que quien le brindara apoyo recibiría el dinero para la cuota inicial de una vivienda. Afirmó de manera explícita que aquellos primeros 400.000 inscritos, a los que les pidió la información necesaria para saber su punto de votación, contarían antes que nadie con el dinero del programa. Cualquier política pública requiere de criterios de focalización para saber a quién es prioritario llegar. Cárdenas, haciendo lucir sus dotes de tecnócrata, se inventó el mejor de todos: ser uno de sus votantes.

No debe sorprender que al día siguiente haya borrado tanto el video como la página web, pero ya la gente se había dado cuenta de su táctica, ya el daño estaba hecho. Tardó una noche el técnico, el apolítico Cárdenas, en darse cuenta que estaba incurriendo en una posible conducta delictiva, o quizás tardó una noche en darse cuenta de que la ciudadanía iba a ver de manera rápida lo que implicaba su estrategia electoral. Tal vez no creyó en que la gente ya no les come el cuento entero, ya es crítica, puede distinguir entre propuestas reales y falsas promesas, entre una política pública sólida y una casa en el aire.

Al señor Cárdenas le tocará afrontar ante la justicia las posibles consecuencias de su fracasada campaña. Para el resto de candidatos de la derecha les deberá quedar la lección de que para derrotar al Pacto Histórico no vale el juego sucio ni las prácticas clientelistas de siempre.

Alejandro Toro

Una esquina barrida por la metralla

El siglo XX fue aquel en que la política se transformó en crimen. Organizaciones políticas de todo tipo optaron por las formas de la delincuencia organizada a través de la conformación de grupos terroristas, insurgencias armadas y milicias. Asaltaron bancos, secuestraron personas, cobraron extorsiones, ejecutaron informantes, traficaron drogas y armas, y crearon negocios de fachada para blanquear activos.

El siglo XXI es, en cambio, el tiempo en el cual las organizaciones criminales se están convirtiendo en organizaciones políticas. Este fenómeno no es el resultado de una estrategia predeterminada ni de una concepción abstracta sobre la naturaleza de la organización; no es un producto intelectual, sino el resultado del crecimiento desmesurado y veloz de los recursos, capacidades y alcance de estas organizaciones. Ya no se trata de sobornar al poder: se trata de tener el poder.

 

La hipertrofia del crimen organizado está transformando las democracias en el Tercer Mundo y ha llegado a capturar la totalidad de un Estado, como en Venezuela, donde se estableció una dictadura criminal, constitucional. La tecnología, la globalización, el crecimiento económico, la desaceleración de la cultura y el déficit de legitimidad de las sociedades abiertas han impulsado dinámicas identitarias y relatos de reivindicación que las organizaciones criminales han adoptado para expandir su influencia social y vaciar a la democracia de contenido, con el fin de capturarla.

Como lo expresa Daniel Sansó-Rupert Pascual en su libro Democracia sin democracia:

“La criminalidad organizada es, entre muchas otras cosas, una forma de manifestación de crisis constitucional: la progresiva degradación de las normas, de las instituciones y de los límites que estas imponen al ejercicio del poder.”

Y es precisamente en este sentido que la capacidad institucional para combatir al crimen organizado y negarle su influencia política se torna paradójica, porque las mismas normas que sustentan al sistema impiden la defensa del sistema.

Los eventos en desarrollo en el mar Caribe —donde la flota americana impone un bloqueo armado a las operaciones de tráfico de drogas, tratando a los narcos como combatientes enemigos, es decir, como terroristas—, a la vez que transfiere presión a sus centros de operaciones y estructuras de mando en Venezuela, suponen una transformación muy relevante en el enfoque de la lucha contra el crimen organizado, porque lo identifican en su verdadera dimensión: como una amenaza a la seguridad nacional.

Igualmente, las operaciones militares ordenadas por el gobernador del estado de Río de Janeiro para desvertebrar la estructura de control territorial del llamado Comando Vermelho reflejan una visión estratégica que interpreta la realidad del fenómeno de las organizaciones criminales como enemigos activos del Estado, y no como simples delincuentes violentos.

Abordar esta amenaza implica cambiar la doctrina legal —incluso en cuanto a lo constitucional— y la doctrina operacional de las fuerzas de seguridad. Es necesario adaptar normas y capacidades a un contexto muy complejo, frente a un enemigo que se encuentra transversalmente implantado en todos los niveles del sistema, pero que, a la vez, cuenta con recursos armados duros y tecnología de grado militar para sostener su base operacional.

El choque con estas fuerzas será urbano, no solo en las grandes ciudades, y las fuerzas de seguridad deberán combatir en medio de la población, expuestas a campañas de operaciones psicológicas destinadas a desprestigiarlas y limitar su capacidad. Se trata de un campo de batalla multidimensional e impredecible, del que dependerá el futuro de la democracia y la libertad.

Hace un siglo, en Ypres y Verdún, la pregunta de los estrategas militares era cómo cruzar un campo de batalla barrido por la metralla; hoy, la gran pregunta, frente a los nuevos desafíos, es cómo cruzar una esquina barrida por la metralla.

Jaime Arango

¡Nací de pie!

Un día como hoy, hace 75 años, cuando las manecillas del reloj marcaban las 8 de la noche, según mi partida de nacimiento, también denominada fe de bautismo, vine a este mundo en mi casa de habitación en Monguí, para entonces lo que se llamaría hoy un centro poblado.  Y nací de pie, según me lo contó mi tía Brígida, la Negra Acosta. Este, que es un parto difícil y de mal pronóstico se conoce como parto podálico.

Le pregunté a la Inteligencia artificial, que compite con la inteligencia humana, qué significado tiene, de qué mensaje es portador el nacer de pie y esto me respondió: mucha suerte desde el nacimiento. Ser afortunado, buen augurio. No obstante la intuición y la experiencia me han convencido de que hasta la suerte, que, según Voltaire “es lo que sucede cuando la preparación y la oportunidad se encuentran”, hay que merecer. Además, como dijo Virgilio, “la suerte ayuda a los osados” y si algo me ha caracterizado a mi es la osadía!

 

Bien dice la canción vallenata Recordando mi niñez, de la autoría del compositor Camilo Namén Rapalino “bonita es la vida cuando uno está niño y cuando uno está niño quiere crecer ligero”, para después, con el paso del tiempo, añorar aquellos años mozos cargados de sueños e ilusiones sin límites ni barreras. Esta es la contradicción que embarga a los humanos y que se repite en la edad provecta, que, al decir de Rodolfo V. Talice, en su magistral obra El arte de vivir intensamente 100 años, “el hombre la detesta, aunque parádojalmente se obstine en alcanzarla, por que ve en ella la imagen de su cruel despojamiento”. Entonces es cuando nos percatamos de la idea copernicana de que no es el tiempo el que pasa, somos nosotros los que pasamos mientras el tiempo permanece impertérrito.

No obstante, viéndolo bien, no hay motivos para detestar la vejez y mucho menos para rehuirla, pues nacemos a la vida para llenarla y darle sentido y contenido. Con ella viene la paciencia, la madurez de juicio, el mayor conocimiento y la mayor capacidad de discernimiento, coadyuvante imprescindible a la hora de la toma de decisiones trascendentes y trascendentales. Este es el estadio de la vida que se ve compensado y recompensado con la inteligencia madura, aquella que está más cerca de la sabiduría. De allí el aprecio que tienen los pueblos indígenas por los ancianos de la tribu, por ser ellos portadores de los saberes ancestrales.

Coincido con nuestro laureado premio Nobel de la literatura Gabriel García Márquez en que uno nunca debe pensar “en la edad como en una gotera en el techo que le indica a uno la cantidad de vida que le va quedando”. Y más aún cuando remata diciendo que “la edad no es la que uno tiene, sino la que uno siente”. Al fin y al cabo, como afirma el gran pensador español José Ortega y Gasset, “la vida no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser”.

Bien se ha dicho que “la juventud no es una época de la vida, es un  estado mental. Nadie envejece sólo por vivir un número de años; las personas envejecen al abandonar los ideales. Los años arrugan la piel, pero perder el entusiasmo arruga el alma. Preocupación, duda, desconfiar de uno mismo, temor y desesperanza, estos son los largos años que agobian la cabeza y convierten el espíritu de crecimiento de nuevo en polvo. Ya sean sesenta o setenta, hay en el corazón de cada ser el amor a lo maravilloso, el dulce asombro a las estrellas y lo celestial en los pensamientos, el reto invencible, el infalible apetito infantil por lo que viene y la alegría por participar en el juego de la vida.  Eres tan joven como lo es tu fe, tan viejo como tus dudas; tan joven como tu seguridad, tan viejo como tu temor; tan joven como tu esperanza, tan viejo como tu desasosiego!

A este propósito, traigamos a colación una reflexión del gran pensador Ernesto Sábato, que ojalá nos sirva de moraleja a todos y a todas: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra manera de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí…En la vida existe un valor que permanece muchas veces invisible para los demás, pero que el hombre escucha en lo hondo de su alma: es la fidelidad o traición a lo que sentimos como un destino o una vocación a cumplir…”.

Es muy triste llegar a la cima de los años, cuando estos se han desperdiciado inútilmente en naderías; pero es muy satisfactorio, cuando se ha tomado la vida como misión y no como carrera, pues “vivir implica tener una misión, en la medida en que se evite luchar por un propósito valioso, la vida será vacía”. Cuanto más cuando ese propósito ha sido “aprender a seguir aprendiendo, a hacer del aprendizaje”, como lo hizo Thomas Huxley, “una forma de vida, tal vez la mejor forma de todas las vidas posibles”. Justo este año completo 50 años ininterrumpidos dedicados a la docencia y a la investigación universitaria, después de los cuales he llegado a la conclusión de que lo que a uno le queda mejor aprendido es aquello que enseña!

Finalmente, como buen guajiro, mi totem es el cardón, el mismo al que nuestro juglar Leandro Díaz le compuso una de sus más hermosas composiciones, la que a la letra dice : “yo soy el cardón guajiro, que no marchita el sol…el cardón en tierra mala ningún tiempo lo derriba. En cambio en tierra mojada nace de muy poca vida. Por eso es que en La guajira el cardón nunca se acaba. Es que la naturaleza a todos nos da poder. Al cardón le dio la fuerza p´a no dejarse vencer. Yo me comparo con él, tengo la misma firmeza”!

Amylkar Acosta

Cuidar al que enseña, deber de la Nación

Durante décadas el magisterio colombiano ha sido la columna vertebral de la educación pública y, al mismo tiempo, uno de los sectores más golpeados por la desatención estatal. Las maestras y los maestros educan, orientan y acompañan generaciones enteras, pero también enfrentan un sistema que los obliga a luchar una y otra vez por derechos elementales como la salud, la estabilidad laboral y el respeto a su labor. A pesar de contar con un régimen especial de salud, este ha sido desnaturalizado y convertido en un espacio de negocio para intermediarios que se lucran con los recursos públicos mientras miles de docentes padecen la falta de atención, el desabastecimiento de medicamentos y el abandono en las zonas rurales.

El régimen especial nació como un reconocimiento al esfuerzo físico, emocional y social que implica enseñar en una patria atravesada por la desigualdad, la violencia y la precariedad. Sin embargo, la corrupción, la ineficiencia y la falta de voluntad política lo han convertido en un sistema que castiga a quienes más lo necesitan. Las demoras interminables, las autorizaciones absurdas y el peregrinaje para recibir atención médica son una afrenta a la dignidad de quienes dedican su vida a formar ciudadanos y ciudadanas.

 

A esta injusticia se suma la negación del derecho a la protesta. Cada vez que el magisterio decide ejercer su legítimo derecho a la huelga, se le obliga a reponer en días de descanso las horas dedicadas a manifestarse por sus derechos. Así ocurrió con la jornada del pasado 30 de octubre, cuando cientos de maestras y maestros salieron nuevamente a las calles para exigir un servicio de salud digno, un trato respetuoso y el cumplimiento de los compromisos estatales. En lugar de escuchar sus reclamos, la Alcaldía de Bogotá emitió una circular ordenando reponer las horas empleadas en la movilización, desconociendo que la protesta social es un derecho fundamental protegido por la Constitución y no un delito que deba ser sancionado.

El magisterio colombiano también ha sido víctima de una constante estigmatización por parte de sectores políticos y económicos ligados a la ultraderecha que buscan deslegitimar su labor social. Estos sectores intentan convertir la educación en un negocio privado, negando el derecho universal al conocimiento y debilitando la función social de la escuela pública. En su discurso, el maestro es presentado como un obstáculo para el desarrollo o como un agitador político, cuando en realidad ha sido un defensor incansable de la vida, la paz y la justicia social.

Por eso es necesario defender a FECODE y a los sindicatos locales que resisten contra la privatización del derecho a la educación. Ellos representan la voz colectiva del magisterio, la conciencia crítica de una nación que todavía cree en la escuela pública como espacio de libertad y transformación. Gracias a su lucha, Colombia no ha perdido del todo la idea de que educar no es un negocio, sino un deber ético y una responsabilidad del Estado.

El derecho de los docentes a prepararse, a mejorar sus capacidades y a acceder a una formación continua es también una obligación estatal. Formar bien a quienes educan significa elevar la calidad de la enseñanza, fortalecer la democracia y construir ciudadanía. Del mismo modo, el Estado debe asumir plenamente la nómina de los docentes contratados, garantizando estabilidad laboral, igualdad de condiciones y dignidad profesional en todo el territorio nacional.

Defender la cátedra de historia, de democracia y de derechos humanos es esencial para construir un ser humano nuevo, comprometido con la vida, el respeto, los valores y la justicia social. No se puede hablar de una educación de calidad si se eliminan los espacios de reflexión sobre la memoria, la ética y la convivencia. La educación debe formar sujetos críticos y solidarios, no consumidores pasivos de información.

En este horizonte se hace indispensable avanzar hacia la declaratoria de todas las instituciones educativas, en todos los niveles, como Territorios de Paz y Convivencia. La escuela debe ser el primer espacio donde se aprenda a ser y a convivir, donde la palabra sustituya la violencia y el respeto se convierta en el eje de la vida colectiva. Construir una cultura de paz desde la infancia no es una utopía, es una necesidad histórica para sanar las heridas de un país que ha vivido demasiado tiempo bajo el daño de la violencia armada.

Cuidar al que cuida debería ser un compromiso de todos y todas las colombianas. No se trata de un privilegio sino de un acto de justicia con quienes han dedicado su vida a enseñar y a sembrar futuro. Defender al magisterio es defender la educación pública, la democracia y la esperanza de un país más justo e igualitario. Porque cuando se cuida a los que educan, se protege también la posibilidad de un mañana con dignidad, libertad y conocimiento para todos y todas.

Luis Emil Sanabria D.

Más allá de la app: inteligencia artificial, datos y corresponsabilidad ciudadana en la movilidad urbana

Cada mañana, millones de colombianos abren una aplicación de movilidad con la esperanza de encontrar el camino más rápido hacia su destino. Sin embargo, no es raro que la herramienta falle: rutas cerradas por obras, accidentes inexistentes o desvíos mal registrados son parte del paisaje digital de las ciudades. Estas fallas, más allá de lo anecdótico, plantean un dilema profundo: ¿qué ocurre cuando dejamos que una app “piense” nuestra movilidad?, y, ¿hasta qué punto una ciudad puede volverse realmente inteligente si la base de su información es incompleta o poco confiable?

Conviene recordar que estas plataformas no son inteligencias autónomas. Funcionan gracias a modelos de aprendizaje automático que procesan grandes volúmenes de datos para reconocer patrones de tráfico y predecir comportamientos. Su efectividad, sin embargo, depende directamente de la calidad de la información que reciben. Cuando los datos son erróneos —ya sea por reportes falsos o por falta de integración entre entidades públicas y sistemas privados— la inteligencia se distorsiona y los resultados pierden valor.

 

En ciudades latinoamericanas, donde la infraestructura vial es frágil y la planeación enfrenta rezagos históricos, los desafíos son aún mayores. La falta de sincronización entre las obras, los sistemas de transporte y las plataformas digitales genera un ruido informativo que ni el mejor algoritmo puede corregir. El crowdsourcing, aunque democratiza la información, también abre la puerta a la desinformación: basta con unos cuantos reportes falsos para alterar los patrones de tráfico y crear “atascos digitales” que no existen.

El problema, entonces, no es solo tecnológico: es cultural. Una app no reemplaza la planificación urbana, el mantenimiento de las vías ni la educación ciudadana. Pero sí puede potenciar su impacto si se alimenta de datos verificados, transparentes y generados en un marco de confianza colectiva. La movilidad inteligente no depende únicamente de la IA, sino del compromiso de quienes habitan la ciudad para aportar información veraz y comportamientos responsables.

En ese sentido, los datos se han convertido en la moneda invisible del siglo XXI: un recurso que puede transformar la forma en que habitamos, planificamos y pensamos nuestras ciudades. La movilidad del futuro no solo se medirá en velocidad o eficiencia, sino en la capacidad de combinar tecnología, ética y corresponsabilidad ciudadana. En esa ecuación, la inteligencia artificial no sustituye al ciudadano: lo necesita para funcionar.

Por: Heidy Melissa Bautista, docente de Ingeniería Industrial de la Universidad de América

La Simiocracia

Simiocracia es el título de una historieta publicada en 2012 por el español Aleix Saló Braut (1983) en la que, por medio de divertidas viñetas, su autor narra la crisis española, al punto de llamar a su Patria, Españistán. Este original título sirve de pretexto para discurrir estas líneas sobre la distorsión de la democracia y su sobrevaloración en Occidente.

La palabra simio tiene su origen en el vocablo griego simos que significa nariz chata, trasladada al Latín como simius para designar a los homínidos. En ese orden de ideas, la simiocracia vendría siendo el poder de los simios, no propiamente el que se exhibe en la película el Planeta de los Simios producida originalmente por Arthur P. Jacobs (1922-1973) posteriormente, éxito cinematográfico, al menos en taquillas.

 

Si la democracia es el poder y gobierno del pueblo, tan cacareada, amada y anhelada; la simiocracia, no sería otra cosa que, el gobierno de los simios, no porque los homínidos tan cercanos a los humanos, según el evolucionista Charles Darwin (1809-1882) puedan sufragar y participar de las elecciones, sino porque muchos humanos al momento de ejercer sus derechos políticos, parecieran involucionar para comportarse como homínidos. Ejercen el derecho al voto no como fruto de una rigurosa y exhaustiva reflexión; lo hacen instintivamente, como si fuera un acto de apareamiento exultado por el político o influencer de turno.

En la simiocracia cualquiera puede ser electo. Basta tener la capacidad para impactar al simio elector. El debate pasa a segundo plano, se privilegian la vulgaridad, lo absurdo y lo cómico-trágico. La simiocracia es una de las tantas degeneraciones que tiene la democracia o de pronto, las abarca a todas. Para Aristóteles (384-322 a.C.) la democracia no era el sistema de gobierno ideal porque significaba el poder de los menos aptos, por ponerlo en esos términos, y no de los mejores. Para Rousseau (1712-1778) la democracia podría degenerar en oclocracia que no es otra cosa que, la voluntad general claudicante frente a la voluntad particular, pese a que la mayoría elige, priman los intereses de unos cuantos.

Otra deformación moderna de la democracia es la Partitocracia, ocurre cuando los partidos políticos abusan de su poder y terminan controlando el Estado, el mejor estilo son las democracias cubana, china y venezolana y en su momento el famoso PRI mexicano. Colombia de cara al 2026 está en riesgo de caer en partitocracia aupada por el populismo. Éste último, enmarcado en el caudillismo, una de las deformaciones más preocupantes: El poder del pueblo lo ejerce su líder galáctico que, desde una tarima con megáfono en mano, insta a las simiescas masas a tomarse las calles con argumentos estrafalarios donde siempre el oligarca y los blanquitos son los malos y el pueblo su víctima. Si la aristocracia es el poder de los mejores, el populismo es el poder de los mediocres.

La simiocracia se ha convertido en pandemia. Masas efervescentes que demandan derechos que no saben ejercer responsablemente; electores que votan desde el deseo y no con la razón. Propuestas absurdas como desminar la economía, construir trenes elevados de punta a punta, ofrecer subsidios y cupos educativos gratis, sin mérito cognitivo alguno, producen recaudo electoral.  En la simiocracia las fanfarronadas resultan atractivas para el simio elector, y el político lo sabe bien, la democracia sabe dulce en boca de todos.

En suma, la democracia no siempre es lo mejor, no es una panacea, por el contrario, adolece de vicios y muchos. Es costosa y está sobrevalorada. Algunos dicen que es un mal necesario, es consuelo para el humanista. Es lo que hay o por lo menos lo que venden los democráticos medios de Occidente. La aristocracia a partir de la meritocracia sería un buen experimento. Mientras la democracia sea un carnaval, la simiocracia prevalecerá.

León Ferreira

Cada año alcanza menos: el empobrecimiento invisible del salario mínimo

«La plata ya no alcanza como antes» es una frase frecuente que se escucha entre los colombianos, sin importar su estrato socioeconómico. Es una queja permanente. La percepción de las personas, que sale registrada en los estudios que se hacen al respecto (Raddar citado en Portafolio, 2025), revelan que la capacidad de compra de los hogares ha disminuido sistemáticamente, incluso en años en los que el salario mínimo ha subido por encima de la inflación. Algo no cuadra; las cifras oficiales del Índice de Precios al Consumidor -IPC- informa una inflación menor a la que se “siente” en los bolsillos de la gente.

Los precios suben por muchas razones. Algunas corresponden a los aumentos en costos como las alzas en la gasolina, los alimentos y el transporte, por ejemplo. Otras provienen de decisiones macroeconómicas, como la emisión monetaria, alza de tasas de interés, tipo de cambio o presiones externas como guerras o pandemias, e incluso de mayores impuestos. Al final el resultado es el mismo: todo sube, y rara vez baja. Esa es la inflación de precios. Y aunque se la intente compensar con políticas salariales, hay un desfase no suficientemente explicado entre lo que sube el costo de vida y lo que sube el ingreso.

 

En nuestro país cada año se reúne una mesa compuesta por empresarios (representados por gremios, algunos de grandes empresas), sindicatos y el Gobierno nacional para definir el aumento del salario mínimo. Si no hay acuerdo, el Ejecutivo toma la decisión por decreto. Teóricamente, el aumento debe reflejar la inflación del año anterior más un porcentaje de aumento de la productividad lograda, revisando lo que se espera de inflación en el siguiente año. En los últimos años, con alta inflación, el aumento ha sido mayor. Pero esto no ha garantizado que los trabajadores estén recuperando su poder adquisitivo como sí lo aclara la Corte Constitucional en la sentencia C-408-21.

Y no todos los trabajadores se ven beneficiados. Colombia tiene una tasa de informalidad laboral de cerca del 55.2%, según el DANE (2025), lo que significa que más de la mitad de los trabajadores no necesariamente están cubiertos por el aumento del salario mínimo. Además, muchos trabajadores formales ganan más que el mínimo, pero sus incrementos no siempre siguen la misma lógica de ajuste.

Si el salario mínimo sube para compensar la inflación, ¿por qué la gente siente que no se actualiza su poder adquisitivo? Normalmente se esgrimen posibles razones, como que el IPC mide una canasta promedio, que no necesariamente refleja la realidad de todas las familias. Por ejemplo, los hogares más pobres destinan más a alimentos, transporte y arriendo, sectores donde los precios han subido por encima del promedio. Esto indica que hay que estudiar con mayor profundidad la problemática para buscar soluciones rápido, porque pasan los años y vuelve la misma conclusión recurrente sin correcciones, la gente sigue empobreciéndose y fuera de todo, es una obligación para el Gobierno (tal cual lo aclara con toda claridad la sentencia de la Corte Constitucional). También hay quienes sugieren que debe ser que los resultados del IPC se alteran dado que es un indicativo fuerte de la política en curso; una conjetura de la calle a partir de la falta de explicación convincente. Lo cierto es que no hay nada completamente cierto y claro para explicar esta “sensación”.

Desde 2021 le sigo la pista a esta incógnita, puesto que no hay respuestas contundentes. En ese momento escribí el artículo “Regalo fugaz: salario mínimo” (Fonseca, 2021) en donde, aguando la fiesta del 10% anunciado por el presidente Duque con bombos y platillos (con una inflación registrada del 5% y contando con la sensibilidad generalizada del momento postpandemia), advertí que no alcanzaría a disfrutarse ni un mes ya que se vendrían unas alzas generalizadas muy fuertes, tal cual como pasó. Ese año, 2022, la inflación terminó en 13.12%. Me quedó la conclusión desde entonces que la actualización del poder adquisitivo en enero de cada año no era suficiente para compensar los aumentos de precios que se dan durante el año. Esta vez me propuse hacer los análisis encontrando un error aritmético, del cual no encuentro una discusión seria, y que simplemente parece aceptarse por todo el mundo, y la gran mayoría sin entender nada. Sus consecuencias son brutales para la gente y que explica en parte, esto sí, por qué la gente siente que el sueldo no alcanza, o alcanza cada vez menos. Pero además, no se ajusta a la ley (ver la sentencia C-408-21).

La situación es la siguiente: el salario se ajusta en enero con base en la inflación del año anterior (como mínimo, dice la norma), para que le sirva de ingreso renovado para el siguiente año, pero durante ese año el trabajador va a perder capacidad de compra mes a mes por la inflación mensual intra-anual. No se trata solo de que la plata ya no alcance en diciembre: no alcanzaba desde marzo, desde julio, desde septiembre. Esa pérdida nunca se recupera. Hace parte del empobrecimiento gradual de la gente.

Este error de cálculo genera una erosión silenciosa. Por ejemplo, en 2007, el valor real del salario mínimo ajustado por inflación se erosionó en un 61% durante el año, lo que significa que solo el 39% del aumento fue efectivamente útil para compensar la pérdida de poder adquisitivo. El salario mínimo de ese año fue 433,700 $/mes, por lo que el trabajador perdió durante el año $201,437 (algo cercano a medio salario mensual), o lo que es igual a que el aumento real del salario mínimo hubiera sido solo del 3.9% y no del 6.3% (lo decretado).

Este error en el cálculo produjo una pérdida acumulada de 2000 a 2024 de $11’350,000 (a pesos de 2024) en los ingresos de un trabajador con salario mínimo. Un empobrecimiento invisible.

En la tabla 1 se muestra el calculo del error en cada año, y lo que ha debido ser el aumento del salario mínimo en su momento para que los trabajadores no perdieran su ingreso por la inflación mensual intra-anual. Para 2025 se supone una inflación de fin de año de 4.81% (BanRepública, 2025) y un escenario alto para 2026 con un comportamiento similar a 2025. Esto arroja, que si se está pensando en un 7% el aumento del salario mínimo debería ser de 11% para evitar que el ingreso de los trabajadores se erode durante 2026 por efectos del error de cálculo, y cumplir con la ley: “… derecho constitucional en cabeza de los trabajadores a mantener el poder adquisitivo real del salario” (sentencia C-408-21).

Corregir esto es sencillo desde el punto de vista técnico: la fórmula para iniciar la discusión del aumento del salario mínimo no debería partir de la inflación del año anterior sino de esa inflación dividida por uno menos el porcentaje de pérdida de ingreso causada por la inflación intra-anual (el 66% del ejemplo de 2007). Ese debería ser el nuevo punto de partida, antes de considerar la productividad y la negociación política. De esa forma, se evitaría que el trabajador arranque cada año perdiendo la inflación intra-anual. Es una corrección de un error, no una concesión.

Como algunos argumentan que aumentar más el salario mínimo puede disparar la inflación, hay que recordar que la evidencia empírica, incluida la del Banco de la República citada por Portafolio (2025), señala que el impacto es acotado: un aumento del 1% en el salario mínimo genera solo entre 0,10% y 0,16% de incremento en la inflación total. Y ese efecto se concentra principalmente en servicios intensivos en mano de obra, como restaurantes o peluquerías, donde el componente salarial es más alto. En la mayoría de los sectores empresariales, los salarios representan entre el 5% y el 15% de los costos totales, por lo que el impacto directo sobre los precios es marginal. Parece que no hay justificación técnica para negarle a los trabajadores una compensación justa alegando efectos inflacionarios generalizados, aunque se sabe que hay un bucle de retroalimentación entre ambas variables. También se advierte que los aumentos del salario mínimo por encima de la inflación destruyen empleo; sin embargo, según BanRepública (2020) “un aumento del SM real de 1% produce una pérdida de puestos de trabajo de 0,7% en un horizonte de uno a dos años”, es decir, también efectos acotados.

Y una reflexión adicional.

Lo que sí es sistemático es que las grandes empresas reportan utilidades crecientes y enormes en muchos casos, como Davivienda que reporta 66% en el segundo trimestre o Argos con 161% en el primer semestre de este año, pero que hacen parte de las voces que normalmente insisten (a través de sus gremios) en que no hay margen para subir el salario mínimo más allá de la inflación. Esto, en una economía en la que más de la mitad de los trabajadores está en la informalidad y la otra mitad ve su salario erosionarse cada mes, es una posición muy difícil de defender, por decir lo menos.

Es necesario repensar estos mecanismos estructurales de desigualdad. Con prioridad, hay que arreglar el error aritmético que señalo, pero se debe ir más allá, y generar otras formas de ayudar a la población para mejorar sus condiciones, cuando las utilidades de las empresas tienen el margen para hacerlo. En Ecuador, por ejemplo, se exige por ley que las empresas distribuyan el 15% de sus utilidades con los trabajadores (MinTrabajo, Ecuador).

La negociación del salario mínimo este año debería ser diferente. Gobierno, empresarios y sindicatos: como primera medida, hay que corregir el error que ha empobrecido, en silencio, a millones de colombianos por décadas. El salario mínimo debe compensar la pérdida del ingreso mínimo erodado mes a mes por la inflación inter-anual.

Pero las discusiones deberían estar basadas en todos los estudios disponibles en forma objetiva y sin sesgos, y francamente no adoptar expresiones clichés para hacer advertencias de debacles si se sube el salario mínimo en pequeños porcentajes mientras que las utilidades de los empresarios que discuten el salario mínimo se leen en porcentajes de varias decenas.

Rafael Fonseca Zarate

Cumplir 54 años en Colombia: la edad de la conciencia y la esperanza

Cumplir 54 años en Colombia siendo mujer es mirar la vida con la serenidad de quien ha caminado entre la incertidumbre y la fe, entre la violencia y la ternura, entre la rabia y la esperanza. No es una edad cualquiera: es el punto en que una entiende que el cuerpo guarda memoria y el país también. Es el momento en que el tiempo deja de ser enemigo y se convierte en testigo del cambio que hemos impulsado, incluso cuando parecía imposible.

Llegar a los 54 en este país ha significado aprender a resistir, a sanar y a creer nuevamente. Hemos visto generaciones enteras de mujeres que, desde lo íntimo y lo colectivo, sostuvieron la vida en medio de la guerra, del miedo y del olvido. Pero también hemos visto cómo, paso a paso, la historia nos ha dado la razón: la transformación real empieza cuando las mujeres participamos, opinamos y decidimos.

 

Hoy, ser mujer en Colombia es ser protagonista de una nueva etapa. Es ver cómo los derechos que por años parecían inalcanzables comienzan a tomar forma en políticas públicas, programas de equidad y liderazgos con rostro femenino. Es entender que el cambio que vive el país no es solo político, sino cultural, ético y espiritual. Y que cada avance —por pequeño que parezca— es fruto del trabajo de miles de mujeres que no se rindieron.

Nota recomendada: Cáncer de mama, más allá del lazo rosa

A los 54 años, miro este momento histórico con esperanza. Creo en un país que se atreve a cambiar sus estructuras, a hablar de paz sin miedo, a mirar a las regiones con dignidad y a reconocer la deuda histórica con las mujeres, los pueblos y los territorios. Creo en un gobierno que pone la vida en el centro, que habla de justicia social y que promueve una economía para la gente, no para unos pocos.

Porque el cambio no es un instante: es un proceso que requiere continuidad, coherencia y voluntad política. Por eso, defender la continuidad del Gobierno del Cambio no es un acto de conveniencia, sino de amor por el país. Es creer que la esperanza no se decreta, se construye todos los días con decisiones valientes, con participación ciudadana y con la certeza de que una Colombia distinta sí es posible.

Cumplir 54 años en este contexto es reafirmar mi compromiso con la vida, con las mujeres y con el cambio. Es saber que el país que soñamos más justo, más humano, más igualitario está en camino, y que vale la pena seguir apostando por él.

Porque cuando una mujer llega a esta edad y mira hacia adelante con esperanza, no solo celebra su historia personal: celebra la madurez de una nación que empieza a creer en sí misma.

Hoy, a los 54 años, elijo seguir creyendo en el cambio, en la vida y en el futuro de Colombia.

Porque la esperanza, cuando nace de las mujeres, es invencible.

Marcela Clavijo